De un planeta lejano
Almodóvar la lanzó a la fama, pero el descubridor de Chus Lampreave, casi treinta años antes, fue Jaime de Armiñán en sus primeras series. Yo recuerdo aquel súbito perfil de pájara insólita, aquel descoyuntado garabato existencial, aquella verdad instantánea, algo así como la versión angélica y alunada de Lola Gaos. Esas cómicas que parecían pilladas en la calle, puro neorrealismo, o en una portería, recién llegadas del pueblo, aunque la señorita Lampreave era pintora, o aspirante, en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. El mundo de las hermanas Santonja. Y de Armiñán, por supuesto. Gente maravillosamente rara, volatinera, vainiquísima.
Digo pillada en la calle pero venía de un planeta lejano, con el paisaje (descampados, farolas solitarias) que aparecía en los fondos de viñeta del Tiovivo, y aquellos interiores con jarrones fusiformes que dibujaba Vázquez: el planeta de las hermanas Gilda. ¿Una hermana Gilda posible para Chus Lampreave? No he de buscar mucho: la no menos enorme Laly Soldevila. Criaturas inclasificables, dulcísimas niñas eternas que quizás no habían pensado dedicarse a la farándula pero alguien les dio el empujón, y allí se quedaron, con ojos de buscar piso en el centro de un escenario o un plató, para que Armiñán o Berlanga o Almodóvar pudieran escribirles papeles a la medida. El planeta estaba en sus cabecitas locas, autocreado para salvarse del tedio o las amenazas que brotaban al anochecer, a la vuelta de cada esquina: el Caco Bonifacio con su garrote atravesado por un clavo, doña Urraca con la punta del paraguas untada de cianuro bilioso.
En el patio central de ese planeta juegan Tip y Peliche y las Muñoz Sampedro a las cuatro esquinas, y Jesús Franco y Rafaela Aparicio cuando escapan de la omnipresente vigilancia de Tota Alba.
Y Luis Ciges, claro. García Sánchez me contó que al padre de Ciges le pegaron cuatro tiros por rojo delante del chaval, y el chaval se pasó la guerra vagando, perdido, con un cable pelado, decía, y se alistó en la División Azul, en la misma compañía que Berlanga, para limpiar la mancha, y no sirvió de nada, por supuesto. La melancolía de P. Tinto y la dulce majarancia de tantísimos otros personajes no se la regalaron.
Quien más quien menos hemos tenido nuestra tía Chus y nuestra tía Laly y nuestro tío Luisito. Yo tuve a mi tío Juan Manuel, que de crío se escapó en el carromato de una familia gitana y le atraparon cuando enfilaba la provincia de Toledo. Y que fue, leyenda familiar, el primer nacional que entró en Madrid antes que su batallón (y en bici) porque quería ver a sus primas. Si le hubieran empujado a escena quizás hubiera sido un cómico de narices. ¿Fauna irrepetible? No, porque el planeta sigue enviándonos visitantes: Luis Bermejo, Esperanza Pedreño, Javivi, Jordi Vilches, Nuria Mencía, Enrique Martínez, y aquí paro porque la lista es abundante, y la divina locura más larga de lo que parece. Benditos seáis, niños y niñas.
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