Carta de amor a una ciudad
Broyard narra su introducción en los círculos intelectuales del Greenwich Village neoyorquino después de su regreso de la Segunda Guerra Mundial
Anatole Broyard murió a los 70 años en 1990. Lo hizo dejando dos libros inéditos, Ebrio de enfermedad (publicado por La Uña Rota en 2013) y estas “memorias del Greenwich Village” que abandonó cuando se le diagnosticó el cáncer de próstata que acabó con su vida. Según su viuda, “tenía intención de hablar de la muerte de su padre en la última parte”. Autor casi secreto y crítico muy influyente, si acaso algo eclipsado por los grandísimos nombres de la literatura estadounidense de su tiempo, Broyard nunca llegó a escribir ese capítulo.
Lo que narró en Cuando Kafka hacía furor es, en cambio, su introducción en los círculos intelectuales del Greenwich Village neoyorquino después de su regreso de la Segunda Guerra Mundial, su relación amorosa con la pintora Sheri Martinelli (Donatti en el libro), sus esfuerzos por convertirse en librero, su aprendizaje del sexo, la literatura, la soledad y la traición y sus encuentros con sus contemporáneos.
Que Broyard sólo podía ser eclipsado por estos resulta evidente cuando se enumera los que conoció personalmente en 1946: W. H. Auden (“parecía un hombre que huyese de un edificio en llamas”), Erich Fromm (“era bajito y rechoncho; tenía la cara ancha, y a mí me recordaba a una gallina empollando sus huevos”), Anaïs Nin (“se pintaba los labios con suma precisión y llevaba las cejas depiladas y dibujadas, con lo que daba la impresión de haber escrito su propio rostro”), el historiador del arte Meyer Schapiro, Delmore Schwartz, Dylan Thomas (“ya no era el querubín guapo […] sino un hombre hinchado por el alcohol y quizá por la pena, o por la poesía. Parecía como un juguete inflable al que hubiesen inflado más de la cuenta”).
Broyard tenía un talento extraordinario para las descripciones. En Cuando Kafka hacía furor estas brillan, como resultado de la gran capacidad de introspección del autor. Al final de la lectura, sin embargo, tan sólo queda en el lector la emoción con la que habla de los libros (“nuestro clima, nuestro entorno, nuestra ropa”), su evocación del sexo en 1947 como incomodidad y misterio y la sensación de que ha leído una carta de amor a una ciudad y a un tiempo (“era como París en los años veinte, con la diferencia de que estábamos en nuestra ciudad […] y compartíamos la aventura de intentar ser escritores o pintores, de empezar a serlo”) que no son los nuestros. Quizás el problema (además de lo sorprendentemente descuidada de esta edición) sea que no hay nada menos interesante que una carta de amor que no hemos escrito y de la que no somos los destinatarios.
Cuando Kafka hacía furor. Anatole Broyard. Traducción de Catalina Martínez Muñoz. La Uña Rota. Segovia, 2015. 211 páginas. 16 euros.
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