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El triunfo del viejo maestro del surrealismo

Roy Andersson defiende el valor de lo humano con ‘Una paloma...’, León de Oro en Venecia

Gregorio Belinchón
Roy Andersson, en el pasado festival de Venecia.
Roy Andersson, en el pasado festival de Venecia. Domenico Stinellis (AP) (AP)

A sus 71 años el sueco Roy Andersson solo ha estrenado cinco largometrajes. Suficientes para que sea considerado uno de los grandes del cine europeo. Insuficientes para él, que no esconde sus ganas de haber filmado más. “Unas veces el desapego del público, otras las faltas de financiación o mi afán perfeccionista... En fin, ahora estoy en racha y voy a empezar la sexta”. Con su último trabajo, Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre su existencia, ha depurado su estilo hasta alcanzar unas cotas fascinantes de surrealismo, con una película de episodios que, como definió un crítico, transcurren “entre el dolor y la carcajada”. El pasado verano ganó el León de Oro del festival de Venecia, y con ella cierra una trilogía que inició en 2000. “Lo que viene será distinto, pero ya soy mayor, no voy a abandonar mi estilo. En otoño iré a Madrid a visitar en el Prado los cuadros de Goya. Para mí es un referente fundamental”, cuenta por teléfono desde su oficina.

Para entender el cine de Andersson hay que conocer su vida: el director es uno de los grandes realizadores publicitarios de su país, con más de 400 anuncios a sus espaldas. Disfruta encadenando historias cortas. No le gusta salir de su estudio –la empresa Studio 24- y por ello todos sus filmes recrean de forma entre surrealista y personal los espacios exteriores. “Mi perfeccionismo hace que me sienta nervioso en sitios que no controlo. De ahí que use trampantojos y otros trucos visuales para recrear el mundo. Todo lo filmamos aquí, en este edificio en mitad de Estocolmo”. En todos sus episodios hay una gran crueldad, sólo superada por su ansia de humanidad. “Me interesa el ser humano como individuo. Soy de la vieja escuela, creo que al mundo actual le falta solidaridad, cariño por sus vecinos”. En Una paloma... el público asiste a lo que en el fondo son bastantes recuerdos de la infancia de Andersson (cuando en su Gotemburgo natal se podía conseguir un chupito a cambio de un beso a la camarera) y dolor ante la actualidad (ataca a la empresa compatriota Boliden que envenenó a cientos de chilenos; en España la compañía tampoco dejó buen recuerdo).

Andersson suena cantarín. “El recibimiento a mi nueva película ha sido tan abrumadoramente positivo que vivo una situación fantástica. Puedo hacer ya la nueva”. Y para ello volverá a reírse de “lo absurdo de la vida”. “Me gusta la idea de combinar dolor y belleza. Soy viejo, he visto mucho. Y me importa reflexionar lo que hemos perdido en este siglo XXI, sobre nuestra incapacidad de reconocer al vecino. Me parece que es mi deber. Para mí una de mis fuentes de inspiración es Francisco de Goya. Me gusta cómo retrata a la gente, como habla de grandes problemas y de los grandes momentos históricos a través de la gente normal. Me hubiera gustado ser pintor y no cineasta, porque creo que Goya eso lo logra de forma asombrosa: radiografía todo el espectro. Y porque como espectador te pones delante de un cuadro durante horas, intentando abarcar todo lo que muestra muchas veces sin lograrlo. Yo intento mejorar la calidad de mi trabajo para que alguien vea varias veces mi cine y cada vez descubra nuevos detalles”. Eso lleva al sueco a sentirse solo como creador: “Hoy los cineastas se centran en contar historias para enganchar al público. Se olvidan de hablar del humanismo. Es una pena”.

Andersson empezó su carrera con un estilo muy cercano al neorrealista italiano en 1970 con A swedish love story. “El ladrón de bicicletas es mi película favorita. Y durante décadas amé el estilo naturalista. Hasta que me di cuenta de que tenía que cambiar, luchar y ofrecer algo más. Y eso lo encontré en este estilo más abstracto”, estilo por el que ha llegado a ser definido, según Village Voice, como un “slapstick Ingmar Bergman”. “Dejémoslo en que me interesan algunas de sus películas y otras no”. ¿Y Buñuel? “Me vuelve loco. Viridiana, es una de las películas más importantes de la historia. Si El ladrón de bicicletas es el filme más humano, Viridiana es el filme más inteligente de la historia, y, para completar, Hiroshima, mon amour es el más poético. A esas tres películas yo les robo todo lo que puedo”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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