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Espejismos del califato

Aunque violento, el Estado Islámico no es estrictamente un grupo terrorista, sino todo un proyecto político. Patrick Cockburn y Loretta Napoleoni tratan de explicar su auge

Lluís Bassets
El piloto jordano Moaz al Kasasbeh, a punto de ser asesinado por terroristas del Estado Islámico en febrero.
El piloto jordano Moaz al Kasasbeh, a punto de ser asesinado por terroristas del Estado Islámico en febrero.

Hay acontecimientos que salen de fábrica etiquetados con la marca de la historia. Los buscamos los periodistas, a ser posible para narrarlos en primera persona como testigos directos, y los buscan con afán similar los editores de libros, para encargar o comprar los derechos de quienes los van a interpretar, desmenuzar y analizar en sus causas y consecuencias.

Uno de los más recientes e inexplicados, probablemente también difíciles de interpretar, es el de la aparición del Estado Islámico de Irak y Siria, violentamente instalado en un amplio territorio entre ambos países árabes, donde sus adeptos quieren construir una sociedad regida por la sharía o ley islámica más estricta, siguiendo el modelo salafista, es decir, el de los piadosos compañeros del profeta Mahoma.

Conocido también como Daesh por sus siglas en árabe, el Estado Islámico no es estrictamente un grupo terrorista como Al Qaeda, aunque proceda del mismo árbol violento, sino que es todo un proyecto político, naturalmente de matriz y métodos terroristas, que tiene como objetivos arrumbar los regímenes árabes, expulsar a las potencias occidentales, limpiar el territorio de las minorías religiosas consideradas heréticas o politeístas (cristianos, judíos, chiíes, yazidíes) y borrar las barreras coloniales en Oriente Próximo —muy concretamente la línea que separa Siria e Irak y lleva el nombre de Sykes y Picot, los diplomáticos británico y francés que acordaron secretamente la partición—.

El acontecimiento histórico en cuestión tomó cuerpo en fecha tan cercana como el pasado 5 de julio, cuando un individuo conocido como Abu Bakr al Bagdadi dirigió la plegaria del viernes en la gran mezquita Mosul, pocos días después de la caída de la segunda ciudad iraquí —más por deserción del ejército de Bagdad que por conquista en combates— en manos de las huestes del ejército del Estado Islámico y se dirigió a los creyentes como si fuera el califa o máxima autoridad a la vez política y religiosa, exigiendo en virtud de su título la obediencia y la yihad o guerra santa a los musulmanes de todo el mundo.

El vídeo que permitió conocer el rostro y los negros hábitos medievales de quien se autoproclama sumo jerarca musulmán fue solo la primera de las exitosas producciones audiovisuales del nuevo Estado, caracterizadas por una desenfrenada carrera de crueles exhibiciones de decapitaciones, ejecuciones sumarias, amputaciones e incineraciones, que tienen como víctimas a prisioneros de guerra, periodistas, cooperantes o simples trabajadores, apresados y asesinados por el solo hecho de ser cristianos coptos.

Las iniciales actuaciones del sangriento califato empezaron en los dos países árabes vecinos, pero pronto se extendieron a Libia o consiguieron el reconocimiento de otros grupos de calibre y calaña parecidos, como Boko Haram, de similar vocación exterminadora, aunque especializado en secuestrar y esclavizar mujeres y niñas en el norte de Nigeria.

Es un auténtico alud el de los reportajes periodísticos, artículos de revistas especializadas e incluso algunos libros, que han salido en los últimos meses con el objetivo de ofrecernos las primeras explicaciones, a veces todavía muy improvisadas, sobre el origen de esta nueva pesadilla. Patrick Cockburn, experimentado corresponsal en la zona desde los años setenta, y Loretta Napoleoni, economista especializada en las redes terroristas, son los dos autores de los dos primeros libros que se publican en castellano, y que constituyen tan solo la avanzadilla de los que verán la luz en los próximos meses y años.

El primer problema que plantean todos ellos es que apenas hay testigos directos de la catástrofe geopolítica que significa la descomposición de al menos dos países, Irak y Siria, y del genocidio que ya se ha puesto en marcha en el corazón de Oriente Próximo. Buena parte de las cifras sobre combatientes, víctimas o financiación del terrorismo apenas están documentadas y corresponden a estimaciones escasamente explicadas. No las hay respecto a la actividad del ejército terrorista, pero tampoco abunda la información sobre las actuaciones militares de la coalición de 60 países que les combaten por medios aéreos.

Una de las mayores dificultades interpretativas en este sangriento conflicto tiene su origen en el carácter mediático de los nuevos conflictos bélicos. Las imágenes de la actividad terrorista difundidas por las redes sociales son armas de propaganda y de amedrentamiento de las poblaciones. Se dirigen naturalmente a la región, pero también a los países occidentales donde hay una numerosa población de religión islámica susceptible tanto de reclutamiento como de excitación antioccidental.

La tradicional niebla de la guerra es mucho más espesa y desorientadora en las nuevas guerras, sin frentes establecidos, contendientes nítidos, ni alianzas estables. Lo advierte Cockburn respecto a las últimas cuatro guerras libradas por Estados Unidos (Afganistán, Irak, Libia y Siria), en las que encontramos patrones similares en cuanto a exacerbación de las divisiones civiles, centralidad del radicalismo yihadista y efectos distorsionadores de la propaganda sobre la percepción pública de los resultados de las campañas, “incluso respecto a la identidad de los vencedores y los vencidos”.

El efecto propagandístico, al que suelen ser más reticentes experimentados reporteros de guerra como Cockburn, puede alcanzar incluso a quienes intentan comprender estos acontecimientos desde la reflexión política, como es el caso de Napoleoni, que asimila el califato a un auténtico intento de construcción de un Estado-nación propio de los musulmanes, al igual que en su día los judíos aspiraron y consiguieron la creación de Israel. Ambas aproximaciones periodísticas son útiles e interesantes, pero hay que leerlas con la distancia y la prevención exigidas por la escasa perspectiva que tenemos ahora mismo, cuando ni siquiera se ha cumplido un año desde que Al Bagdadi manifestara en público su voluntad de reconstruir el califato mitificado de los primeros años de expansión del islam.

Isis. El retorno de la yihad. Patrick Cockburn. Traducción de Alma Alexandra García. Ariel. Barcelona, 2015. 131 páginas. 14,95 euros.

El fénix islamista. El Estado Islámico y el rediseño de Oriente Próximo. Loretta Napoleoni. Traducción de Francisco Martín Arribas. Paidós. Barcelona, 2015. 143 páginas. 15,95 euros.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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