El vientre del error
Caer en el error es, para la Iglesia, sinónimo de caer en brazos del pecado. El pecador no solo transgrede y desafía a Dios sino que se degenera, tiende hacia el infierno y a llevar una vida de perdición. Maldad, detritus, desperdicio sería el balance sagrado. Y, sin embargo, paradójicamente, la auténtica creación, cósmica o artística, necesita del milagro exceptuado para lograr una excelencia superior.
Alabar el error sin condiciones sería tan simplista como adorar ciegamente una supuesta verdad, pero hay numerosos pasajes en que precisamente el error desnuda, aclara y mejora diabólicamente la cuestión. El canon de la asimetría es un ejemplo. La simetría es la armonía, cosa celestial, mientras la asimetría conlleva una idea tarada, en manos de la decadencia o la aberración. El escote asimétrico, la falda de largos desiguales, el raro corte de pelo en los actuales deportistas, son casos en los que la moda se complace (obviamente) en la transgresión. El pecado inspira a partir de su penada voluptuosidad y, en las artes, sobre todo, lo nuevo procede de alguna valiente insurgencia o depravación.
En el proceso de hacer un cuadro, por ejemplo, caben dos opciones frente a la constatación de haber cometido un error: o corregirlo enseguida o prestarle especial atención porque, sin duda, el error, cualquiera que sea, habla siempre con mayor elocuencia que lo correcto.
La serendipia es algo diferente al error pero, en buena parte, lo corteja. La serendipia alude al episodio de adquirir conocimientos nuevos sin haber ido a buscarlos y felizmente sobrevenidos por azar. Son de esa clase los éxitos que permitieron a Colón descubrir América y a los laboratorios Pfizer forrarse con la Viagra. Colón erró queriendo arribar a las Indias y Pfizer obtuvo el prodigio cuando se encaminaba correctamente (aburridamente) hacia la hipertensión.
En el mundo del arte, todo lo estrictamente nuevo procede de haber practicado (por azar o por error) una forma que no gozaba hasta entonces de formulación. De ahí que el verdadero innovador, el gran artista, aparece, de vez en cuando, como una suerte de iluminado.
En el mundo de la verdad se ha inventariado casi todo pero en el mundo del error, asociado al terror, no se ha explorado tanto. Si un color o un trazo no encajan en el cuadro, el lienzo tiende a repudiarlo de todo corazón. Pero, como con la Viagra, ¿no será acaso que la investigación y el cuadro son vulgares y lo errado impulsa con fuerza hacia la revisión total?
Ninguna obra maestra halló su gloria en la obediencia de la repetición. Más bien fue la fuerza de lo vetado o condenado antes quien le procuró su excelencia y en contra de la ecuación convencional.
Dar en el blanco establecido decolora. Por el contrario el tecnicolor y el cinemacope, el cubismo, el dadá o los quantos son resultados de haber hurgado insidiosamente en el inaugural vientre del error.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.