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Demasiadas líneas rojas

La novela de Beatriz Rodríguez aborda un asunto criminal en un medio rural inventado, y falla en el uso del punto de vista

J. Ernesto Ayala-Dip

Los críticos solemos poner algunas líneas rojas cuando leemos. Es lo que hace distintivo una reseña de periódico de una investigación erudita. Una funciona con el instinto literario (además del saber) y la otra con el saber. Una es falible, como toda lectura basada en el gusto (además del saber) y la otra tiende a lo contrario. Ejemplos. Si leo una novela donde la voz omnisciente emplea el neologismo “rumorología”, tiendo a descorazonarme. Si esa misma voz incurre en un vulgarismo de calado como “follar” (que lo dice la voz omnisciente y no un personaje, y por eso es un vulgarismo), comienzo a alarmarme por lo que seguirá después. Y ya no digamos lo que me asusto, sobre todo por el mal gusto, si leo una cláusula como la siguiente: “La punta del clítoris le sabía a almendras”. Si leo también una frase como esta otra: “La reacción de Fernando ante el tema del asesinato le había resultado falsa”, también se me cae el alma a los pies. Otra línea roja que se enciende en mi lectura es cuando un libro incluye en cada capítulo una receta de cocina (excepto cuando se trata de un libro de cocina). Y si eso ocurre en una pretendida novela con intriga (aunque también lo es generacional) mi desánimo aumenta exponencialmente, porque pienso que eso ya lo hizo Manuel Vázquez Montalbán mucho mejor y con más argumentos narrativos, dada la singular idiosincrasia de Pepe Carvalho.

Todo esto viene a cuento de la publicación de Cuando éramos ángeles, la nueva novela de Beatriz Rodríguez. Las líneas rojas que me saltaron mientras la leía, son las descritas más arriba. Hay otra más, aunque para mí la más grave de todas, junto a las otras, es el infortunado uso del punto de vista. La novela aborda un asunto criminal en un medio rural inventado. Hay una protagonista, Clara Ibáñez, que es periodista y se compromete en la intriga. Hay otros personajes, descritos en épocas diferentes, seguidos en su desarrollo moral y psicológico, que se convierten en óptimos sospechosos. Clara es periodista pero sus andanzas recuerdan más a un detective de serie policiaca española. Tiene que lidiar, además, con el cacique del pueblo y otras cuestiones afines con el caciquismo.

Volvamos al punto de vista. Después de Henry James sabemos que la narración omnisciente no tiene ningún sentido si no se focaliza en la conciencia del personaje central. Esa enseñanza fue crucial para el posterior desarrollo de la novelística contemporánea. No solo liquidaba la subordinación de los personajes al dictamen del Señor que narraba, sino que inauguraba la auténtica verosimilitud narrativa. En la novela de Beatriz Rodríguez la voz omnisciente funciona a su antojo (al antojo de la autora). No hay manera de hallar en los personajes que rodean a Clara algo tamizado por su conciencia, un mínimo rastro de visión oblicua de los hechos. La inapropiada voz que inventa Beatriz Rodríguez es tan desordenada, que un servidor terminó por aferrarse solo al buen hacer que emplea la autora en los tramos descriptivos.

Cuando éramos ángeles. Beatriz Rodríguez. Seix Barral. Barcelona, 2016. 256 páginas. 18 Euros

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