Gloria Steinem: “Las urnas son el único sitio donde todos somos iguales”
La escritora y líder del movimiento feminista de los años 60 publica 'My Life on the Road'
Gloria Steinem ha escrito su primer libro dedicado a lo que más ha hecho y de lo que menos ha hablado: vivir en la carretera. My Life on the Road, una autobiografía tejida a base de anécdotas coleccionadas en todos los rincones de Estados Unidos es “la historia de una nómada moderna”. Tras más de dos décadas en las que no pasó ni una semana sin subirse a un avión, Steinem ha regresado a la carretera, a sus 81 años, para promocionar su trabajo. A su edad, y tras su papel en el movimiento feminista de los años sesenta, esta podría ser una gira de recuerdos, de memorias de aquel momento clave en la sociedad estadounidense. Pero la historia de Steinem es otra, y estas semanas son en realidad una continuación del trabajo de una activista que nunca ha dejado de serlo.
“Solo me preocupa lo que ocurra mañana por el hecho de que nos hayamos reunido hoy aquí”. Steinem lleva más de una hora sentada en el borde del sillón en el escenario de una sinagoga en Washington, donde acaba de presentar su libro. Nada más llegar confiesa que no ha venido a hablar, sino a escuchar. En su biografía explica que se convirtió en oradora y organizadora de campañas, pero era “lo último que podía imaginar” que haría. Le recompensó con la oportunidad de escuchar y permanecer conectada para siempre con el pulso del país.
“Uno de los caminos más simples hacia el cambio es que los menos poderosos hablen tanto como escuchan y que los más poderosos escuchen tanto como hablan”, escribe Steinem en My Life on the Road. En Washington predica con el ejemplo. La primera espectadora en tomar la palabra le pregunta por qué cree que es tan importante que las mujeres confiesen sus abortos. Se refiere a uno de los últimos fenómenos protagonizado por las estadounidenses, que a través de blogs y redes sociales están narrando sus experiencias. Steinem lo hizo hace varios años y ahora le dedica su biografía al doctor londinense que le atendió.
Contar que ella representa a una de cada tres estadounidenses que necesitarán un aborto a lo largo de sus vidas, asegura, le sirvió para entender que “la justicia social nunca se puede alcanzar si no decimos la verdad”. “Este fue el problema que me hizo entender, cuando algunas mujeres empezaban a contar que habían abortado y yo todavía no lo había reconocido en público, que cuando cuentas la verdad, descubres que no estás solo y los demás pueden respetar tus decisiones”.
Nacida en Toledo (Ohio) en 1934, alcanzó la mayoría de edad en unos años 50 en un país en el que “nunca había visto una mujer casada que tuviera vida propia” y asumió que “tener un hogar tendría que esperar hasta que tuviera un marido e hijos”. El primer marido llegó en 2000, pero Steinem enviudó a los tres años. Nunca tuvo hijos.
La activista explica en su último libro que su vida en la carretera quedó marcada con un antes y un después por la primera Conferencia Nacional de Mujeres que ayudó a organizar en Houston en 1977, “un evento del que puede que nunca hayan oído hablar”, organizado con la activista y congresista Bella Abzug, “una mujer que nunca pensaba en pequeño”, o Maxine Waters, —entonces legisladora en la Asamblea estatal de California, hoy en el Congreso—, responsable de llevar a Houston a 300 activistas del grupo parlamentario Afroamericano y presente en el escenario en Washington.
Steinem ha venido a presentar un libro pero su actitud hace dudar si es más activista que escritora. Una estudiante se acerca al micrófono. Acaba de fundar un grupo en su universidad para mujeres matemáticas. Cada vez que publican sus actividades en Internet, explica, reciben comentarios agresivos de usuarios que se preguntan por qué hace falta un grupo de mujeres matemáticas. “¿Qué les contestarías tú?”, le dice a Steinem. “Que hace falta porque los hombres ya tienen una y se llama Matemáticas”.
Una joven descendiente de americanos nativos le pide consejo para crear una campaña que difunda las reivindicaciones de esta comunidad. “Empieza aquí mismo, cuéntanos lo que necesitamos saber”, le contesta. La joven enumera desde la alta tasa de abusos a mujeres nativas hasta la pobreza o el impacto que hubiera tenido en esta comunidad la construcción del oleoducto Keystone.
La justicia social nunca se puede alcanzar si no decimos la verdad”
La confianza tranquila de Steinem en el escenario no desvela ninguna de las inseguridades que recuerda en sus memorias. Dice que se sintió “avergonzada” cuando escuchó a Gay Talese decir en su presencia, dentro del mismo taxi, que “Gloria era la chica guapa que llega todos los años a Nueva York para ser escritora”. Sin citar al responsable, recuerda que también le rechazaron en una entrevista de trabajo con el argumento de “no queremos una chica guapa, queremos un escritor”. Eran los años 60, el presidente Kennedy acababa de ser asesinado y Steinem buscaba un hueco en el periodismo de Manhattan. “En Time los hombres escriben, editan y ascienden; las mujeres buscan documentación, una y otra vez”, escribió en 1968 en las páginas de la revista New York. “El gueto sexista en periodismo no era un techo de cristal, era una caja de cristal”, recuerda ahora.
Steinem creó su propia publicación, Ms. y formó parte del equipo de fundadores de New York, donde cubriría la campaña electoral de Richard Nixon. El resto de su activismo permanece vinculado a los campus universitarios que empezó a visitar en los 70, “cuando la guerra de Vietnam empezaba a dar poder a los estudiantes como una nueva fuerza política”. Después llegarían muchos más movimientos. Entonces las universitarias iniciaron marchas para denunciar abusos sexuales en el campus. “Entonces se arrestaba por vandalismo a quienes pintaban una cruz roja en el suelo donde se había agredido a una mujer”, escribe Steinem. “Sus hijas y sus nietas recurren hoy las leyes federales y amenazan con retirar los fondos públicos a los campus donde el entorno hostil a las mujeres”.
Y en los campus, como en las iglesias o en moteles de carretera, Steinem ha seguido encontrando “la vitalidad y el impulso que nunca falta a la generación de menores de treinta años”, como escribió en 1968 sobre el movimiento feminista. Entre las compañeras de viaje, Steinem recuerda especialmente a la taxista de Boston que le dijo que “si los hombres se pudieran quedar embarazados el aborto sería sagrado”. Desde entonces, la frase ha siso reproducida en pancartas de manifestaciones de los años 60 hasta la convención republicana de 2012 para protestar contra las propuestas de Mitt Romney.
En la era de las campañas tecnológicas, la activista advierte que igual que sus predecesores no pudieron contar únicamente con cartas, periódicos y libros para difundir sus mensajes, “hoy no podemos confiar solo en la televisión, el correo electrónico, Skype o Twitter”. Steinem insiste en que cualquier campaña “debe tomar la carretera y celebrar reuniones donde se pueda escuchar, hablar, debatir y crear entendimiento”.
Como ejemplo, Steinem cuenta la historia de Harriett Woods, candidata al Senado por el Estado de Missouri en 1982 y que perdió contra el republicano John Danforth tras quedarse sin fondos. En esa derrota empieza el efecto mariposa que derivó en el momento actual que atraviesa Estados Unidos. Si Danforth no hubiese trabajado en Washington, no se hubiera llevado en su equipo al abogado Clarence Thomas, éste no hubiera logrado ser nombrado por el presidente George Bush en una de las principales agencias federales ni se hubiera convertido, gracias a esta experiencia, en el segundo juez afroamericano del Tribunal Supremo. Desde allí, tampoco hubiera podido emitir el voto decisivo que en el año 2000, 18 años después de la derrota de Woods, dio la victoria a George Bush contra Al Gore.
“Si Bush no hubiera sido presidente, Estados Unidos no hubiera lanzado la mayor guerra de su historia, nos habríamos tomado el cambio climático más en serio, no habríamos puesto más riqueza que nunca en manos privadas ni Clarence Thomas podría haber votado a favor de abrir la financiación de las campañas electorales a las grandes corporaciones”, dice Steinem. “Ya entendéis lo que quiero decir”.
Apenas un año antes de que Estados Unidos celebre unas elecciones presidenciales que cuentan con una mujer, la demócrata Hillary Clinton, como favorita, Steinem repite que “las urnas son el único lugar donde los más poderosos y los menos poderosos son iguales”. Su anécdota sobre el destino truncado de Woods —fallecida en 2007, sigue siendo la única mujer que ha gobernado en Missouri—, sirve para reivindicar que cada voto cuenta. “No sabemos cuál de nuestras acciones en el presente condicionarán el futuro. Pero tenemos que actuar como si todo lo que hacemos importa. Porque puede que sea así”.
My Life on the Road. Gloria Steinem. Penguin Random House. Nueva York, 2015. 304 páginas. 27 euros.
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