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Luciano Fabro, mito y materia

La antológica dedicada al artista reúne 60 piezas que refrendan la intensidad, teatralidad y 'finezza' que el piamontés brindó a la escultura contemporánea

Vista de sala de la antológica de Luciano Fabro en el Palacio de Velázquez.
Vista de sala de la antológica de Luciano Fabro en el Palacio de Velázquez.

No podemos estar seguros de que, con el cambio de siglo, Italia haya dejado, por una vez en su larga historia, de producir buenos artistas, pero sin duda uno de los últimos y más complejos es extraordinariamente italiano, y aunque encorsetado en el calificativo de povera, fue sobre todo un poeta para quien el material, ya fuera mármol, granito, tela, latón, bronce o cristal, era capaz de hablar de sí mismo, revelar su propia estructura interna.

Luciano Fabro (Turín, 1936-Milán, 2007), el menos “franciscano” de aquella generación libre e intermitente bautizada en Génova, en 1967, por Germano Celant como “pobre”, fue también el más clásico. Participó con Mario Merz, Pino Pascali, Michelangelo Pistoletto y Giovanni Anselmo, entre una docena de artistas —todos hombres—, en aquella corriente, podríamos decir, antimoderna, que rechazaba el lenguaje escultórico del minimalismo y la cultura de consumo avanzada en favor de una práctica artística de dimensión social y corporal. Pero si bien esta ambivalencia caracteriza buena parte del arte producido en los jugosos sesenta, en el caso del artista piamontés se daba una conexión específica con el mito y la Antigüedad clásica. Luciano Fabro fue, además, un provocador de nuestra atención: dio intensidad a la escultura, la invistió de un carácter artesanal, de finezza, de especificidad local y también de teatralidad. De manera más radical que el resto de los povera, se apartó de la lógica instrumental del objeto racionalista y global para ahondar en un tipo de escultura que vinculaba el momento de izquierdas que vivía el continente europeo con el discurso purificador del material, en una sutil relación entre lo textil (la tela), lo táctil (la piedra) y lo tectónico (el espacio).

Fabro fue un poeta para quien el material era capaz de hablar de sí mismo, de revelar su propia estructura interna

La antológica que presenta el Palacio de Velázquez reúne 60 piezas que arrancan en 1963, año de la muerte de Piero Manzoni, precisamente el artista que planteó el dilema que llevó a la modernidad hasta su reducción más absurda (Fiato d’artista, Merda d’artista, 1961). En sus primeras piezas creadas con tubos de metal, cristales y espejos que contienen líneas y formas constructivistas, vemos al Fabro más conceptual y duchampiano. A partir de los setenta se amplía su repertorio plástico: el mármol sugiere lo patético; el metal, franqueza; las telas, erotismo y movimiento; la madera es la naturaleza, y el pelo lo escatológico; el cristal, la gracia. Fuese cual fuese el material, Fabro lo transformaba con la misma laboriosidad. Todo en la escultura, desde el ángulo visual, los contrapuntos, los huecos, la gravedad, el equilibrio, el caos, hasta el artificio, formaba parte de la misma “situación espacial”.

La muestra también permite comprender cómo la escultura monumental encuentra su sentido en la proximidad y proporción humana. Se puede ver en su serie más conocida y seguramente más manierista, los piedi (1968-2000), compuesta por una decena de pies gigantes hechos con materiales nobles revestidos con pantalones, que remiten al cuerpo como arquitectura y pedestal. Sus últimos volúmenes escultóricos, más abstractos y resquebrajados, aparecen como metáforas de una civilización en declive.

Fabro utilizó el contorno cartográfico de su país para crear una serie de obras que representan una bota puesta al revés (la Italia fascista, la Italia del dolor, la Italia del oro, la Italia de pelo…) y que le servían como estudios de futuros trabajos: “Cuando tengo una idea, la pruebo sobre una italia”, solía decir. Esta exposición nos convence de la integridad y compromiso de su búsqueda.

Luciano Fabro. Antológica. Palacio de Velázquez. Museo Reina Sofía. Parque del Retiro. Madrid. Hasta el 12 de abril.

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