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Mamá, ¿tú ves porno?

Eva Illouz se centra en el fenómeno de 'Cincuenta sombras de Grey' para analizar la prescripción de criterios, actitudes y valores que desprende la exitosa novela

Manuel Cruz
Jamie Dornan y Dakota Johnson, en un fotograma de 'Cincuenta sombras de Grey'.
Jamie Dornan y Dakota Johnson, en un fotograma de 'Cincuenta sombras de Grey'.

Al ver el título del presente libro, tal vez algún lector despistado se precipitará a pensar, recordando a Woody Allen —que sentenciaba aquello de que “lo mejor de la masturbación son los cariñitos de después”—, que estamos ante una monografía sobre el onanismo. Pero en cuanto repare en el subtítulo caerá en la cuenta de su error, al tiempo que dispondrá de una pista interesante para inscribir este Erotismo de autoayuda en el conjunto de la obra de Eva Illouz.

En efecto, en el texto en cierto modo se persevera en un enfoque metodológico que la autora ya había utilizado en su anterior Por qué duele el amor, publicado por los mismos sellos editoriales en 2012. La diferencia radica en que en este último se servía para apoyar su argumentación de la referencia a grandes obras de la literatura universal (Madame Bovary, Ana Karenina, las novelas de Jane Austen…, recurso que complementaba con un ingente material, que en cierto modo podría quedar subsumido bajo el rótulo de cultura popular de hoy: revistas femeninas, sitios de Internet, entrevistas en diversos medios y… libros de autoayuda. En Erotismo de autoayuda, en cambio, a Eva Illouz le basta con el análisis de Cincuenta sombras de Grey, el best seller mundial que la británica Erika Leonard firmó con el seudónimo de E. L. James.

La relación sadomasoquista funciona en la novela como una ficticia resolución de tensiones

¿Por qué no necesita más? Porque los best sellers, según las propias palabras de la socióloga marroquí, “se definen por su capacidad de captar valores y actitudes que, o bien ya son dominantes y están ampliamente institucionalizados, o están suficientemente difundidos para que un medio cultural pueda presentarlos como corrientes”, y Cincuenta sombras cumple a la perfección ese papel. En ella, es verdad, se ponen en escena los estereotipos y contradicciones del nuevo orden romántico o, si se prefiere enunciar esto mismo de una manera un tanto enfática, quedan codificados los grandes interrogantes de nuestra época al respecto. Son tales rasgos los que le llevan a concluir a Eva Illouz que, en realidad, el relato de E. L. James, más allá de lo que pueda tener de representativo de la forma actual de entender las relaciones amorosas, funciona como un libro de autoayuda, esto es, prescribe criterios, actitudes y valores que se supone que resultan de utilidad para la vida —en este caso amorosa— de las personas. Probablemente sea sobre todo en este último aspecto donde resida la clave del éxito comercial de la novela.

Porque la propuesta última de Cincuenta sombras contiene algo de equívoco, equivocidad que probablemente constituya la razón última de que haya podido ser aceptada incluso por sectores ideológicos enfrentados. Así, no han faltado intérpretes que han creído percibir la presencia del código feminista en una novela en la que el protagonista masculino accede por completo a los deseos de la protagonista femenina, que es quien de hecho mantiene en todo momento el control sobre las reglas, constituyendo solo una mera simulación el papel de amo y esclava que representan.

Pero, al lado de esto, no es menos cierto, como señala Eva Illouz, que la relación BDSM funciona en la novela como una ficticia resolución de las tensiones inherentes a la heterosexualidad moderna. Frente a las enormes incertidumbres que genera el carácter libre y contractual de las relaciones modernas, frente a las dificultades para establecer reglas con las que negociar el compromiso, el amor y el deseo, propias del mundo actual, la salida que aquí se nos ofrece es la de unas relaciones en las que la mujer es sexualmente libre, pero no tanto (en apariencia acepta el dominio del varón), en las que disfruta pero no tanto (su deseo se adapta a la forma del deseo de su pareja), en las que se compromete pero no tanto (en realidad, en el altar del sexo únicamente ofrenda una completa pasividad), etcétera. Aunque, eso sí, finalmente consigue que esa peculiar relación desemboque en la materialización —innombrable en nuestra sociedad, según Houellebecq— del amor total.

Se trata de una propuesta que, si no nos distraemos con el llamativo envoltorio sexual, lejos de impugnar en sentido propio las estructuras básicas del orden amoroso existente, podríamos incluso llegar a pensar que las refuerza, maquillando su venerable antigüedad con un ligero toque de transgresión flou (que a algunos les recordará, apenas con un punto más de intensidad en el color, el de la película Nueve semanas y media). Nada tiene de extraño, a la vista de todo ello, el calificativo de “pornografía para mamás” que ha merecido este libro.

En definitiva, lo peor de Cincuenta sombras de Grey es que acaba haciendo bueno aquel viejo chiste sexista que se preguntaba por la razón por la que las mujeres ven hasta el último fotograma de las películas porno, y se respondía, con una gracieta que sin duda haría cabecear afirmativamente a Eva Illouz, que es porque quieren saber si al final la chica se casa con el protagonista. En la novela de E. L. James, por cierto, terminan haciéndolo.

Erotismo de autoayuda. Cincuenta sombras de Grey y el nuevo desorden romántico. Eva Illouz. Katz/Clave Intelectual. Buenos Aires/Madrid, 2014. 124 páginas. 12 euros.

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