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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un baño en la piscina de bolas

Pablo Iglesias ofrece su faceta más sonriente y cálida delante de cuatro niños convertidos en periodistas

Pablo Iglesias se concedió la noche de este martes un baño en la piscina de bolas, un ejercicio de fervor infantil del que salió ileso porque no hubo preguntas comprometidas y porque colocó sus mensajes a la audiencia adulta.

Se trataba de reaccionar en Telecinco a un nuevo formato televisivo. Nuevo y experimental. Experimental y sujeto a la voluntad de encontrar a la campaña enfoques inéditos, perspectivas desconocidas.

Fue la razón por la que Ana Rosa Quintana reclutó a cuatro niños en escalera -de 6 a 11 años- para interrogar al líder de Podemos. Y exponerlo a un hábitat desconocido. O no tan desconocido, porque los niños preguntan lo que oyen en casa. No constituyen un espacio de pureza. No representan tampoco un oasis de candor . Ni representaron el menor problema a la cintura de Iglesias. Que hizo del programa un alarde de simpatía. Y hasta de populismo infantil: prometió, nada menos, la abolición de los deberes.

Ya decía Kundera que no existe mayor expresión de demagogia política que levantar a un niño en brazos. E Iglesias abrazó a la pequeña Luna. Seis años tiene y votan en su casa a Podemos, del mismo modo que en las casas de otros niños allí presentes se ha adquirido una imagen usurpadora de Iglesias. Que nos quita el chalé, la semana santa, los toros y lo bailado.

Y que es amigo de Maduro, como le hizo notar Álvaro (11 años), forzando un pequeño momento de incomodidad al que Iglesias reaccionó como hace Rajoy con los apestados del PP: ese señor por el que usted me pregunta.

Ya es suficientemente paternalista Iglesias con los adultos como para serlo también con los pequeños. Y no iba a impresionarle el decorado de unos pupitres ni de una pizarra, el hábitat del profesor con que volvió a reencontrarse, exagerando la sonrisa y demostrándose colega.

Ana Rosa Quintana parecía la directora del colegio. Y recurría a su instinto periodístico para que Iglesias no se marchara de clase sin haber respondido a las emergencias informativas. Quiere el líder de Podemos pactar con Sánchez, evacuar a Rajoy de la Moncloa. Y considera prematuro plantearse su porvenir en caso de un contratiempo electoral serio, aunque la campaña parece atenerse a una polarización que le beneficia. Hemos pasado del todos contra Rajoy al todos contra Iglesias. Los propios niños participaban del extremismo, temiendo, menos Luna, que Pablo fuera el hombre del saco. Y reconciliándose con él en una catarsis catódica a la que se añadió el estrambote de otro niño de 7 años disfrazado de Iglesias. Le habían preparado unas preguntas. Y se las había estudiado como un actor, pero los nervios explican que confundiera a Errejón con Orejón.

Experimentos, ensayos, antídotos a las convenciones, ocurrencias televisivas que aspiran a rescatarnos del letargo. Y que provocan cierto embarazo o cierta estupefacción. No es fácil sacar a los niños de contexto no de la cama. Ni es demasiado científico convertirlos en calibre de la honestidad, por mucho que se les atribuya la verdad como se le atribuye a los borrachos. Y por mucho que nos fascine su poder de sugestión.

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