Espartaco en el túnel del tiempo
Tras catorce años retirado, el torero reaparece y dice adiós definitivamente este domingo en Sevilla
Juan Antonio Ruiz Espartaco (Espartinas, Sevilla, 1962), reconocida figura del toreo de los años ochenta y noventa, confiesa que está muerto de miedo. Y no es para menos. Tras catorce temporadas retirado de los ruedos, la tarde de este domingo, a sus 52 años, volverá a enfundarse el traje de luces, hará el paseíllo en la plaza de la Maestranza de Sevilla, dará la alternativa a su paisano Borja Jiménez, tratará de estar bien, su hijo Juan le cortará la coleta, colgará el vestíoy volverá a su casa.
—Dicho así parece muy sencillo —comenta el torero—. Pero es una temeridad, yo lo sé; una locura. Pero tan bonita que habría que dar dinero por vivir esta experiencia; es muy grande la responsabilidad, y tengo miedo al ridículo, a no estar bien, a no cumplir con las expectativas. Debo convencerme de que puedo y haré el esfuerzo más grande de mi vida, porque no tengo otro día para enmendar el error.
—Porque esta despedida es la definitiva.
—Sin duda, debut y despedida. No me quedan fuerzas para nada más. Después, solo habrá tentaderos y festivales, pero esta corrida es la última.
Espartaco se retiró del toreo activo el 29 de septiembre de 2001 en esta misma plaza en una tarde aciaga en la que casi todo salió al revés. Fue un adiós agridulce. Abandonó con tristeza el albero en el que antaño el triunfo le había sonreído, y donde había sido izado cinco veces para traspasar la gloriosa Puerta del Príncipe.
Desde entonces, hace ya catorce años, Espartaco ha soñado más de una vez con introducirse en un hipotético túnel del tiempo y repetir aquella despedida con el único objetivo de cambiar el destino.
“No tengo ninguna cuenta pendiente ni con mi profesión ni con Sevilla. Si alguna vez la hubo, el tiempo la ha tamizado. Tanto es así que la corrida de hoy no me la planteo como un reto profesional, sino personal. No busco nada material, (no sé, siquiera, lo que voy a cobrar), no pretendo rematar mi carrera. Se trata, más bien, de algo sentimental que no hubiera sido posible si las circunstancias no lo hubieran determinado así”.
Esas circunstancias las han propiciado las cuatro figuras del toreo —Morante de la Puebla, El Juli, Perera y Talavante— que, por segundo año consecutivo, han decidido no anunciarse en la Feria de Abril por divergencias con la empresa. Esta, conocedora del sueño de Espartaco, —que ha participado en numerosos festivales y algunas corridas extraordinarias durante su largo retiro—, le propuso la reaparición.
Tras la sorpresa inicial, (“eso es una locura, yo no soy capaz, he perdido el contacto y el hilo con los toros”), el torero se retiró solo al desierto —al Rocío, en este caso— a reflexionar.
“Y me dije a mí mismo que no, que es lo que pensaban mi familia y mis amigos. Y, después, cambié de opinión. Sevilla me lo ha dado todo y no podía negarme. Sé que ni siquiera tengo tiempo para prepararme, pero en la vida hay que ser agradecido. En mi primera época, Diodoro Canorea, el padre del actual empresario, me contrataba cada temporada dos tardes y me pagaba dos millones de pesetas, con los que vivía toda mi familia todo el año, porque en el resto de las corridas no ganaba nada. Y eso no lo puedo olvidar. En fin, que esto es una locura, pero cuando termine el festejo tendré mi conciencia muy tranquila, haya estado bien o mal”.
Y así, por azares del destino, por el miedo a que el sueño se convirtiera en realidad (“deseo que se cumpla, pero, también, que no llegue nunca”), por un favor, por un agradecimiento y por la alternativa a su paisano Borja Jiménez, Espartaco se ha introducido en su particular ministerio del tiempo, y aparecerá la tarde del domingo, como si tuviera catorce años menos, en la puerta de cuadrillas de la Maestranza para volver a despedirse.
Pero antes de abrir la puerta del tiempo, con los 52 años de 2015, los nervios del debutante y la cabellera nevada, el hombre recuerda la trayectoria de aquel rubiales, torerillo acelerado e impulsivo, que creció en el sacrificio, llegó a figura incuestionable del toreo, y se ha convertido en un veterano romántico, reflexivo, lúcido y sabio. Confiesa que la profesión le ha enseñado disciplina, respeto, tesón, responsabilidad y conocimiento para valorar lo mucho que ha conseguido. Afirma que no echa de menos el triunfo ni el aplauso: “Vivo muy tranquilo, soy muy familiar y me gusta estar rodeado de los míos. Soy un hombre de campo y disfruto con la ganadería y la agricultura. No necesito nada profesionalmente del toro; ni siquiera del público, del que conservo un cariño muy especial a pesar del tiempo que llevo fuera de los ruedos”.
Dice que, por encima de todo, admira a sus padres, y se considera un privilegiado y recompensado en todos los órdenes. “No tengo derecho a pedir más ni al toro ni a la vida, porque me han dado más de lo que podía esperar”.
Es consciente, no obstante, de que la entrega y el sacrificio han sido sus más fieles compañeros de viaje, y que una parte de su historia se la ha dejado en el camino.
“He perdido mi infancia y mi juventud y se las he ofrecido al toro, que, a cambio, me ha dado su vida cada tarde”.
“Defender la muerte es muy difícil”, reflexiona Espartaco. “Ojalá pudiera devolver la vida a todos los toros que he matado, porque la muerte no tiene explicación. Pero ese es el sentido de la existencia del toro bravo, que alcanza su significado en la lidia en la plaza. Sé que muchas personas consideran que el espectáculo taurino es cruel, quizá porque desconocen al toro. El hombre sí que es cruel”.
—¿Quién ha sido Espartaco en el toreo?
—Un hombre que lo ha dado todo. Mi concepción ha podido ser más o menos valorada, pero nunca he regateado ningún tipo de esfuerzo. Y creo que eso es lo que se me ha valorado: la responsabilidad, la entrega, la disciplina…
—No ha sido un gladiador, como el Espartaco de la película…
—No, nunca. He pretendido siempre torear con mucha delicadeza.
Reivindica el romanticismo en el toreo, quizá como crítica velada a las figuras ausentes de la Feria de Abril.
“A veces, lo cambiamos todo por conseguir objetivos, triunfos, contratos y dinero, cuando lo primero es amar la profesión por encima de todo. Hay que pensar más en la fiesta que en uno mismo”.
— ¿Quiere decir que el toreo actual está mercantilizado?
— No sé, pero no entiendo que se antepongan ciertos intereses a la propia fiesta. El toreo es una ilusión, y a mí me interesa más la ilusión que la realidad. Quiero decir que la obligación de los toreros es mantener la ilusión del público. Debemos hacer felices a los demás. De lo contrario, la fiesta se acabará.
El reloj apremia. Espartaco debe traspasar la puerta de su particular ministerio del tiempo. A las seis y media se abre la puerta de cuadrillas.
“Quiero estar rodeado de mi familia, y que mi hijo Juan, que tiene 13 años, me corte la coleta. Y a Dios le pido fuerzas para hacer el paseíllo y poder saludar al presidente. Nada más”.
— ¿Es usted feliz, Juan Antonio?
— He sido muy feliz en algunas etapas, pero el toro me ha complicado la vida. Él se ha llevado parte de mi felicidad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.