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Marín y Varea superan el partidismo local sobre los novillos de Los Maños

Ambos novilleros cortan una oreja y a uno de los utreros se le dio una vuelta al ruedo

El novillero Varea, ayer en feria del Pilar de Zaragoza.
El novillero Varea, ayer en feria del Pilar de Zaragoza.Javier Cebollada (EFE)

Los novilleros Ginés Marín y Varea, que pasearon sendas orejas, confirmaron su gran proyección de futuro en Zaragoza, ante un encierro de la divisa local de Los Maños de juego desigual. Con menos de media entrada, se lidiaron seis novillos de Los Maños, desiguales de trapío y cuajo, más bastos los últimos. Dispares también de juego, los hubo con nobleza y buen juego frente a otros, sobre todo los de los últimos lugares, con complicaciones y peligro derivados de su mala casta. Al noble cuarto se le dio una exagerada vuelta al ruedo en el arrastre.

Ginés Marín: estocada (ovación); estocada (oreja con petición de la segunda). Varea: estocada desprendida (oreja con petición de la segunda); tres pinchazos, estocada atravesada que asoma, dos pinchazos y media estocada delantera atravesada (ovación tras aviso). Leo Valádez: estocada (ovación); media estocada atravesada delantera y cinco descabellos (silencio tras aviso).

La ganadería de los Maños, que pasta en tierras zaragozanas de Luesia, se ha convertido ya en un clásico de la feria del Pilar. Sus repetidos triunfos, entre ellos el indulto de uno de sus novillos en la pasada edición, han hecho que los aficionados aragoneses acudan a presenciar sus encierros con un sentido casi partidista. Y así fue como los tres novilleros que se enfrentaron a los utreros de esta vacada de sangre Santa Coloma tuvieron no solo que lidiar con la variada condición del encierro, sino también superar la positiva estimación que el público hizo de su juego, que se ovacionó igual fuera bueno, regular o malo, que de todo hubo.

Dos de los noveles, Ginés Marín y Varea, novilleros cuajados y punteros del escalafón de esta temporada que termina, consiguieron remontar esos condicionantes con un sobrado oficio y buena estrategia lidiadora, mientras que el mexicano Leo Valádez, menos rodado, tuvo que tirar de pundonor para no verse desbordado por un lote complejo.

El extremeño Marín lidió con facilidad a un primer cárdeno que tuvo movilidad pero sin acompañarla de verdadera entrega, para matarlo finalmente de una gran estocada. Lo mejor de su labor llegaría con el cuarto, uno de los más voluminosos del encierro y por el que el público tomó partido desde que se arrancó de largo al cite del picador, por mucho que después no empujara de verdad en el peto. Tuvo el de Los Maños una noble embestida, franca y clara, aunque a falta de un punto de transmisión, que a Marín le fue suficiente para hacerle una faena muy solvente, con buenos naturales y rematada con los alardes de cercanías que tanto enardecen a los públicos.

Tras tumbar al utrero de otra soberbia estocada, el presidente denegó al novillero una segunda oreja pedida con fuerza para concederle a Matón una vuelta al ruedo en el arrastre más localista que justa.

La otra oreja de la tarde, que la presidencia tampoco quiso doblar, fue la que Varea le cortó al segundo, el otro novillo destacado del encierro, al que cuajó varias tandas de muletazos excelentes, macizas por el temple y por el largo trazo que obligó a seguir a un animal al que le costó rematar cada viaje. Con poso y reposo, haciendo gala de un clasicismo elegante y sobrio, el novillero de Castellón logró algunos de los momentos de mejor toreo de lo que va de feria, incluidos los hondos pases de pecho y trincherazos de remate de las tandas y de la propia faena. Después, salvo con la espada, Varea estuvo hábil y suelto ante el sentido del quinto, que acabó desentendiéndose de la pelea en cuanto se sintió sometido.

También tuvo peligro el sexto, que llegó a voltear al mexicano Valadez en su empeño por sacarle lucimiento, lo que sólo logró por el único pitón potable, que fue el izquierdo, después de pasar muchos apuros en banderillas. Antes, el novillero azteca no terminó de dar el paso adelante ante un tercero que se fue reservando a medida que avanzaba la lidia.

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