La guerra de Dios en las librerías
El duelo entre fe y escepticismo se libra desde Voltaire hasta Hitchens, pasando por Russell
En el lecho de muerte, a Voltaire le pidieron que renunciara al diablo, y él respondió: no es momento de hacer enemigos. La anécdota la recuerda Christopher Hitchens en Mortalidad (Debate, 2012), que recoge las reflexiones del escritor y periodista británico cuando agonizaba por un cáncer de esófago. Autor de títulos tan explícitos como Dios no existe o Dios no es bueno, Hitchens descubrió al conocerse su enfermedad que en Internet se cruzaban apuestas sobre si se reconciliaría con la religión para morir en paz. Sarcástico hasta el fin, escribió en una de sus últimas notas: “Si me convierto será porque es preferible que muera un creyente a que lo haga un ateo”.
El campo de batalla entre la fe y el escepticismo, el juicio a Dios por los hombres, está en las librerías desde tiempos de Voltaire. El pensador francés no se consideraba ateo, sino deísta, pero azotaba al cristianismo, que definió como “un monstruo que desgarra al género humano y que embrutece a los hombres cuando no los devora” (lo cita Fernando Savater en Voltaire contra los fanáticos; Ariel, 2015). Otras figuras de la Ilustración —Spinoza, Hume, Diderot— cuestionaron la religión como nadie antes.
En el siglo XX, un hito del escepticismo fue Por qué no soy cristiano, de Bertrand Russell, una conferencia dictada en 1927 convertida en libro en 1956 (y que en España no se publicó hasta 1977, por Edhasa). El filósofo desmontaba uno a uno los argumentos de la existencia de Dios. Un réplica de su tiempo es Por qué soy católico, de G. K. Chesterton, conjunto de ensayos escritos tras su conversión en 1922 (reeditados por El Buey Mudo en 2009). Un punto de vista desde la teología de la liberación es el de Hans Küng en Ser cristiano (1974, reeditado por Trotta en 1996). Mucho después, el filósofo José Antonio Marina escribió Por qué soy cristiano (Anagrama, 2005), una apología de la cultura y valores de esta religión antes que de sus dogmas.
El debate está agitado en este nuevo milenio. Junto a Hitchens, la cara más reconocible del ateísmo es el biólogo inglés Richard Dawkins, con títulos como El espejismo de Dios (Espasa, 2007) o El relojero ciego (de 1986, reeditado por Tusquets este año). Otros libros no versan sobre religión, pero participan en la discusión: Stephen Hawking sentencia en El gran diseño (Crítica, 2010) que Dios no es necesario para explicar el universo. En De animales a dioses (Debate, 2014), Yuval Noah Harari explica por qué los hombres necesitan mitos compartidos —religión, nación, ideología o capitalismo— para cooperar. En Ciencia y creencia (Turner, 2015), Steve Jones busca un tono conciliador entre la tradición bíblica y el conocimiento científico.
La creencia mantiene sus defensores. El filósofo Richard Swinburne replica a Darwins y Hawking en ¿Hay un Dios? (Sígueme, 2012). Vito Mancuso defiende una fe “liberadora” en Yo y Dios (Galaxia Gutenberg, 2013). Entre las últimas novedades,¿Cómo actúa Dios en el mundo?, de Christoph Böttigheimer (Sígueme), y dos editadas por Trotta:¿Qué decimos cuando hablamos de Dios? La fe en una cultura escéptica, del teólogo Juan Antonio Estrada, y Mundo de la vida, política y religión, del filósofo Jürgen Habermas. El combate —de ideas, ya no hay hogueras— sigue abierto.
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