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CRÍTICA / LIBROS

Luminosa derrota

'Niños en el tiempo', de Ricardo Menéndez Salmón, ha ganado el V Premio Las Américas. Esta es la crítica de la novela que Babelia publicó en febrero de 2014

J. Ernesto Ayala-Dip

Cuando comencé a leer la nueva novela de Ricardo Menéndez Salmón, Niños en el tiempo, no hacia ni dos días que había terminado de leer una novela del escritor italiano Giorgio Faletti en donde el narrador dice lo siguiente: "Elena me había dicho siempre que los hijos son las únicas personas que pueden hacernos aceptar la idea de la muerte, porque ningún padre ni madre quiere sobrevivir a aquellos a quienes trajo al mundo". Esta reflexión en Faletti es aleatoria (y sorprendentemente azaroso el hecho de que su protagonista se llame igual que la del escritor asturiano), no así en la novela de Menéndez Salmón, donde la muerte de un hijo se convierte en el eje desolador de toda su historia. En la reseña que escribí, en este mismo suplemento, sobre La luz es más antigua que el amor (2010), proponía la interpretación de que con ese libro, Ricardo Menéndez Salmón abandonaba la arquitectura metafórica que caracterizaba a su Trilogía del maly se adentraba en un nuevo camino, más incierto pero también más revelador de las dotes del novelista inconforme y talentoso que es.

Niños en el tiempo divide su trama en tres capítulos, correspondiendo cada uno de ellos a tres etapas diferentes del protagonista. Antares y Elena se separan cuando su hijo muere. Antares es escritor y en la escritura tiene una aliada para neutralizar su inmenso dolor. Elena no tiene más que el vacío que ha dejado su hijo. El matrimonio apela a estrategias que los ayude a sobrevivir (que no a superar) la ausencia del hijo. Fallan tales maniobras y el matrimonio se deshace. En el segundo capítulo tenemos el relato de la niñez de Jesús, la novela que escribe Antares para intentar no olvidar que si su hijo no tendrá más una infancia, Jesús no la tuvo nunca, nadie escribió sobre ella. Antares, con el recuerdo de su hijo, fabula esa vida inexistente. Acomete una ficción reparadora, como si alguien tuviera que llenar ese misterioso vacío. En el tercer capítulo encontramos a Antares en Creta. Un hombre solitario, sin nombre, que ha dejado de escribir y de pertenecer a la sociedad literaria, replegado sobre sí mismo y sobre su convicción de que la literatura poco o nada tiene que ver con la felicidad.

Cierto aire de desanexión con un todo se aprecia en esta novela si la comparamos con la unidad narrativa que mostraba la Trilogía del mal. Pero precisamente en ello estribaba la apuesta de Menéndez Salmón, en apartarse de la reflexión monográfica concentrada en un propósito metafórico y fragmentarizar su discurso narrativo. Sobre esta novela planea la atmósfera de dolor y orfandad (supongo que cuando alguien pierde un hijo, también queda huérfano, a falta de una palabra mejor que designe aquella trágica circunstancia). Pero también planea la incertidumbre sobre qué puede hacer la escritura para curar la terrible herida que deja la pérdida de un hijo.

Leo esta novela, su pulcrísima escritura, la sintaxis medida para el tono maravillosamente contenido dada la materia doliente que la inspira, y no puedo evitar recordar la historia de aflicción incurable que soportó durante años el poeta francés Stephane Mallarmé durante la enfermedad y posterior muerte de su hijo de ocho años Anatol. La referencia es simplemente humana, y por ello el lector puede ejercer su pleno derecho a rechazarla. Lo que tal vez el lector si podría tener en cuenta es la relación que podría encontrar entre la vida de la infancia de Jesús que Menéndez Salmón lleva a cabo y la vida de la Virgen María que urdió con parecida felicidad estética Gustavo Martín Garzo en su ya canónica novela en castellano sobre el tema mariano.

Niños en el tiempo es un canto a la victoria de la ficción cuando se la narra de su luminosa derrota.

Niños en el tiempo. Ricardo Menéndez Salmón. Seix Barral. Barcelona, 2014. 224 páginas. 17,50 euros.

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