Antonio Pappano: “No se puede matar la identidad de la música”
El director de orquesta, que triunfa ahora con ‘Aida’, exige a los músicos trabajo y rigor pero sin matar el espíritu italiano. “Italia ha tenido complejo de inferioridad con los alemanes”
Su familia procede del sur de Italia, él nació en Londres en 1959, se trasladó a Estados Unidos a los 13 años y, a los 21, regresó a Inglaterra para convertirse en el director de orquesta más joven de la historia de la Royal Opera House. Desde hace una década, el pianista y director Antonio Pappano sigue redondeando el círculo de sus identidades alternando la dirección musical de la orquesta del Covent Garden con la de la Academia Nacional de Santa Cecilia en Roma. Su último éxito le ha llegado con Aida, de Verdi (Warner Classics). “Para mí es muy importante”, explica después de un ensayo en el espléndido parque romano de la música diseñado por Renzo Piano, “que los profesores de la orquesta entiendan su mundo, su patrimonio. Si ellos están seguros de dónde vienen, sabrán comportarse de manera diferente delante de Puccini o de Beethoven”.
PREGUNTA. Esto es muy interesante…
RESPUESTA. ¡Claro! No puedes cantar una melodía de Beethoven como cantarías una de Puccini. Tarararaaa, tarararaaa…, oriraraaa… Hay quienes dicen: ‘En la música la identidad no importa’. Si está sonando Beethoven tiene que sonar Beethoven. Sí, es verdad, pero también la persona debe poder aportar algo manteniendo viva su propia identidad. No es positivo matar la identidad. Italia tiene un sentido de la belleza, de la poesía, y de todo aquello que es teatral, fuego, temperamento. Pero también mucha sobriedad, mucha melancolía. Intento que mis músicos aprendan a expresar todo eso.
P. ¿Hay una falta de confianza de Italia en sí misma?
R. Obviamente. Por un lado, todos los italianos tienen claro que Italia es el lugar más bello y más rico del mundo, pero, por otro lado, dedican todo el día a criticar a Italia. También en la música ha habido siempre un complejo de inferioridad de los italianos frente a, por ejemplo, los alemanes. Esto es una banalidad, pero ahí está. De ahí que yo exija trabajo, rigor, pero sin matar el espíritu italiano que para mí es la cosa más importante aquí, la identidad es esta. Siento que es una cosa positiva no solo para la música, sino para Italia en general, que tiene tanta necesidad de ser acariciada un poco.
P. ¿Es por eso que un día decide retornar a Italia, en busca de su identidad?
R. Yo nací en Inglaterra, y llevaba 13 años en Londres como director musical del Covent Garden cuando se presentó la oportunidad de dirigir esta orquesta tan buena. En aquel momento sentí que se cerraba el círculo. Después de una década aquí, puedo decir que no me equivoqué. Mis dos identidades se juntan y se satisfacen. Cuando estoy delante de mis músicos, los miro y me veo a mí, en su fuerza y en su fragilidad me veo a mí, y entonces debo luchar contra mí mismo. Es una cosa muy bonita.
¿Dirigir en La Scala con 23 años? ¿Estamos bromeando? Aunque seas bueno, no es el momento. Para saber dirigir bien se necesitan años”
P. También hay una parte de su identidad en los Estados Unidos. Es allí donde se convierte en pianista…
R. Yo me siento muy americano, muy italoamericano. El inmigrante tiene siempre presente el trabajo. Ha visto a sus padres sobrevivir y supone un gran cambio en su vida. Yo he sentido eso. Aunque yo no había nacido cuando mis padres emigraron de Italia a Inglaterra, sí viví el segundo trayecto, de Inglaterra a América. La emigración supone un estrés, una inseguridad, surgen las preguntas —¿por qué lo hacemos?, ¿cómo lo hacemos?— y de ahí surge el coraje y la ética del trabajo. Todo eso está muy dentro de mí, también en mi música.
P. ¿Qué fue lo que más aprendió de Estados Unidos?
R. La curiosidad americana. Los americanos no tienen historia. Algo más de 200 años. Imaginemos dos siglos en comparación con la historia de Europa. ¡Estamos en Roma! Pero en América se adquiere la curiosidad por aprender, por querer aprender.
P. Esa curiosidad adquirida allí lo lleva a buscar sus orígenes. Y, cuando regresa a Europa, jovencísimo, el éxito lo acompaña desde el inicio. Debuta en Oslo, luego Londres y los principales escenarios internacionales…
R. Sí, pero más que eso, lo más importante para mí fue el hecho de convertirme enseguida en director musical estable. Tres años casi en Oslo, 10 años en Bruselas, y después 13 en el Covent Garden… Aquí en Roma ya llevo 10. La explicación es que yo me convierto en uno de la familia allí donde voy. Yo trabajo mejor cuando tengo alrededor a gente que me conoce. Eso es muy útil para poder crear algo. Hacer la vida del nómada no me satisface.
P. ¿A qué tuvo que renunciar para no hacer esa “vida de nómada”?
R. He tenido que renunciar a conocer muchas orquestas. Al principio sí conocí muchas. Sobre todo, orquestas americanas. Pero hace años que no dirijo a las grandes orquestas europeas. Me lo he perdido. Especialmente, desde el momento en que tuve dos encargos, la dirección musical en Londres y en Roma.
P. Aunque aún muy joven, ¿en qué ha cambiado la dirección de orquesta en relación a cuando usted empezó?
R. Tal vez en la prisa. Hay jóvenes de un talento, de una bravura del brazo, increíble. Da miedo. Pero para saber dirigir bien se necesitan años. Y por tanto estas carreras que se hacen tan rápidas al máximo nivel, son problemáticas. No digo que sean imposibles, porque pueden encontrar un buen director musical y crear algo bueno a través de los años. Pero existe el peligro de que su desarrollo se frene e incluso se pare. Si estás ya en el top, ¿hacia dónde puedes andar?
Hay jóvenes de un talento, de una bravura del brazo, increíble. Da miedo. Pero para saber dirigir bien se necesitan años"
P. No solo en la música. Es la inercia de los tiempos…
R. Sí, se quieren las cosas ya. Cada vez más jóvenes, más jóvenes, más jóvenes… Como le decía hay algunos excepcionales, pero dirigir en La Scala si tienes 23 o 24 años… ¿Estamos bromeando? Aunque seas bueno, no es el momento. Se debe poner atención a estas cosas. Obviamente, es más fácil delante de una orquesta sinfónica, pero el mundo de los cantantes, la ópera es otra cosa. Para conocer a los cantantes se necesitan años. Para saber verdaderamente trabajar bien con ellos.
P. ¿Qué tiene que tener un director?
R. Un director debe ser verdaderamente un gran músico. Si no, es mucho más difícil descubrir que no suena bien un instrumento. Digo un gran músico en todos los sentidos: la audición, la preparación, saber cómo estudiar una partitura. Y además tiene que aportar todo el rigor técnico posible a la orquesta, pero también dar vida a la música. El director debe comunicar con la orquesta para que la orquesta comunique con el público. Naturalmente, esta parte del talento es nato, pero puede estar escondido en algunas personas. Yo no imaginé nunca que podría dirigir, estaba contento como pianista. Pero…
P. ¿Cuándo fue? ¿Qué pasó?
R. Mi momento clave fue La bohème. Entendí que mi mundo era la dirección. Conocer el mundo de los cantantes, del teatro… Yo siempre sentí fascinación por el teatro, por la palabra, por todo aquello que hay en torno a la música.
P. Por cierto, ¿qué música escucha cuando sale de aquí?
R. Me gusta toda la música tipo Frank Sinatra, Tonny Bennett, todo aquel fenómeno americano. Porque en dos minutos y medio, en tres minutos, supieron atrapar la esencia de una emoción. Esto lo encuentro genial.
P. ¿Se emociona con esa música?
R. Sí, mucho.
P. ¿Y dirigiendo, siente también emoción o solo la técnica en ese momento?
R. No, no, siento mucho la emoción. No al mil por ciento, porque un director debe mantener un poco de distancia, un poco de… Al menos un ojo, una oreja, para el músico que tenga necesidad de ti. Y si tú te estás metiendo un baño de emoción, ja ja, entonces no puedes acudir en su ayuda…
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