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La vida en negro

Carlos Zanón dibuja la negrura cotidiana y los bajos fondos en cuartos de estar que parecen pedir vigilancia policiaca. Quererse equivale a lastimarse en su música narrativa

Ilustración de los Cuentos de navidad, de Dickens.
Ilustración de los Cuentos de navidad, de Dickens.Getty

Más que propósito de delinquir, en las 14 historias de Marley estaba muerto, de Carlos Zanón (Barcelona, 1966), hay saña súbita: lo que se cuenta pertenece menos a la crónica criminal que a la página de sucesos, ese tipo de noticias a las que Barthes llamó “información monstruosa”. Son momentos en los que algo se sale de quicio. Lo que no tendría que pasar irrumpe en un instante de furia, aburrimiento puro o rabiosa diversión, con ingredientes clásicos de la Serie Negra: sangre, sexo y dinero. Pero Zanón practica el género de un modo distorsionado, a mi juicio entre dos puntos de referencia tan dispares como¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy, y las narraciones breves y brevísimas de I Centodeliti (Demasiado tarde, en la traducción española), de Giorgio Scerbanenco.

La Serie Negra sufre desde sus orígenes una mutación incesante que asegura su vitalidad gracias a trabajos como los de Carlos Zanón. Siempre ácida, es un fruto de temporada, y ahora es época de relaciones deformes. “Cuando me abraza, me habla en voz muy baja, y veo la vida en rosa”, cantaba Edith Piaf. En las fabulaciones de Carlos Zanón la vida es en negro: negrura cotidiana, bajos fondos en cuartos de estar que parecen pedir vigilancia policiaca. Quererse equivale a lastimarse. La tensión entre los protagonistas de Marley estaba muerto es igual a la potencia de la música narrativa, casi versicular, de su creador. Lo familiar se vuelve terrible y a la vez irrisorio. La maldad irrumpe por voluntad o por destino, siempre en Navidad, la semana de la bondad universal. La figura retórica dominante en este mundo es la antítesis.

Imaginemos un Tío Noel para quien todos los días son Nochebuena, armado con un máuser y una bomba, o un rey Melchor con una bolsa llena del dinero robado a las máquinas tragaperras chinas, o una niña que resucita muertos. Viven en el mundo de Carlos Zanón, donde dominan la fatalidad y el azar, es decir, la mala suerte perseguida con los ojos cerrados, un estado de desesperanza tragable con un poco de rock and roll animal suave. Si hay asesinos en ese mundo, tienen una vena sentimental vigorosa, no muy distinta de la del abogado del turno de oficio que los defiende, Carlos, que, como sus clientes, anda descarriado por varias de estas historias, compartiendo debilidades: inocencia y perversidad por atolondramiento.

A las criaturas de Carlos Zanón les queda siempre algún deseo, aunque sea el deseo mortal de perderse. No pueden decir como Joy Division en Insight: “He perdido la voluntad de querer más”. En un hotel de mala muerte se presenta una chiquilla que dice estar embarazada del dueño o dios del hotel, que ni la conoce. “No se llamaba María. No era virgen”. ¿Es una versión del principio del evangelio de san Mateo? Un pluriasesino en potencia renuncia a su matanza después de que Dios lo mire desde los ojos de un perro. La actualidad visionaria de Marley estaba muerto se graba con óptica de cámara en mano capaz de meterse en la conciencia de los personajes y del público, que no puede dejar de mirar.

Marley estaba muerto. Carlos Zanón. RBA. Barcelona, 2015. 232 páginas. 11,40 euros.

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