La vida en la redacción
Una redacción en la que únicamente se trabaja corresponde a un periódico de una pasividad alarmante
En las redacciones puede que se trabaje, pero es imprescindible que se viva. Una redacción en la que únicamente se trabaja corresponde a un periódico de una pasividad alarmante. Y como la definitiva licenciatura en periodismo solo se obtiene en las redacciones, hoy más que nunca tanto digitales como impresos, este es un capítulo básico para la mejor comprensión y ejercicio de la profesión.
Las redacciones nos hablan, tienen una voz propia que no es la suma de las voces que la componen, sino una lengua particular que expresa todo aquello que pretende ser el periódico. Hay periodistas que oyen esa voz sin mayor esfuerzo, otros que la oyen como producto de un trabajo y una familiaridad prolongadas, y finalmente algunos que, aunque no necesariamente por ello sean malos periodistas, no llegan a oírla nunca. Esas redacciones, como alguna vez ya he mencionado, poseen un peso atómico particular, que es la combinación de tres elementos imprescindibles: un grupito, no necesariamente demasiados, de seniors, que son los maestros de la redacción sin que ni siquiera sean conscientes de ello y ejercen una función pedagógica por el solo hecho de ser y estar; un segundo bloque central de redactores, ya con una carrera a las espaldas, pero todavía con muchos años de ejercicio por delante, que pueden estar o no recorriendo el itinerario para convertirse en seniors, y que constituyen el fulcrum, la gran cinta transportadora del periódico; y, finalmente, un porcentaje de jóvenes, ni pocos ni muchos, en cada caso los justos, con los que los seniors hacen su trabajo de modelado y puesta a punto.
Las redacciones deben estar compuestas por un grupito de seniors, unos redactores con algo de experiencia y un porcentaje de jóvenes
El peso atómico es diferente según las circunstancias; probablemente un diario de altas pretensiones precisa un número mayor de seniors que otro middle of the road; pero los que más necesitan esa levadura son los llamados periódicos populares, de los que en España, básicamente no hay ninguno, pero son legión en América Latina, porque resultan los más complejos a la hora de acertar con el espíritu: explotar lo sensacional sin hacer sensacionalismo; mantener un respeto al lector sin renunciar a inevitables radicalidades; y conservar el buen gusto, por encima de todo. Pero los tres ingredientes son igual de importantes y no hay periódicos de calidad que puedan pasar de ellos.
La redacción que se instala en ese tipo de existencia construye algo muy importante que yo llamo esprit de corps. Espíritu de cuerpo, que es un intangible que comunica secretamente a todos los miembros efectivos de la redacción, de nuevo sin que nadie sea especialmente consciente de ello, pero que hace que, con la oportuna dirección de la jerarquía, esa publicación tenga un propósito común, que todo se ordene con arreglo a criterios en su tiempo proclamados, pero en los que no está uno pensando todo el día, para que todos remen a la vez y en el mismo sentido. Y que no se me malinterprete; no estoy diciendo que el espíritu de cuerpo consista en que los redactores se hagan amigos; ni íntimos ni enemigos. Mis amistades no las va a dictar ni el lugar de trabajo, ni las liaisions dangereuses que allí surjan, porque me las fabricaré yo solito. Es algo diferente, es entenderse muchas veces sin hablar; interpretar los gestos, oír, en definitiva, esa voz profesional que poseen las mejores redacciones. Aquellas en las que retumba como un eco permanente todo lo no publicado.
Pero tampoco hay que volverse histéricos con esto de la seniority. No es por fuerza el destino de los jóvenes que ingresan en una redacción progresar hacia la transubstanciación en seniors. Se puede ser un excelente periodista sin haber tenido el interés, ni las características para convertirse en miembro del club. En América Latina, donde somos muy dados a carenar palabras, quizás diríamos que los seniors deben mostrar una cierta acercabilidad (approachable, approachability); que no les moleste el mosconeo a su alrededor; una capacidad pedagógica innata, que es todo lo contrario de ir dando conferencias por ahí, porque las cosas que se hacen mejor suelen ser producto de la intuición, no de la reflexión académica, que es previa, nunca a posteriori; y todo ello conduce a la puesta en práctica de lo que tácitamente se predica, porque el senior hace mucho más que dice, llena un vacío por el que transitará quien tenga a bien habérsele acercado.
Por todo lo anterior, las redacciones aun teniendo algo de foro, asamblea, ágora, son también algo diferente: el lugar en el que se construye la representación de las cosas, la vida, que consideramos más completa y adecuada para consumo del lector. Por eso digo que en las redacciones se trabaja, pero, sobre todo, se vive.
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