El discurrir de la vida según Paz Errázuriz
La Fundación Mapfre presenta la primera gran retrospectiva de la fotógrafa chilena
La manzana de Adán, que da título a una de las series fotográficas de Paz Errázuriz (Santiago de Chile, 1944) parece ser la misma que en demasiadas ocasiones mordieron los protagonistas de sus retratos. Aquellos cuyo paso por el paraíso fue fugaz. Desterrados del Edén, son los olvidados y estigmatizados de la sociedad chilena; indigentes, ciegos, frágiles boxeadores, melancólicos tanguistas, travestis, enfermos psiquiátricos, ancianas vestidas de reinas y personajes circenses. Toda una galería de perdedores en cuyos rostros y actitudes quedan reflejadas las vivencias más lacerantes de la condición humana. Y cuyo poder reside en que pese a su marginalidad no nos resultan ajenos, el espectador es capaz de identificar esas vivencias como las suyas propias.
La Fundación Mapfre ofrece hasta el próximo 28 de febrero la posibilidad de pasearse por el peculiar universo de la fotógrafa chilena a través de su primera gran retrospectiva. Un recorrido por cuatro décadas de trabajo que abarca más de ciento setenta obras divididas en grupos temáticos y dos vídeos. La artista que recibió el pasado mes de junio el Premio PHotoEspaña 2015, goza de un buen prestigio internacional habiendo representado a Chile en la última Bienal de Venecia.
“A Errázuriz le interesan las individualidades, los sentimientos, la afirmación en medio de la exclusión”, escribe Gerardo Mosquera en el catálogo que acompaña a la exposición. De ahí que la fotógrafa evite dar una visión tremendista y caer en estereotipos; sus personajes viven, por tanto sufren, pero también ríen y disfrutan. Sus locos son locos enamorados que trascienden a la opacidad de su existencia. Por encima de todo está su condición humana.
La artista rechaza el término marginal, y repudia la predisposición condescendiente y moralista que se suele utilizar al referirse a los sectores sociales 'bajos'. La comparación con Diane Arbus resulta por tanto inevitable, ambas necesitaron intimar con los retratados antes de fotografiarlos, pero es el resultado final el que las diferencia. En Arbus la excepcionalidad nos perturba mientras que en Errázuriz nos enternece. En su libro Sobre fotografía, Susan Sontag dedicaba algunas de sus críticas más duras a Arbus, acusándola de tomar fotografías de ”gente patética, que despierta compasión, así como repulsiva” desde la superioridad “desde la distancia, desde el privilegio, consciente de que lo que se le está pidiendo al espectador que vea, es a otro”. De esta forma, Sontag subrayaba la naturaleza predatoria de la fotografía de la que no es fácil escapar. “Hacer una foto es muy atroz, muy agresivo, es muy valiente el acto de quien se deja fotografiar. Hay una cantidad de pactos silenciosos que tú no puedes traicionar “ decía Paz Errázuriz, en una entrevista de 2004 con Rosario Mena. Y es probablemente en ese pacto silencioso y en el respeto al fotografiado donde se afianza la dignidad que destilan sus personajes.
“Yo revierto el término minoría. Son absolutamente mayoría. Los súper sofisticados y los súper privilegiados son en realidad una minoría”, dice la fotógrafa que también ha sometido la suficiencia y ostentación de la clase pudiente a su escrutinio. Según Juan Vicente Aliaga, comisario de la exposición, el objetivo de Errázuriz es “desestabilizar el orden visual normativo. Un orden que se sustenta en los valores clasistas burgueses, en la ley patriarcal, en la hegemonía masculina y heterosexista, en el lenguaje del hombre blanco”. Este propósito de desestabilización surge de sus inicios en la fotografía en una época de sombras, en plena dictadura de Pinochet, cuando se lanzó a recorrer la realidad de las vigiladas calles de Santiago, actitud temeraria, mucho más por ser mujer. Cuatro décadas después su obra atraviesa la historia de Chile a través de su mirada, pero sin ninguna ambición de cronista sino de observar al individuo, de dar voz a los que no la tienen y afirmarlos como sujetos. Su obra sirve como testimonio de una sociedad pero a través de sus gestos no de sus hechos.
El paso del tiempo y sus consecuencias es otra de las obsesiones de Paz Errázuriz de suerte que convierte tanto a los niños, a los ancianos, como a los muertos en protagonistas de sus imágenes. En su obra la artista incide en el culto a la belleza que predomina en nuestra sociedad y en cómo una excesiva exaltación a la juventud nos ha llevado a arrinconar la veteranía y la sabiduría de nuestros mayores, y lo hace adentrándose en un tema que sigue resultando incómodo, su deshinibida desnudez.
Para Paz Errázuriz la belleza radica en el devenir de la vida, en la vulnerabilidad del ser humano y en su experiencias por muy insólitas, remotas y clandestinas que lleguen a ser.
Fundación Mapfre. Barbara de Braganza, 13. Madrid. Hasta el 28 de febrero de 2016.
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