El artista en constante ascenso
Una exposición en el Palazzo Grassi de Venecia descubre la complejidad y los enigmas escondidos en la obra del Sigmar Polke, fallecido en 2010
Las salas del Palazzo Grassi, imponente templo de mármol blanco pegado al Gran Canal de Venecia, han cobrado el aspecto de un laboratorio dedicado a amalgamar inusitadas sustancias. En ellas se mezclan el acrílico y la arcilla, la resina y el poliéster, la laca y el lapislázuli, el arsénico y la piedra de un meteorito, el nitrato de plata y las setas alucinógenas. Para Sigmar Polke, que firmó el centenar de lienzos reunidos en su interior, la pintura era una actividad muy parecida a la alquimia: consistía en experimentar con vulgares metales hasta convertirlos en oro.
Hasta el 6 de noviembre, el museo veneciano expone una selección de obras del pintor alemán fallecido en 2010, en su mayoría propiedad del millonario francés François Pinault y que hace 10 años adquirió este palacete veneciano para exponer su colección de arte contemporáneo. Para conmemorar el aniversario, el escogido ha sido Polke, uno de sus artistas favoritos. Nacido en la Silesia, este inclasificable artista fue un alumno aventajado de Joseph Beuys en Düsseldorf antes de convertirse en miembro fundador del llamado realismo capitalista, variante alemana del pop art.
Otro de sus impulsores, Gerhard Richter, primero su amigo íntimo y después su némesis, se llevó la fama y la gloria. El ascenso de Polke fue más pausado: aborrecía los egos sobredimensionados, el culto a la personalidad de los creadores y los exagerados precios hacia los que se encaminaba el arte. Lo que no impide que, cinco años después de su muerte por un cáncer, Polke sea celebrado como uno de los grandes. La exposición, que sigue una inhabitual cronología invertida y prescinde de texto explicativo para favorecer el contacto directo con su obra, revela el juego de contrastes que estructuró toda su producción. En el lenguaje artístico de Polke, uno se tropieza con los cómics, el cine de indios y vaqueros y la estética naciente del punk, pero también las enseñanzas de Goya, Durero y Blake.
En sus lienzos conviven la alta y la baja cultura. La figuración, con la abstracción. La pintura, con la fotografía. La historia del arte, con la época tormentosa y exultante que le tocó vivir, esa que va del final de la Segunda Guerra Mundial a la evaporación de las utopías. El artista superó esas categorías binarias propias de la modernidad, consciente de que el modelo de las vanguardias se había agotado. “La posmodernidad no fue teorizada hasta los ochenta, pero Polke ya se había convertido en posmoderno dos décadas antes”, confirma el comisario de la exposición, Guy Tosatto, experto en su obra. Su apuesta consistió en conjugar elementos del pasado para construir un arte del futuro. “En su obra existe una tensión constante entre la creación y la destrucción. Creía que toda muerte implica un renacimiento, que la semilla debía desaparecer para que la planta pudiera germinar”, añade el comisario.
Resurrección póstuma
En los años transcurridos desde su muerte en 2010, Sigmar Polke ha sido objeto de una especie de resurrección. Los grandes museos del planeta, que ya contaban con sus obras en sus respectivas colecciones, le han prestado una atención renovada. El MoMA y la Tate Modern le dedicaron una gran retrospectiva en 2014, que lo inscribía definitivamente entre los grandes nombres del arte del pasado siglo. Esta primavera, el Städel de Fráncfort expone una selección de los primeros lienzos de Polke. En mayo, también ocupará un lugar destacado en la muestra inaugural del ampliado Museo de Arte Moderno de San Francisco (SFMOMA).
Su cotización también se ha disparado. En 2011, uno de sus cuadros, Dschungel (1967), una puesta de sol de aspecto falsamente serigrafiado, fue vendido por 8 millones de euros. En 2015, el mismo cuadro fue revendido por más de 24 millones.
En las últimas décadas, numerosos artistas se han reclamado herederos de Polke, como John Baldessari, Martin Kippenberger, Richard Prince, Julian Schnabel o Fischli & Weiss. “La extrema libertad de tono y de forma que demostró suele inspirar a sus semejantes. Para los artistas, su obra supone una gran lección. Polke les incita a abrirse, a soltarse, a ser ellos mismos: solo así lograrán encontrar su verdad”, explica Tosatto.
Lienzos ambiguos
La hija del pintor, Anna Polke, que estos días ultima su catálogo razonado, confirma sus palabras. “Lo que suele sorprender más es la cantidad de ideas novedosas que circulan por su arte. Cada vez que se ponía frente al lienzo, mi padre intentaba alcanzar algo totalmente nuevo”, explica. La ambigüedad que desprenden sus lienzos también favorece la fascinación que despiertan hoy. “Si dos personas observan uno de sus cuadros, es probable que vean cosas totalmente distintas”, añade esta actriz y fotógrafa de 51 años, que desmiente la imagen despreocupada y fiestera que su padre tiene en Alemania, a causa de sus conocidas experiencias con las drogas recreativas, de las que también se sirvió para pintar sus cuadros. “En realidad, trabajó mucho. Empezó a pintar a los 15 años y nunca lo dejó. De todas formas, tampoco tenía otro remedio”, asegura su hija.
De regreso a las salas, los trazos de su pintura metalizada e iridiscente parecen condensar mundos enteros. “Polke se avanzó a su tiempo ligando la inmensidad del espacio a las partículas más ínfimas de nuestra vida cotidiana”, sostiene la historiadora del arte Bice Curiger en el catálogo de la exposición. Paisajes serigrafiados de los sesenta conviven con lienzos tardíos inspirados por la gripe aviar. Misteriosas figuras circenses se juntan con un religioso que hace levitar unas tijeras flotantes. Polke no dejó ningún escrito teórico que ayudara a contextualizar su arte. Tosatto lleva décadas observando estas pinturas, pero reconoce que sigue sin entenderlas: “Existen obras de arte magníficas, pero que uno entiende a la primera. Con Polke sucede lo contrario: es como si uno nunca lograra esclarecer el misterio”.
Babelia
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