Marc Almond, el hombre que no quiso reinar en la música pop
La gira de 'The velvet trail' llevará en unos días al artista a Madrid y Barcelona
Que Marc Almond eligiera funcionar en los márgenes del negocio musical al poco tiempo de haber grabado Tainted love con Soft Cell, es un dato que sirve para definir su condición de inclasificable. “Me gustan los retos y que estos sean aventuras. Cada vez que hago algo, sé que lo siguiente será distinto”, le contó a este periodista hace un año, intentando explicar una brújula creativa cuyas agujas han oscilado en diferentes direcciones desde que en 1981 grabara una de las versiones más famosas de todos los tiempos. De inmediato descubrió que el estrellato le interesaba más bien poco y priorizó sus necesidades artísticas. Puso en marcha otro grupo, Marc & The Mambas, que decepcionaron a los consumidores de pop electrónico que compraban los sencillos de Soft Cell. Almond estaba en su salsa trabajando junto a artistas díscolos como Nick Cave, Matt Johnson o Psychic TV; también prefería explorar otras posibilidades, como las que le brindaban las músicas mediterráneas, ostensiblemente ignoradas entonces por el pop hegemónico anglosajón. Todo eso durante los cinco primeros años de una carrera que, desde entonces y muy intermitentemente, ha dado algunos grandes éxitos más –Something’s gotten hold of my heart (1988), Jacky (1991)- pero que sobre todo ha sido fiel a una sensibilidad y una valentía reivindicada hoy por nombres como los de Antony Hegarty.
A Chris Braide, uno de esos jóvenes admiradores, hay que agradecerle la existencia de The velvet trail (2015), el último disco pop de Almond. Aprovechando la ventaja que le ofrece su posición como colaborador de estrellas como Beyoncé y Lana del Rey, Braide le envió a su ídolo algunas canciones que este terminó aceptando, no sin dejar claro que no tenía el más mínimo interés por volver a la primera división del pop. La gira de The velvet trail, que gracias a esas canciones hechas a medida se ha convertido en uno de sus mejores álbumes, le llevará en unos días a Madrid y Barcelona. Esta última fue durante mucho tiempo una de sus ciudades fetiche, sitio de recreo salvaje donde, además de realizar incursiones por el barrio chino y visitar bares que despachaban absenta, descubrió los cómics de Nazario y grabó canciones de Manolo García.
Pero eso fue en la segunda mitad de los ochenta y durante las tres décadas siguientes, Almond siguió explorando estilos aparentemente ajenos a su estilo y colaborando con un abanico de artistas tan amplio como extenso, con Beth Ditto, Jarvis Cocker, Current 93, Coil... Ha dedicado discos a la chanson y al cancionero popular soviético, impulsado por una curiosidad al margen de cualquier moda. Siempre rechazó la posibilidad de vivir de rentas y nunca ha sido un artista dispuesto a dejarse domesticar. Su único compromiso es el que ha firmado con su arte. El resto, tal y como viene demostrando desde hace tantos años, es secundario. Una actitud que a la vez alimenta su don para hacer canciones donde el melodrama, la mala vida y el apetito por vivir se convierten en excelsas melodías.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.