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Fábrica de sonidos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

LCD Soundsystem, algo grande

Murphy y sus amigos están aquí de nuevo y no vamos a hacerle ascos a la que continúa siendo una de las grandes formaciones de los últimos veinte años

Actuación de LCD Soundsystem en el Festival Sonar en A Coruña, 2010.
Actuación de LCD Soundsystem en el Festival Sonar en A Coruña, 2010. Gabriel Tizón

En cierta manera, es lícito que las noticias con respecto al retorno de LCD Soundsystem apenas cinco años después de su sonada disolución hayan provocado reacciones contrapuestas entre sus seguidores e incluso en la prensa, pero atendiendo a que James Murphy ha confirmado que habrá nuevo material y gira de la banda el debate ha perdido vigencia a toda velocidad. Murphy y sus amigos están aquí de nuevo y no vamos a hacerle ascos a la que continúa siendo una de las grandes formaciones de los últimos veinte años.

LCD Soundsystem se disolvieron el 2 de abril de 2011 después de una apoteósica actuación de más de tres horas y media de duración (recogida en parte en el emotivo documental Shut Up And Play The Hits), adorados por su audiencia y llorados por los aficionados y la prensa de todo el mundo. Los apenas nueve años de carrera del proyecto liderado por James Murphy –sí, LCD no sería lo mismo sin sus compañeros- culminaban en un ejercicio que tenía poco de megalomanía y mucho de celebración de la música pop rock. Y ese, permítanme que lo apunte, fue uno de los grandes logros de Murphy, que evitase sin demasiado esfuerzo convertirse a ojos del público en una de esas estrellas del rock presuntuosas y estúpidas.

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Murphy era un tipo de 40 años disfrutando de la música, disfrutando de su música con sus amigos, disfrutando de su momento y disfrutando del calor de la audiencia. Murphy era una estrella de carne y hueso, un tipo corriente al que el éxito no cambió –por lo menos no demasiado-, algo que su mensaje a los fans ofendidos no ha hecho más que subrayar. Pero hay mucho más. Porque, desde el momento justo en el que Losing My Edge surcó las ondas en 2002, nos encontramos con un músico de talento que nos contaba su realidad sin dobleces. James Murphy nos presentaba sus canciones, personales, bailables, sinceras e irónicas, pero compartía en público sus miserias, nos descubría las relaciones con su sello en forma de canción o reconocía públicamente todas sus influencias, sin pretender esconderlas bajo la alfombra. Al poco tiempo surgían bandas fantásticas como, por citar una, Arctic Monkeys, a las que veríamos crecer musicalmente y desarrollarse ante nuestros ojos, solo que a James Murphy no le veíamos con los mismos ojos. Murphy ya tenía los conocimientos, ya tenía el background, ya tenía las ideas, y solamente se trataba de dejarlas fluir. Y así llegaron tres discos redondos (LCD Soundsystem, 2005; Sound Of Silver, 2007; This Is Happening, 2010) y algunos regalos más (45:33, su álbum en directo, etcétera), pero sobre todo llegaron aquellos cambios que hicieron de James Murphy algo más que un tipo corriente con éxito.

Tras unos noventa en los que faltaba tomarse las cosas a pitorreo, llegó Murphy y, al frente de LCD Soundsystem o de DFA, nos devolvió con sus canciones y sus textos el sentido del humor, la sencillez, la exaltación de la amistad, el respeto al legado de otros, el retorno al rock para bailar, la cohesión perfecta entre la música electrónica, el post-punk y el pop. Y todos nos dejamos llevar por el encanto y el talento de un tipo capaz de firmar un buen puñado de canciones redondas y defenderlas junto a sus amigos frente a miles de personas con sus pantalones arrugados, con sus canas disparadas hacia el cielo, con su desastrosa barba de cinco días. Pero incluso así nadie le dio la oportunidad de ser el gran cabeza de cartel de los festivales, algo que este retorno sí va a brindarle, sea en Coachella, sea en Londres o sea -esperemos- en nuestro país.

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