Coppola, “El cine sin riesgo es como no hacer el amor y querer hijos”
El Premio Princesa de Asturias de las Artes defiende la experimentación como la única salida para que el cine avance
Francis Ford Coppola no era un defensor de sus raíces italianas. Así que tampoco parecía la mejor opción para dirigir El padrino. Ni siquiera era la primera. Pero recibió una oferta que no pudo rechazar, se convirtió en uno de los adalides del Nuevo Hollywood, que solo duró unos años hasta que los más jóvenes del movimiento, George Lucas y Steven Spielberg, lo devoraron, y Coppola devino en un clásico –abandonando cualquier pasión por la experimentación- a sus 40 años… a su pesar. Y hasta hoy.
Por eso, el cineasta que ha hablado en una rueda de prensa en el hotel Reconquista en Oviedo, donde este vierne recibirá el premio Princesa Asturias de las Artes, parecía el auténtico Coppola. Más allá de su felicidad por el galardón, más allá de los autógrafos que ha firmado a la salida del acto, cuando ha declinado montar en el coche, ha cruzado la acera y se ha dejado agasajar por los fans, Coppola (Detroit, 1939) ha dejado una huella de verdad. Y cuando ha apostado por “la experimentación y el riesgo” como única posibilidad del cine para avanzar creativamente –a pesar de la “aversión de la industria ante esas dos posibilidades”-, sonaba a auténtico. “El arte sin riesgo es como no hacer el amor e intentar tener hijos”, comentaba señalando a Hollywood. Y el mejor ejemplo es él mismo.
Ya hace años que Francis Ford Coppola vive de sus negocios turísticos, de sus hoteles de lujo repartidos por todo el mundo. Pero él se ha arruinado varias veces. "No tenía ningún problema en arriesgar mi propio dinero y lo haría también hoy. Es mejor que pedirle dinero a una persona que ni siquiera te respeta. Prefiero ganarlo yo e invertirlo luego en mi propio trabajo". Y por ello sus dos últimos filmes han sido un drama rodado en Buenos Aires (Tetro) y un filme de terror que en algunas secuencias usaba el 3D y en el que el protagonista vivía entre la realidad y los sueños (Twixt). “A mí del cine me atrajo su componente mágico, yo quería crear en ese mundo”. Influido por los cineastas que vio de niño, en los años cincuenta, tanto estadounidenses como europeos, él comprendió que el riesgo tenía que ser parte de su estilo. “Hoy no veo ese riesgo en el menú de los grandes estudios, y como creador debes apostar por obras personales, únicas”, no por historias que puede contar cualquiera. “Si hacemos lo que nos parece interesante es posible que a alguien le acabe gustando”.
En ese riesgo que abandera ahora, se inscribe su último trabajo, Distant vision, un mediometraje de 52 minutos que este verano en EE UU rodó y proyectó en un college de Oklahoma, con algo de autobiográfico y filmado en tiempo real. Coppola lo llama Live Cinema, y por ahí quiere aventurar sus pasos.
A Coppola le encanta hablar de arte, sin embargo rechaza explicar sus próximos proyectos, “porque deja el motor sin energía”. Ni una pista de su posible vuelta a la mafia italoamericana –película que hace años anunció iba a ser sufragada por un inversor millonario-. “Me interesa el cine independiente. Cíclicamente florece y nos aporta filmes de calidad”, regateó a la hora de explicar sus trabajos. Sí apuntó que los años setenta, su década más prolífica, “no fue fácil”. Coppola iba de obra maestra en obra maestra sumido en una constante depresión. Cualquiera lo diría: “Es que no tuve siempre éxito de crítica y público, aunque creo en ser paciente, en apostar por tu trabajo”. Explicó de aquella época que Apocalypse now habla en realidad “de la moralidad, no de la guerra”, lo que daría cierta unidad temática a aquel momento de su carrera. De El padrino dijo que no conocía tan bien a los Corleone como para saber cómo hubieran afrontado la actual crisis económica. “Lamento que algunos de los grandes villanos actuales la escojan como su película favorita por la actitud fría y pragmática de sus protagonistas”.
Coppola aseguró estar poco interesado en la política como elemento germinador de cine, pero sí en la corrupción –otro mimbre habitual en sus películas-. “Es una enfermedad a la que no se puede sobrevivir, hay que acabar con ella, y se puede. La corrupción es una forma de mentir y la mentira es lo que permite que una país grande con un gran ejército bombardee a otro y diga: somos los buenos y los terroristas son los malos”. Así acabó recordando la tragedia de los refugiados sirios. “De Siria nunca olvidaré ciudades como Alepo o Palmira, y me parece inaceptable la situación actual”.
¿Y él rodaría una película sobre la corrupción? “Tengo 76 años. Mi mayor preocupación ahora es vivir lo suficiente para rodar las películas que quiero”. Y se fue a comer, antes de su charla esta tarde con los estudiantes y el posterior encuentro con público el gijonés Teatro Jovellanos.
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