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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¡Prohíban los toros!

Impedir las corridas constituiría un golpe para la historia y la grandeza cultural de España

Antonio Lorca
José María Manzanares durante una corrida en Logroño.
José María Manzanares durante una corrida en Logroño. ABEL ALONSO (EFE)

La fiesta de los toros ya no es lo que era. Atraviesa un momento crítico por razones culturales, sociológicas y políticas, y en su propia decadencia deriva con frecuencia en un espectáculo cansino y aburrido. La tauromaquia ha dejado pasar el tren de la modernidad, ha perdido la batalla animalista, y ha permitido que sus enemigos tomen aliento y la persigan y maltraten con saña visceral.

Es el momento, pues, de que surja un héroe y la prohíba sin contemplaciones, la aniquile y la haga desaparecer. Es la ocasión perfecta para que un partido, un gobierno o un político pase a la historia como el exterminador taurino del siglo XXI. Le espera la gloria, y, quizá, quién sabe, un monumento callejero que reemplazará, sin duda, a algún matador legendario, cuyo recuerdo deba ser borrado de la memoria colectiva.

Claro que quien adopte esa acertada decisión deberá asumir las consecuencias de la misma.

Si se prohíben los toros, se cercenan las ilusiones de una inmensa minoría de este país. Millones de españoles, rurales y urbanos, ciudadanos que pagan sus impuestos, cada cual con su credo político y religioso, si es que lo que tiene, que pasean a sus mascotas, que van al bar, a un cine, a un museo o a un estadio de fútbol, empresarios, trabajadores manuales o profesionales de la medicina, la abogacía o la cultura, que leen periódicos y escuchan la radio, y, además, les gustan los toros y se emocionan con una verónica, un molinete o un natural dibujados a medias entre un toro y un torero. Y cuando salen de la plaza, satisfechos o decepcionados, continúan sus vidas. Vamos, que tienen la buena o mala suerte de pertenecer a una cultura en la que el toro es protagonista de un modo de entender la belleza. Y aceptan como si tal cosa que otros no lo entiendan así.

Si se prohíben los toros, se cercenan las ilusiones de una inmensa minoría de este país

Por lo general, el aficionado a los toros distingue entre la tauromaquia y los festejos populares, entre la lidia que busca la gracia, la armonía y la belleza y las tradiciones callejeras que juegan con el toro y, a veces, manchan de sangre una supuesta expresión cultural. El aficionado es consciente de que la tauromaquia es otra historia; es una emoción que nace del misterio, la estética, la fuerza, la nobleza, la heroicidad, la sensibilidad… Un ejercicio espiritual que surge del encuentro extraordinario entre un animal salvaje y un ser inteligente a lo largo del tiempo.

Todos estos españoles no son noticia, no protagonizan algaradas, ni se pintan el pecho con pintura roja, ni portan pancartas en las puertas de las plazas, ni mandan cartas a los periódicos, ni insultan a los que no van a los toros, pero están ahí, disfrutan con su afición y tienen derecho a ser respetados.

Y lo tienen, aunque fueran muchos menos de los que son. En Francia, por ejemplo, y en contra de la creencia general, están prohibidos los toros desde 1850; pero cien años más tarde, en 1951, se modificó el Código Penal para que se pudieran celebrar festejos ‘allí donde exista una tradición local ininterrumpida’; así, la fiesta de los toros goza de esplendor y prestigio en el sur del país, mientras continúa prohibida en el resto; es decir, se respeta el derecho de las minorías.

Si se prohíben los toros se echaría un borrón a la historia de este país, y se dejaría en muy mal lugar a gente muy respetable que un día se sintió arrobada e inspirada y creó poesía, novela, música, escultura, pintura, cine… que forma parte de la grandeza cultural de este país. ¿Quién se atrevería a decir que Federico era un torturador cuando dijo aquello de que la fiesta de los toros es la más culta del mundo?

¿Federico era un torturador cuando dijo aquello de que la fiesta de los toros es la más culta del mundo?

Si se prohíben los toros, el Ayuntamiento de Madrid se ahorraría cada año la subvención que acaba de suspender a la Escuela Taurina de la capital, una ‘escuela de valores’ donde un grupo de chavales juega al toro, aprende a ser hombre y sueña con la gloria. ¿Acaso no es maltrato hacer trizas la ilusión de unos adolescentes que quieren ser héroes?

En fin, que es el momento de prohibir la fiesta de los toros. Solo así se le inyectaría el oxígeno que pide a gritos una tradición a la que se le va la vida; porque no hay nada como prohibir algo para hacerlo codiciado y atractivo.

Pero no habrá esa suerte. Sus enemigos preferirán el maltrato permanente; y en el pecado llevan la penitencia, porque, a pesar de todos sus males, la vieja fiesta de los toros pervivirá mientras una sola persona se siente en un tendido y se le pongan los vellos de punta solo de pensar que un toro poderoso y desafiante y un hombre heroico y artista son capaces de fundirse en un misterio.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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