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LIBROS / ENTREVISTA

“La literatura te permite sacar a los feos”

Santiago Lorenzo proclama el triunfo de lo no-aburrido. Pero advierte que a los que les divierte Esperanza Aguirre no va a gustarles él. Un diálogo con Kiko Amat

El escritor y cineasta Santiago Lorenzo (Portugalete, 1964).
El escritor y cineasta Santiago Lorenzo (Portugalete, 1964).Gianluca Battista

Santiago Lorenzo (Portugalete, 1964) es uno de los autores más audaces de la literatura española, y también el menos pelma. Su mundo parece surgir de la genuina ansia de entretener (enseñando), mediante humor triste, pathos y una celebrable mala baba. Sus lecturas son blasones: los Plinios de García Pavón, Ayala, el Valle-Inclán de Los cuernos de Don Friolera, el Miau de Galdós, Azcona, Jardiel, Mihura. Sus protagonistas son pobres, feos y precarios, gente dañada que trata de no hundirse en esta ciénaga llamada mundo. Lorenzo ha firmado películas como Mamá es boba o Un buen día lo tiene cualquiera, juguetes imposibles y tres novelas. Conversamos con él a raíz de Las ganas (Blackie Books), otro puro triunfo de lo no-aburrido.

PREGUNTA. “Benito, de guapo tenía poco”, afirmas en Las ganas. Yo siempre pienso en la injusticia de la fealdad. Los Sírex se equivocaron: ¿Que se mueran los feos? ¡Que se mueran los guapos, leñe!

RESPUESTA. Se dice que se liga con cualquier cosa menos con la cara. Yo he tenido novias que me han hecho muy feliz, y que eran más feas que una Virgen gótica. Y te voy a decir algo muy español: también he salido con tías tremendas que eran un coñazo [ríe]. Lo que te permite la literatura, al contrario que el cine, es sacar a feos. Tú llegas con un feo al cine y, a no ser que produzcas tú, te dirán que ni hablar. Recuerdo el casting de Mamá es boba, donde yo quería una pareja de gente normal. Es decir, fea. Porque por lo común somos más feos que guapos [ríe]. Por aquellos días iba a producirla otro y aparecieron unas chicas muy feas. Una de ellas [se pone muy serio] no cabía en la silla. Y el productor, con un hilillo de voz, me preguntó: “Luego vienen más, ¿no?”.

El horror doméstico

Jordi Costa

Químico, inventor de una eficaz sustancia para la regeneración de la madera, Benito, protagonista de la tercera novela de Santiago Lorenzo, vive sumido en el infierno de la espera: la del acuerdo comercial con una compañía de Bristol que le exige exclusividad en la gestión de su hallazgo, y, también, la del alivio de esos apetitos lúbricos acumulados tras tres años de forzada abstinencia. "A esta angustia frustrante y callejera, Benito la llamaba el tremedal", escribe Lorenzo. "El tremedal era la congoja de ir por la ciudad muerto de ganas, perplejo ante la belleza de miles de rostros y miles de miembros con los que no tendría jamás la más mínima posibilidad de porlar. Porque también al acto sexual le había cambiado el nombre. Su repelús a decir follar era la manifestación transverbal del desconcierto en que le sumía el significado que el significante proscrito denotaba". En Las ganas, la deformación del lenguaje es una coraza contra la intemperie vital. Sus personajes habitan un mundo minúsculo, recubierto de asquito ("ese repelús por lo viejo, por lo usado, por lo manoseado y por lo diríase que chupado"), y sobreviven manejando códigos privados de comunicación, que no son sino la reducción al absurdo (verbal) de esas pequeñas complicidades que permiten capear la hostilidad de la vida. Su manejo del lenguaje parece reflejar a escala el del propio Lorenzo, que ha pasado de ser uno de los malditos del cine español a mutar en novelista de culto a través de la sabia destilación, en minucioso estilo literario, de lo que siempre fue su mundo propio. Comedia romántica y melancólica sobre el horror de la domesticidad, Las ganas es tierna, hilarante, tremenda y humanísima: una nueva entrega en esta comedia humana que, pieza a pieza, va construyendo el autor con perseverancia de miniaturista obsesivo.

Las ganas. Santiago Lorenzo. Blackie Books. Barcelona, 2015. 228 páginas. 19 euros.

P. Tus dos anteriores novelas son celebraciones del desgraciao. En negocios, en amores, en suerte… Las ganas vuelve a ello.

R. Pues sí, Benito es un desgraciao. Vamos, como la gente con la que me junto [carcajada]. La primera vez que hablé con una tía yo tenía 16 años. Ya me estaba preocupando, porque habían pasado los 14, los 15, y la gente del colegio ya iba con chicas… Me estaba quedando atrás. Y un día, en la punta del faro de Portugalete, mi pueblo, le pregunté a una chica si tenía fuego. Y nos pasamos la mañana hablando. A la semana le pregunté si quería salir conmigo y me dijo que no. Por teléfono. Claro, eso es un poco loser. Uno tiene biografía para eso y más.

P. Esos morrones son necesarios. Lo dices en Las ganas: “Los trastazos están muy bien”.

R. Yo siempre me acuerdo de La gran evasión. Hacen una comedia partiendo de una situación horrorosamente chunga. La película no acaba nada bien (solo sobreviven tres), pero incluso así, Richard Attenborough dice, antes de morir: “Nunca he sido tan feliz” [se emociona]. Yo tengo un amigo que, por una serie de circunstancias, ha eliminado todos los problemas de su vida. Y lo tiene todo en orden, todo bien colocadito. Pero el tío nota que necesita problemas. Y, de repente, le da con que los vecinos meten ruido. Y nada, silencio total. El hombre está incapacitado para vivir en perfecta horizontalidad.

P. Tropezar es inevitable. Al menos, vamos a tomarlo con humor.

R. Es triste, pero creo que la capacidad para reírse de los propios tropezones es una cuestión electroquímica. Es como la guapura: hay gente a quien le pasa y gente a quien no le pasa. Debe de ser que viene por aquí [se señala la sien] un conducto y se obtura antes o se obtura después. Gracias, Dios, pues ya que no nos diste belleza, que al menos estemos en el grupo de los que segregamos ese fotón en medio del occipital.

P. En Las ganas te ciscas en los padres de Benito y Teresa. Pero uno siempre hereda algo de código genético paterno.

R. Los padres de un amigo mío debieron de ser los primeros que se divorciaron en el año 1981. Estaban allí a las ocho de la mañana del día en que aprobaron la ley [carcajadas]. Y él me dijo una cosa terrible: “Yo me di cuenta muy pronto de que mis padres no me habían hecho falta para nada”. Me pareció un poco triste, pero en cierto modo es así. Sientes tristeza por eso, pero lo compartes.

P. La última vez que hablamos surgió un género ideal para las novelas que molan: no-aburrido.

R. Las películas aburridas son aún peor. Y eso que duran menos… Por otra parte, hay gente que dirá también que lo mío es aburrido de la hostia. Gente que dice: “Si ya lo sé, pero es que tiene una gracia…”, y está hablando de Esperanza Aguirre. Pues a esa gente espero resultarle aburrido. Porque si divierto a ese, voy fatal.

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