La injusta y difícil lotería de Gonzalo Caballero
La vida suele ser injusta, y el mundo del toro no digamos. Gonzalo Caballero es un valiente novillero que, casi con toda seguridad, estaba el viernes en su casa viendo a López Simón por televisión. Sucedió la cogida, la entrada y salida de la enfermería y, cuando menos lo esperaba, sonó el teléfono: “¿Quieres tomar mañana la alternativa en Madrid?”. Sin duda pensaría que se trataba de una broma; al menos, era un sueño mil veces roto. Pero era verdad. Sin tiempo para que el cuerpo le entrara en caja o espantar los nervios y sin tiempo para estrenar un traje de luces, solo pudo desempolvar un blanco y plata novilleril y se plantó en la puerta de cuadrillas con la ilusión por las nubes y el ánimo sobrecogido ante tan alta responsabilidad.
VELLOSINO / UCEDA, DE MORA, CABALLERO
Toros de Vellosino, desigualmente presentados, mansos, deslucidos y descastados.
Uceda Leal: estocada caída (silencio); estocada y dos descabellos (silencio).
Eugenio de Mora: dos pinchazos y estocada (silencio); pinchazo, estocada caída y dos descabellos (silencio).
Gonzalo Caballero, que tomó la alternativa: pinchazo, estocada baja aviso y un descabello (ovación); pinchazo y estocada aviso (ovación).
Plaza de Las Ventas. Tercera corrida de la Feria de Otoño. 3 de octubre. Más de tres cuartos de entrada.
Llevaba tiempo esperando una oportunidad —había cumplido tres años como novillero y eso es mucho—, habría desechado ya la posibilidad de Madrid y tampoco le acompañaban méritos para ello. Es un novillero que triunfó tiempo ha en La Maestranza y en Las Ventas y que, por razones desconocidas, no supo o no pudo saltar al escalafón superior cuando mejor ambiente le acompañaba.
Y, ahora, cuando nadie —ni él mismo— lo esperaba, sorpresivamente y, también, injustamente, lo llaman y le ofrecen el premio de su vida: tomar la alternativa en la Feria de Otoño. La verdad es muy dura, pero cierto es que a Gonzalo Caballero no le acompañaban méritos para este regalo. Hay un manojo de compañeros, jóvenes matadores de toros, con más derecho que él. Pero la vida es injusta: lo fue con él cuando debió dar al salto y no le dejaron, y lo ha sido ahora cuando lo plantan en el ruedo de Madrid sin el aval necesario.
Pero por una de esas carambolas que, a veces, tiene el destino, estaba en el ruedo y le esperaban dos toros para la gloria soñada. Así, finalizado el paseíllo, Caballero tomó los engaños y se dispuso a demostrar que es torero con capacidad y posibilidades, que tiene futuro y merece la confianza que hasta ahora se le había negado.
Nadie contaba —o quizá, sí— con que la corrida rozaría la consideración de moruchada, mansa, descastada, deslucida, áspera y sin clase alguna, pero, a pesar de ello, el nuevo matador se dispuso a ganar su primera pelea.
El toro de la alternativa topaba en lugar de embestir, daba peligrosos arreones y acudía a oleadas a las llamadas de los toreros. Pero Caballero lo recibió con la muleta por estatuarios, un recorte, una trincherilla y un pase de pecho que deslumbraron al tendido. Pero el animal no era una perita en dulce, derrotaba en cada envite, echaba la cara arriba y su comportamiento incierto impedía cualquier opción de lucimiento. El torero optó por el valor y la entrega, bien cruzado, cerca de los pitones, despreció su propio cuerpo y se lo jugó de verdad. Aguantó con enorme gallardía un parón en mitad de la suerte, con los pitones rozándole los muslos, y el público se lo reconoció vivamente. En suma, Caballero justificó su inclusión en el cartel.
Verónicas templadísimas
El sexto fue el más noblote del encierro, y Caballero lo recibió con cuatro verónicas templadísimas, con sabor y gusto; se lució con los palos Diego Robles, brindó el matador al respetable y cuando se esperaba faena, no la hubo. Al toro le faltó fuelle y al torero, maneras, aire, disposición o esencia. Es decir, que el valiente torero del toro anterior se mostró como un manazas cuando se le exigía el toreo de hondura. Injusta y sorprendente fue su inclusión, y muy difícil se le presenta el futuro. Valor le sobra, pero el triunfo exige algo más.
El padrino de la ceremonia fue Uceda Leal. Otra verdad por dura que pueda sonar: ¿qué hacía allí Uceda Leal? ¿Qué méritos ha hecho este torero para estar en la Feria de Otoño? ¿Hasta cuándo habrá que esperar para que rompa en figura? No tuvo toros, pero él no dijo absolutamente nada.
Y Eugenio de Mora lo dio todo sin material para el triunfo. Le sobra técnica, conocimiento, entrega y deseos de agradar. Nada pudo hacer ante su inservible primero; y al otro lo recibió con la muleta de rodillas, y consiguió robarle algunos muletazos estimables, con la figura siempre arqueada, pero con el ánimo por las nubles. No pudo ser porque la corrida entera fue una bazofia.
Babelia
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