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La azarosa vida de un peluche

Los seis animales, nobles y santurrones, mordieron el polvo; es natural, si de toros solo tenían la apariencia

Antonio Lorca
El Fandi, en el quinto toro de la tarde.
El Fandi, en el quinto toro de la tarde.álvaro garcía

Disculpas le sean pedidas al ganadero por lo que a continuación se cuenta. Pero atribularse no debe porque quien ha visto crecer a sus animales con preocupación, mimo y cariño, y ha recibido los títulos de alquimista de la bravura o prestigioso genetista autodidacta cuando el triunfo le ha sonreído, debe aceptar ahora una negra mancha en su prestigio. De entrada, ha cometido una grave equivocación: él creía que estaba criando toros encastados, y resulta que lo que tenía en la finca eran juguetes de peluche.

Pero hasta los peluches engañan. Se pasan cuatro años de bucólica vida en la dehesa, bebiendo y comiendo como señores, compitiendo unos con otros por la primacía del grupo, dando y recibiendo leña según los casos, y eso sí, oliendo a las vacas de lejos (nada es perfecto en esta vida); un día los suben a un cajón oscuro y, cuando ellos creen que van de vacaciones a la playa, se encuentran con la M-30 y un corral ajeno que no conocen y que los mosquea con toda razón.

Jandilla/Abellán, El Fandi, Escribano

Toros de Jandilla-Vegahermosa, muy justos de presencia, mansurrones, inválidos y muy nobles.

Miguel Abellán: pinchazo, estocada atravesada y un descabello (silencio); media (leve petición y ovación).

El Fandi: estocada trasera y un descabello (silencio); media (silencio).

Manuel Escribano: media estocada y un descabello (silencio); estocada (silencio).

Plaza de las Ventas. 20 de mayo. Corrida de la Prensa. Asistió el Rey don Juan Carlos desde la meseta de toriles. Casi lleno.

Después de un día y una noche de incertidumbre y desinformación, salen al ruedo, dan una vuelta y comprenden que hay un error; unos señores con raros uniformes se empeñan en tratarlos como si fueran toros bravos, pero ellos son juguetes de peluche y no resisten la dura prueba que les obligan a pasar.

Los seis animales, nobles y santurrones, mordieron el polvo; es natural, si de toros solo tenían la apariencia. El primero, por ejemplo, con una cara muy triste, tenía un semblante mortecino, y parecía vislumbrar la otra vida ante de que le correspondiera. Con decirles que su matador empezó como enfermero, y cuando acabó ya tenía el título de especialista en cuidados intensivos. El segundo se dio un batacazo al salir del caballo y quedó patas arriba, en posición muy deshonrosa para su supuesta categoría. El tercero era un peluche de verdad. El cuarto se salvó de la quema. Hizo de tripas corazón y mantuvo la verticalidad. Y los dos últimos a duras se mantuvieron en pie.

Es evidente que así no se puede jugar al toro. Abellán esperó a los suyos a porta gayola, y llegó a trazar redondos muy estimables ante el cuarto, que humilló con fijeza. El Fandi puso banderillas con facilidad y siempre a toro pasado, y simuló capotazos y algún muletazo sin interés; y Escribano, afanoso con los garapullos, valiente y decidido, pero sin oponentes.

Por si fuera poco, sopló el viento y volvió el frío.

En fin, que por culpa del ganadero, que creyó ver toros donde solo había peluches, los seis cuelgan a estas horas de un pincho en una cámara frigorífica, con lo bien que hubieran quedado en el mueble bar del salón. Una vida azarosa se llama eso…

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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