El narcisismo de los millenials, ese mito
Los millenials son una construcción ficticia ideada por los departamentos de marketing expresada a través de sus productos
Una de las frases más repetidas es “qué narcisistas son los millenials”, con sus selfies, sus palos de selfie y sus bolas-de-tenis-para-poner-el-celular-para-que-el-perro-mire-a-cámara-cuando-te-hagas-un-selfie. Curiosamente, ninguno de esos inventos los ideó un millenial, pero da igual, se ha creado un estereotipo que sirve para vender y habrá que mantenerlo y propagarlo. Pero realmente, ¿cuánta verdad hay en ese mito? ¿No es un poco superficial asumir que toda una generación “es narcisista”?
Basta con caminar por cualquier capital para empezar a pensar que meter en el mismo saco al mirrey que “tiene un amigo que una vez se coló en Coachella” y al emo que todavía cree que Jack Skeleton está de moda, es algo un poco absurdo. Ya a finales de los 60, los críticos de cine Jean-Louis Comolli y Jean Narboni hablaban de la idea del público o la gente como una construcción ficticia, creada por los medios dominantes y que solo se podía expresar a través de ellos.
Se ve en la publicidad de muchas películas: son los propios pósters los que anuncian el “éxito de público”, y no algún tipo de encuesta popular tapiada en la plaza del pueblo. La voluntad de “la gente” no la expresa “la gente”, sino que se la apropia el publicista de turno. De forma parecida, los millenials son una construcción ficticia, ideada por los departamentos de marketing y que solo puede expresarse a través de sus productos, ya sean aplicaciones gratuitas y abstractas como Instagram, o productos más evidentes como la ropa. Así que, dado que los millenials son una especie de animales mitológicos, ¿cuánto hay de verdad en su narcisismo?
La teoría más simple y directa es: los jóvenes se hacen muchas fotos, las suben a Internet y se publicitan a sí mismos = son narcisistas. No obstante, esa es una interpretación muy superficial. Al fin y al cabo, los retratos son tan antiguos como la propia humanidad y nadie cree que en el siglo XVIII eran ultra-narcisistas porque se pintaban a sí mismos al óleo.
Es más, la obsesión con la propia imagen es más una huida que una afirmación. Pero hay que ir más allá: ¿cuál es el incentivo de ser famoso, además del dinero? Que la carga de la identidad se transfiere del famoso al público. Es decir, cuando te haces famoso, dejas de ser el encargado de mantener tu propia identidad, y esa responsabilidad pasa al público, que crea esa imagen por ti.
Cuando te haces famoso, dejas de ser el encargado de mantener tu identidad. Esa responsabilidad se transfiere al público
Por ejemplo, el dilema de Birdman era el intento de un actor famoso por recuperar su identidad, en manos de un público que había decidido que era un superhéroe, cuando él quería demostrar que era otra persona. James Franco contaba en The New York Times qué difícil resulta para un actor famoso mantener una identidad, y no dejarla en manos del público. Explicaba que todos los actos extraños de Shia LaBoeuf eran un esfuerzo por parecer tan errático que el público se diese por vencido y dejase de intentar crearle una imagen más allá de “actor errático”.
Así que cuando subimos cientos de fotos a Internet, realmente buscamos derretir nuestra identidad en una galaxia de billones de pixeles, donde a través de la exposición, nos hacemos anónimos. Somos un perfil más, una foto más, 1080x720 pixeles más.
En cuanto consigas suficiente número de followers, ellos sabrán quién eres y, a través de la mentalidad predictora de Internet, sabrán que vas a hacer/postear antes de que lo hagas. Se acabó la pesada tarea de explicar quién eres.
Pero junto al narcisismo millenial existe otra característica muy común que parece difícil de compatibilizar: el celo por la privacidad y la defensa de la intimidad. Una queja muy común es “pero cómo ahora se quejan de que les violan la privacidad si se pasan el día exhibiéndose públicamente”.La unión de esas dos tendencias (exhibición vs. privacidad) tiene fácil solución: Freud teorizaba que, gracias a la tecnología, “el hombre se ha convertido en un dios con extremidades artificiales”. Las principales cualidades que atribuimos a los dioses son la omnipotencia y omnipresencia, y gran parte de la tecnología se esfuerza en darnos esas virtudes.
Por lo tanto, a través de estas nuevas tecnologías, lo que ansiamos es fundamentalmente, ver sin ser vistos. Convertirnos en dioses de Facebook para que la pesada tarea de señalar nuestra identidad recaiga en nuestros seguidores y, como verdaderas deidades, podamos dedicarnos a mirar a los demás desde el anonimato de la fama.
Al fin y al cabo, la construcción de la propia identidad nunca ha sido tarea tan titánica como en el siglo XXI. Nunca antes han existido tantas variantes y herramientas para forjarse una. Por tanto, es una tendencia perfectamente comprensible: querer rehuir esa tarea, encargársela a otros, librarnos de la carga de tener que likear, retuitear y confeccionar playlists que expliquen quiénes somos en realidad.
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