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Uno de los nuestros

Rodríguez Marcos entrega un retrato robot, un testimonio del mundo contemporáneo y una autobiografía moral

Hace 13 años, Javier Rodríguez Marcos cerraba Frágil con la siguiente advertencia: “Evitar, evitarse. / Porque cada palabra / corre el riesgo de ser / la palabra de más”. Con aquel final dialoga ahora el principio de Vida secreta: “Las palabras son / animales salvajes”. Si otros aspiran a domesticarlas, a disecarlas o a exponerlas en un zoológico, el autor apuesta por dejarlas en libertad. En estas páginas se oculta un agente doble, comprometido con la realidad y el lenguaje, con la eternidad y lo transitorio, con los océanos y los charcos. Al poeta —ese individuo que camina por el lado zurdo de la vida— le corresponde rastrear los paralelismos inauditos que crecen a la intemperie: las taxonomías animales y las categorías gramaticales, las tareas agrícolas y el trazo del pincel, la rosa de plástico y la rosa inmortal, la tabla periódica y la tabla de salvación de una soledad compartida.

El hilo de la memoria se enhebra en la aguja de la mirada. Así se observa en los poemas que ofrecen el storyboard de una infancia rural sin agua caliente; la crónica de una juventud urbana en régimen de alojamiento y desayuno; o un recorrido por las habitaciones asépticas donde hacen guardia la vejez y la muerte. Sin embargo, el sujeto se rebela contra las operaciones estéticas de “nostalgia y cirugía”. Frente a ese impulso evocativo, otros textos esbozan una lección de fugacidad mediante un inventario de no-lugares anunciados con rótulos de neón. Las estaciones de paso y los ritos pasajeros, los hoteles con ciudad al fondo y los canales no navegables de la televisión son los espejismos de una aldea global idéntica a sí misma: “Todo parece igual / a las cinco de la madrugada”. El ruido del mundo —risas enlatadas, flases publicitarios, estallidos de guerra y paz— se proyecta sobre el menosprecio de corte en ‘Locus amoenus’ y ‘Et in Arcadia Elf”, que tuercen los eslóganes del bucolismo para hablar de una naturaleza acosada por los residuos industriales: “La terrible llanura / de la Arcadia feliz / guarda un secreto. Ahora / la preside (rugiente / azufre, vaho nervioso) / la chimenea grávida / de una esbelta y rotunda / central térmica”. A su vez, la ceguera se erige en el correlato psíquico de quien naufraga en un mar de dudas y se pierde en el laberinto de la identidad: “Y a veces / me pregunto si acaso / soy uno de los nuestros”. La rotundidad aforística, el reciclaje de frases hechas y los encabalgamientos abruptos contribuyen a un efecto de complicidad y extrañamiento. Aquí todo alimenta, incluso una ‘Nota final’ que incorpora deudas contables, tomas falsas y un arte nuevo de hacer poéticas.

Bajo su capa espectacular, los superhéroes esconden una vida secreta: Batman no existe sin Bruce Wayne, Superman no sabe volar sin Clark Kent y Spiderman no activa sus sensores arácnidos sin Peter Parker. Fue este último quien afirmó que un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Javier Rodríguez Marcos, que posee una de las voces más poderosas de su generación, entrega un libro espléndido, responsable y sostenible; un retrato robot y una autobiografía moral; un testimonio de lo que significa respirar “en esta burbuja de daño y de belleza”, y una interpelación a los creadores actuales y a los lectores futuros: “Ahora / les toca a los poetas / sacar sus conclusiones”.

Vida secreta. Javier Rodríguez Marcos. Tusquets. Barcelona, 2015. 75 páginas. 12 euros.

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