Apología del cuarto de baño
Peter Handke no es el primer escritor que busca su material en el excusado
En alemán, el Lugar Silencioso (con mayúsculas) es el retrete. En cambio, el lugar silencioso (sin mayúsculas) es sencillamente eso: un lugar silencioso. Y aunque el silencio es una de las constantes de la obra del austriaco Peter Handke (1942), casi siempre desplazado a la mirada en un juego de sinestesias, este libro es una apología del cuarto de baño.
Como él mismo señala, Handke no es el primer escritor que busca su material en este viejo cuartucho despreciado: el novelista escocés A. J. Cronin lo convirtió en recinto de evasión y conexión con las estrellas para uno de sus personajes, y el japonés Junichiro Tanizaki le dedicó algunas de las mejores páginas del hermoso Elogio de la sombra. El retrete era, para ambos, huida del mundanal ruido y acceso a “lo abierto”: un templo panteísta.
El cuarto de baño de Handke también tiene unas características particulares que, como era de esperar, remiten a su propia poética: se encuentran en lugares de paso, estaciones de trenes, en el extranjero; refuerzan la apatridia del narrador. Cuando pertenecen a recintos concurridos, como universidades, también se hallan desplazados. Son el lugar donde “huir de los otros”, pero a la vez estar “en el centro del mundo”. Se encuentran, por tanto, en el corazón de la obra y los temas recurrentes de Handke: el poder salvífico del aburrimiento, de la afasia, del rechazo al grupo, de la despersonalización… Y con un guiño remiten a dos de sus novelas fundacionales: Los avispones, escrita con poco más de 20 años, y La repetición, de los ochenta, donde Handke ficcionalizaba la búsqueda de un origen familiar en las fronteras de Austria y la antigua Yugoslavia. Porque este Ensayo sobre el Lugar Silencioso también es, a su manera leve y digresiva, una novela de aprendizaje. “Todas estas narraciones fragmentarias sobre los Lugares Silenciosos ocurrían en el pasado remoto, y no tanto en la infancia como en la juventud o adolescencia”. Y todas colocan al narrador en los momentos en que la experiencia (el aprendizaje del mundo más allá de sus clichés) cristaliza, toma forma. Una forma que en Handke está ligada a la lentitud de la percepción, al despojamiento de la mirada de lo previsible y de la dictadura de la actualidad.
Imaginamos la extrañeza que puede suponer este ensayo para quien no haya leído otros del autor, como Ensayo sobre el Jukebox o Ensayo sobre el cansancio, pero con poco que el lector se aventure en su estilo fascinante es muy probable que Handke se convierta en una especie de religión. Partiendo de objetos anacrónicos y emociones despreciadas, la obra de Handke cumple un proyecto de ambición romántica: crear una nueva mitología. Una religión de “espacios intermedios”, cosas nimias que salen al paso, casi siempre caminando a pie en barrios periféricos o no-lugares, a punto de enmudecer o justo recuperando el habla.
La obra última de Handke coincide con su regreso a este territorio impreciso pero reconocible, pero eso no significa claudicación ni nostalgia. Este regreso a las fuentes tiene que ver con la dialéctica íntima de su obra, que tan bien definen los cuartos de baño: los límites, es decir, cuatro paredes sucias, un ventanal de luz tibia, una rampa, una curva, una manera de estar solo…, son el comienzo de una aventura hacia lo abierto, de un hogar en el mundo desconocido.
Ensayo sobre el Lugar Silencioso. Peter Handke. Traducción de Eustaquio Barjau. Alianza Editorial. Madrid, 2015. 104 páginas. 12 euros
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