Una última rumba para Papa Wemba
Si los congoleños no pudieron elegir democráticamente a sus gobernantes sí que tuvieron la posibilidad de escoger a sus reyes musicales
Con la noticia de la muerte de Papa Wemba el morbo estaba servido: sus problemas con la justicia francesa en 2003, cuando le acusaron de traficar con inmigrantes y fue encarcelado en París, iban a ser destacados en sus obituarios. Tampoco podía obviarse su papel como principal impulsor en Kinshasa del movimiento de la SAPE (Sociedad de los Ambientadores y Personas Elegantes), que llevaba a sus seguidores a singularizarse vistiendo trajes de marca.
Papa Wemba era todo un personaje. Para poder comprenderle mejor habría quizá que remontarse al Congo propiedad de Leopoldo II, el genocida rey de los belgas, que dirigió el territorio centroafricano como lo hubiera hecho el amo más cruel de una gigantesca plantación de esclavos. Otro siniestro episodio de la historia de Europa.
Jules Shungu Wembadio, Papa Wemba, nacido en 1949, creció en el Congo colonial. De niño le había impactado Molokai, la isla maldita, una de esas películas que los misioneros blancos proyectaban al aire libre en el barrio de Matonge, en Kinshasa. Así se explica que le pusiera a su centro de operaciones en la ciudad el nombre de Village Molokai. Tenía 11 años cuando se proclamó la independencia del Congo el 30 de junio de 1960.
El nuevo estado necesitaba una nueva música para los nuevos tiempos. La rumba congoleña –también conocida como soukous-, cuya raíz estaba en la rumba cubana mezclada con ritmos tradicionales africanos, vino a cumplir ese papel. Si los congoleños no pudieron elegir democráticamente a sus gobernantes –el nombre de Mobutu aún provoca escalofríos- sí que tuvieron la posibilidad de escoger a sus reyes musicales. Franco fue probablemente el mayor de todos, con permiso de Joseph Kabasele Le Grand Kallé o de Tabu Ley Rochereau. Y Papa Wemba, sin duda, uno de ellos.
Desde el Congo -ahora República Democrática del Congo- se exportó la rumba a otras regiones de África. A principios de los años sesenta se convirtió en la banda sonora de muchos procesos de independencia. Formando parte primero del grupo Zaiko Langa Langa, y después con su Viva la Música, Papa Wemba le dio la vuelta a la rumba. Su planteamiento innovador la acercó al rock: se prescindía de los metales y las guitarras eléctricas entraban en primer plano. Sus compañeros de Zaiko le apodaron “Jules Presley”.
Como tantos otros artistas africanos, se vio obligado a diferenciar entre la música que ofrecía a los públicos de África y la que cocinaba para los gustos occidentales. Para agradar a éstos últimos contó con Martin Meissonnier. En 1988, con ayuda del productor francés, grabó un primer disco en París y llamó la atención de Peter Gabriel, que le contrató para publicar sus siguientes grabaciones. Papa Wemba se ha ido desde un escenario, en un concierto. Nada de hacerlo discretamente. No era el estilo de este músico rebelde y abierto a todas las influencias. Su muerte se llora hoy en África tanto o más que la de Prince. Y, en muchas capitales del continente, la rumba suena estos días por él.
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