Violentos y culturetas
Eduardo Sacheri, último Premio Alfaguara; Richard Parra, Lina Meruane o Edmundo Paz Soldán
En esta minirruta esperamos que el relumbrón amarillo de las Cinco esquinas, de Vargas Llosa, o la milagrosa síntesis de crítica y suspense de Eduardo Sacheri en La noche de la usina, Premio Alfaguara, no opaquen la singularidad de otros autores. Incluso de otras editoriales que se esfuerzan por dar a conocer una literatura que cada vez cuesta más agrupar bajo el marbete de “lo latinoamericano”. Por su riqueza y complejidad. Así, en Los niños muertos (Demipage), Richard Parra, enfocando la Lima depauperada, da forma literaria a las razones políticas y económicas para la existencia de la carne de cañón; su estilo es nítido, ágil y de una mansa violencia llena de naturalidad. Demipage es uno de esos sellos que nos hacen llegar otras miradas. Como Eterna Cadencia, donde aparece Fruta podrida, de la chilena Lina Meruane: con lirismo feroz nos ofrece una imagen poco alentadora sobre el nexo entre capitalismo y enfermedad. Otra chilena, Yosa Vidal, se atreve a componer una novela picaresca, El Tarambana (Mármara), en torno al golpe de Pinochet. Anagrama da voz a dos argentinos excepcionales: Martín Kohan, que deslumbra con su concepción de la negrura en Fuera de lugar, y Mariana Enríquez, que en los relatos de Las cosas que perdimos con el fuego busca el rostro político del género de terror y lo encuentra en la historia argentina: fantasmas, niños de la calle y las adolescentes de un cuento buenísimo —‘Los años intoxicados’— nos ponen los pelos de punta. También destaca la pesadilla de armas químicas y cárceles de Las visiones, del boliviano Edmundo Paz Soldán (Páginas de Espuma). En Random House sobresale Las tierras arrasadas, de Emiliano Monge, una road novel que con estilo arisco visibiliza la trata de personas en las fronteras mexicanas, esclavos en el mejor de los mundos. También en Random, Sudor, de Alberto Fuguet, presenta una aguda disección del campo literario. Como De los otros (Sexto Piso), donde, con humor, Mariano Peyrou se atreve a hacer afirmaciones sobre el estado de la cultura. Y de los culturetas.
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