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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Podremos?

Juan Goytisolo apareció en los premios Cervantes con un torpe aliño indumentario, con una chaqueta y corbata ajada, con el síntoma de que su dueño las odia y ellas también

Carlos Boyero
El escritor Juan Goytisolo, entre los reyes Felipe y Letizia
El escritor Juan Goytisolo, entre los reyes Felipe y Letiziauly martín

Leonard Cohen, el hombre mejor vestido de Montreal (que el corazón se lo rompieran unas cuantas veces, o que él devastara a otros, no bloqueó jamás su elegancia por dentro y por fuera), afirmaba que la gente antes de aprender magia debería conocer la etiqueta. Etiqueta exigen los eventos de pompa y circunstancias. Recuerdo a aquel señor que me hacía tan poca gracia y escritor irrepetible, llamado García Márquez, vestido de liqui liqui para recibir su consagración (¿la necesitábamos las estirpes que estamos condenadas a cien años de soledad y no tenemos una segunda oportunidad sobre la Tierra?) en los Premios Nobel. Y miedo me dan los consecuentes deseos de Juan Goytisolo por ir a la solemne movida del Cervantes ataviado con una chilaba.

No lo hace. La subversión militante desprecia esa cosa tan moderna de las tendencias, el disfraz de tu apariencia, el rollo venerado por tantos idiotas e impostores titulado cool y aparece con un torpe aliño indumentario (Machado, el que creía en un milagro de primavera, no intentaba ser snob en su autodefinición, solo era lúcido), con una chaqueta y corbata ajada, con el síntoma de que su dueño las odia y ellas también, pero que las circunstancias le obligan a ese obligado protocolo que le resulta insufrible.

Y ese hombre entre hipertímido y arisco, que habla en voz baja, con alergia al histrionismo, sabiéndose transgresor pero homenajeada su capacidad intelectual por tirios y troyanos, suelta un discurso tan necesario como conmovedor, admirable, a la deriva en el reconocimiento mundano, hablando del acorralado Cervantes, pero también del infame estado de las cosas. Y aunque presupongas que a los 84 años ya no espera nada personalmente exaltante, cita al inmortal y desesperado Pessoa (habló en nombre propio y de unos cuantos desahuciados, magníficos perdedores, con “Llevo en mí la conciencia de la derrota como un pendón de victoria”) y asegura con fervor realista: “Digamos bien alto que podemos”. Ante su modélica Majestad, su seductora esposa, todos los de siempre rindiendo honores al morador de Jemaa El-Fna. Lo opina alguien que tiró a la basura con hastío Reivindicación del conde Don Julian y Juan sin Tierra. Pero también me emocionó (así de simple, repelente Marías) Señas de identidad.

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