Pompidou de Málaga: la utopía en chancletas
La franquicia del museo parisiense coincide en la ciudad andaluza con otra del Museo Ruso de San Petersburgo
Una vez, cierto individuo atractivo, excéntrico y vivaz, pero sobre todo un libertario feliz, fue capaz de imaginar un espacio para la revolución en los sótanos de un museo, una especie de laboratorio cultural y político que se habría pergeñado aprovechando la radical arquitectura con que el Centro Beaubourg había transformado la plaza del antiguo mercado de Les Halles de París. En aquella comuna vertical de 70 plantas subterráneas, cientos, miles de ciudadanos revoltosos pondrían en hora el reloj como inicio de la transformación social de la vida cotidiana. Aquel desorden perfecto debía funcionar con la gasolina del más expeditivo y eficaz proverbio situacionista: “Eliminar el arte y realizarlo es, al fin y al cabo, la misma tarea”.
El tipo en cuestión se llamaba Albert Meister (1927-1982), un sociólogo suizo que murió demasiado pronto en Kioto y que publicó en 1976 —un año antes de la inauguración del edificio de Rogers y Piano— un opúsculo bajo el seudónimo de Gustave Affeulpin, donde relata con tono desenfadado y toques de humor negro la existencia de un “Pompidou invertido” en cuyo interior se destilarían todas las formas alternativas que la revolución cultural del 68 quiso llevar a cabo.
La segunda franquicia del museo parisiense ha transformado los muelles de la ciudad andaluza en una nueva avenida turística
Beaubourg. Una utopía subterránea (Enclave de Libros) describe una sociedad autogestionaria, sin jefes, sin dinero, sin explotación laboral y en la que el operario es el artista. “El error”, observa Affeulpin/Meister, “de los que luchan contra el sistema es querer enfrentarse a él, […] ya que de ese modo se quedan pegados a él, aplastados. La única manera de rechazar el sistema es negarlo, ignorarlo. No contra él, sino junto a él, creando un continuum espacio-temporal paralelo de la ciencia-ficción”. El libro concluye con la expansión global del modelo del Pompidou, con sus respectivos subterráneos.
Lamentablemente, la conspiración anarquista nunca se llevó a cabo y aquella factoría bajo tierra que debía sentar las bases de un nuevo orden social es ahora, por defecto, el síntoma de una frustración. Sin pretenderlo, la utopía de Meister ha servido de inspiración al equipo de gobierno del Ayuntamiento de Málaga y hoy la capital de la Costa del Sol cuenta, sí, con un Beaubourg invertido (¡). Se trata de la segunda franquicia del museo parisiense —la mayor colección europea de arte moderno y contemporáneo— que ha transformado los muelles de la ciudad andaluza en una nueva avenida turística, con sus salas subterráneas en donde cuelgan decenas de obras en bloque, los 50 principales del arte.
La primera sucursal del Beaubourg se inauguró en 2006 en Metz (región de Lorena) y el diseño del edificio es del premio Pritzker 2014, Shigeru Ban. Su cubierta y fachada hexagonal adoptan la forma de un sombrero chino, que el arquitecto japonés, según explica él mismo, encontró en un café parisiense. Al contrario que la de Metz, la franquicia de Málaga —que tiene carácter provisional por cinco años— ha sido diseñada en un estudio de arquitectura municipal y su motivo más sobresaliente —el único visible desde la calle— es un cubo translúcido decorado con cuadrados de distintos colores, obra de Daniel Buren. Para la muestra inaugural se han seleccionado un centenar de obras de la colección matriz distribuidas en cinco apartados y por temas que tienen que ver con la figura humana. El arte y sus lugares, que paradigmáticamente han sido impredecibles, se reducen aquí a un nada complejo juego combinatorio —un Picasso, un Miró, un Dufy…, Frida Kahlo, Brancusi, Magritte, Tàpies— con el que los visitantes pueden componer su cubo de Rubik según colores, formas y familias.
Otra franquicia malagueña es el Museo Estatal Ruso de San Petersburgo, la primera filial europea de una colección que tiene 120 años de vida y que nació como una escisión del Ermitage. Instalada desde el pasado mes de marzo en el antiguo edificio de Tabacalera, la colección —que comparte sede con el Museo del Automóvil— abarca siete siglos de arte ruso. Hay iconos fantásticos y mucha pintura del XIX, también un Kandinsky, un Tatlin, un Chagall, un Malevitch…, dispuestos uno junto a otro como en un álbum de cromos.
La ciudad de Málaga presagia un eventual futuro bullicioso de supervivientes de una catástrofe cultural
Con el Pompidou y las colecciones rusas, sumados al Museo Revello de Toro, el Carmen Thyssen, el CAC, la Casa Natal de Picasso y el Museo Picasso, la ciudad de Málaga presagia un eventual futuro bullicioso de supervivientes de una catástrofe cultural. Las salas subterráneas del Pompidou de playa no nos enseñan a vivir, sino a sobrevivir. Sobrevivir a la falsa política populista y a la cadena de montaje de las modas culturales. Ponga usted un Guggenheim, un Pompidou, unos rusos en su ciudad y ni se le ocurra preguntar qué sentido tienen ni cuánto costarán al erario público. Y a los descontentos no les quedará otra que fantasear con la idea de que, aún más abajo de esos subterráneos, los utópicos de Gustave Affeulpin trabajan en la revuelta a pleno gas.
Centre Pompidou Málaga. La Colección. Muelle Uno. Puerto de Málaga.
Colección del Museo Ruso de San Petersburgo. Edificio Tabacalera. Avenida de Sor Teresa Prat. Málaga.
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