Monólogo exterior
Probablemente 'Nemo' sea la novela menos narrativa de ese autor con estilo inconfundible que es Hidalgo Bayal
Al igual que en Paradoja del interventor, empezamos en una estación de tren por donde se espera que llegue un forastero, magia y fascinación de una situación muy frecuente en la ficción. El que llega no tiene nombre como tampoco lo tienen los personajes locales denominados genéricamente el bodeguero, el carpintero, el herrero, el viejo, el ama o los gemelos e, incluso, la chiquillería (¡qué espléndida palabra se saca Hidalgo de la chistera!). El que llega, sin nombre verdadero, es el único que recibirá uno aunque inventado, Nemo, es decir, Nadie como Ulises o como el capitán de Veinte mil leguas de viaje submarino. De los movimientos y manifestaciones de esos personajes debe dar cuenta el escribano (otro nombre genérico), que es quien nos lo hace accesible a nosotros, lectores, pues, como los escribanos de otros tiempos, ha recibido el encargo de dar noticia de todo lo referido a Nemo. Un trabajo difícil pues el hombre que acaba de llegar tiene decidido no hablar, no decir “ni mu”. Y, efectivamente, ni una palabra saldrá de sus labios.
Gonzalo Hidalgo Bayal (Higuera de Albalat, Cáceres, 1950), es un autor audaz, poseedor de un estilo inconfundible que bebe de su admiración por Sánchez Ferlosio y puede relacionarse con el primer Luis Landero, el de Juegos de la edad tardía mientras la descripción de algún carácter en especial y algunos rasgos de estilo lo acercan a Elias Canetti.
Hay que decir que probablemente Nemo sea la novela menos narrativa del autor como la quintaesencia de una poética siempre en ciernes en la obra de nuestro autor. Un discurso largo y cuidadoso en el que puede decirse que el único hecho “real” es la llegada del enigmático forastero, poseedor del silencio absoluto frente a “nosotros, infelices parlanchines”.
El resto consiste en ver, observar y vigilar para que el escribano pueda saberlo todo, anotarlo y producir un discurso pausado, reflexivo y especulativo. “Monólogo exterior” lo llama un personaje, socarronería del autor para regocijo del lector. Sin embargo, no le están vedadas las anécdotas significativas, las historias breves (la del cazador legendario y la del predicador enloquecido son estupendas) y la presencia gozosa de paradojas y refranes (Hidalgo no se ocupa esta vez de sus amados palíndromos). No es, desde luego, un libro de fácil lectura, pues exige del lector una larga y muy atenta dedicación, pero creo que el esfuerzo se ve largamente recompensado. No negaré que no se encuentren pasajes desalentadores, pero son compensados por segmentos absolutamente deslumbrantes, cuando el poder reflexivo del autor llega hasta los huesos. Por ejemplo, el capítulo 24, donde se pondera el valor infinito de la palabra, o el 90, en el que la piedad impone inesperadamente su ley.
Nemo. Gonzalo Hidalgo Bayal. Tusquets. Barcelona, 2016. 285 páginas. 18 euros
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