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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuéntame

En este clima en el que la burla se disfraza de opinión y la información se viste de ráfaga de metralleta la han tomado ahora, y desde instancias oficiales, contra la serie

Ana Duato e Imanol Arias.Vídeo: EFE / EL PAÍS VÍDEO
Juan Cruz

En este clima en el que la burla se disfraza de opinión y la información se viste de ráfaga de metralleta la han tomado ahora, y desde instancias oficiales, contra la serie Cuéntame porque sus dos intérpretes principales, Imanol Arias y Ana Duato, tienen problemas, de diferente tenor, con Hacienda. Nadie sabe a ciencia cierta lo que pasa, pero, como más vale un retuit que una indagación, el periodismo precipitado ha metido en el mismo saco la serie, la productora que la realiza, la cadena (pública) que la emite con éxito y, por supuesto, ha puesto en la picota a los citados protagonistas.

Del periodismo precipitado tenemos buena muestra todos, pues no deja títere con cabeza desde su posición de tirachinas del rumor. Pero asombra que el vilipendio venga ahora de esas instancias desde la que se tira contra Cuéntame, sugiriendo que es un problema “ético” tener ahí a Arias y a Duato.

Si esa sugerencia se siguiera drásticamente, es decir, si esto no fuera lo que parece, una broma, esa cadena, La 1, así como las cadenas que emiten cine, fútbol y política, tendrían que ir a negro, pues es más fácil lanzar la sospecha que limpiar el lodo.

La serie Cuéntame está basada en la realidad española desde Franco hasta ahora; la siguen más de tres millones de espectadores con una fidelidad altísima y estable. A los españoles se nos hurtó, en el franquismo, la verdadera historia de la España vencida. Cuéntame ha hecho (y hace) ese trabajo imprescindible sobre una Transición ahora tergiversada. Que Imanol Arias y Ana Duato sean los protagonistas le ha dado vigor a esa película del pasado. Que instancias oficiales cuestionen su presencia porque en sus vidas privadas tienen problemas (reales o atribuidos) es un reflejo de este macartismo que hemos precipitado los medios y la política sobre el prestigio de las personas. Como si deshonrar fuera benéfico.

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