El movimiento político se demuestra andando
Caminar se ha convertido en una práctica ética, estética y de resistencia cívica
¿Por qué este retorno del paseante como figura esencial en nuestras calles? Será quizás porque caminar, esa actividad que hacemos a diario desde que abandonamos el gateo hasta el fin de nuestra vida, cobra hoy un valor particularmente simbólico, pues se relaciona con prácticas no solamente saludables, sino estéticas, éticas y de resistencia.
El mercado editorial ha escuchado este interés contemporáneo acerca del paseo, y la prueba se encuentra en la amplia nómina de títulos que han ido surgiendo —ya sean nuevos o rescatados del olvido— como respuesta a este gusto, o más bien necesidad, por el paseo consciente, en especial en las grandes ciudades, donde se ha convertido en un deporte de cierto riesgo con gran significado social.
Para comenzar a poner orden en este recorrido por algunos de esos títulos, el obvio hilo conductor es Walter Benjamin y el término flâneur, acuñado por él para referirse a ese paseante con dotes de topógrafo, capaz de descifrar la complejidad de la ciudad al callejearla. En su inmenso Libro de los pasajes (Akal y Abada), el filósofo alemán, al recorrer París en plena modernización de la ciudad sirviéndose de las observaciones de ese tipo social histórico, inaugura un modo de pasear por la urbe que muy pronto generaría adeptos. Un buen ejemplo es el de su amigo Franz Hessel, también un gran observador, que paseó por el Berlín de los años veinte siguiendo las pautas que ambos compartían: más que andar con rumbo fijo, su devenir era despreocupado, atraído por la multitud de imágenes que ofrecían las grandes ciudades de Occidente. Se trataba de un rastreo llevado a cabo con ademanes de arqueólogo, o incluso de sabueso que olisquea curioso la acumulación de estímulos que le salen al paso, y así lo deja ver en Paseos por Berlín (Errata Naturae).
A lo largo de esa misma década, Louis Aragon hizo lo propio con la capital francesa, y lo recoge en El aldeano de París (Errata Naturae). La mirada fenomenológica que propone Aragon se asemeja a la de un recién llegado y eso le permite dejar fluir su asombro. En cambio, el poeta Léon-Paul Fargue, en su callejeo incesante por los rincones del París de los años treinta narrado en El peatón de París (Errata Naturae), se centra en los estrechos vínculos que posee con los espacios y personajes de la ciudad, en una especie de plano-secuencia textual.
Jacobs ya alertó contra el reinado del automóvil y la destrucción de ciertos barrios en pro de una aparente modernidad
Hasta aquí la fascinación por las metrópolis europeas de principios del siglo XX y los nuevos modos de mirar que se aprenden al atravesarlas. Los situacionistas franceses añadieron una visión más crítica que diletante y, desde el otro lado del Atlántico, la periodista y activista urbana estadounidense Jane Jacobs presagió ya en 1961 tiempos difíciles para los paseantes en su Muerte y vida de las grandes ciudades americanas (Capitán Swing). Las amenazas que detectó fueron principalmente la segmentación de sus usos, el reinado del transporte privado y la destrucción de ciertos barrios en pro de una aparente modernidad. Jacobs plantea una serie de condiciones del estilo de “la mayoría de las manzanas deben ser cortas” o “el distrito ha de entremezclar edificios que varíen en edad y condición” que, de cumplirse, generarían diversidad social en las ciudades y garantizarían la recuperación de éstas.
El modelo que Jacobs critica está especialmente implantado en Estados Unidos y Gran Bretaña, pero se está extendiendo con rapidez a otras latitudes. Y como muestra de que su pensamiento sigue vigente, a su ensayo le ha brotado un retoño: El paseo de Jane (Modernito Books), un homenaje a las ideas y prácticas de Jacobs acerca de los usos de las calles — nada de vías despejadas y asépticas como las que soñó Le Corbusier—, y la puesta en práctica en Madrid de los paseos de Jane a cargo de varios colectivos como Basurama y Carabancheleando.
Barcelona cuenta también con una abundante bibliografía de paseos narrados. La argentina Ana Basualdo, que ya lleva más tiempo en Barcelona que en Buenos Aires, recorre en su último libro, Paseos por la Barcelona fugitiva (Paso de Barca), los barrios fabriles de altas chimeneas, y allí encuentra las huellas del tejido anarquista de la ciudad. Por su parte, Javier Pérez Andújar, en Paseos con mi madre (Tusquets), su homenaje a la periferia de bloques de ladrillo donde transcurrió su infancia, desvela paradojas perceptivas muy propias de la generación de los nacidos en torno a 1970: “Estaba yo más cerca de (…) las vallas metálicas y de las canastas de baloncesto de Harlem, estaba más cerca yo de todo aquel callejeo tan distante que del paseo de Gràcia o de cualquier otra calle del centro de Barcelona”.
Lo que se desprende de todos estos textos que narran desplazamientos pedestres es que, a pesar de que las piernas caminen por un ahora urbanístico, la cabeza puede muy fácilmente encontrarse instalada en un ayer, como le ocurre a Iain Sinclair en sus textos recopilados en La ciudad de las desapariciones (Alpha Decay). En ellos peregrina por el Londres del siglo XXI en busca de palimpsestos arquitectónicos, de los antiguos usos de los edificios actuales y de esos escasos resquicios alejados del control urbanístico que todavía quedan en la ciudad que celebró los Juegos Olímpicos en 2012 y cuyos barrios de la zona este sufrieron grandes modificaciones por este motivo.
La teoría que nos conduce a la práctica del paseo consciente procede de distintas disciplinas. Desde la concepción del espacio como algo político —pues su construcción implica una lucha de poderes— se enfocan las reflexiones de Henri Lefebvre acerca de este asunto en La producción del espacio (Capitán Swing). En Psicogeografía (Ariel), es desde su perspectiva de neurocientífico especializado en diseño urbanístico que Colin Ellard emprende su estudio sobre la influencia del entorno en la mente humana, que incluye conclusiones en las que la exposición continua a la naturaleza sale muy bien parada. Y para una revisión histórica de la práctica del caminar, es Rebecca Solnit en Wanderlust. Una historia del caminar (Capitán Swing) quien se encarga de recopilar y estructurar cientos de fragmentos escritos para armar la “historia secreta y no escrita” de la marcha bípeda. Otorgarle al acto de pasear un significado cultural es por lo tanto una acción metarreflexiva, ya que el paseo en sí es pura cavilación. Pasear da forma a las ciudades, tiene el poder de generar rutas y caminos, mapas y, por supuesto, producir una amplia literatura.
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