Fotolibros: enfoca, dispara, edita
Ante la crisis, los fotógrafos españoles apostaron por la autoedición para dar a conocer su obra. Hoy, sus publicaciones acumulan premios y elogios en la escena internacional
“Eran del montón pero, de repente, los fotógrafos españoles redoblaron su apuesta y han producido algunos de los mejores fotolibros de la última década. Con obras a menudo autopublicadas, siempre llenas de energía y nuevas ideas, ahora se cuentan entre los creadores más productivos e inspirados del género”, sostiene Martin Parr, célebre fotógrafo de la agencia Magnum, autor de más de 70 fotolibros propios, apasionado coleccionista de ajenos y autoridad absoluta en la materia —su historia del fotolibro, editada por Phaidon, suma tres volúmenes—.
Horacio Fernández, historiador de la fotografía y comisario, sitúa la explosión del fotolibro español en 2009. “En el siglo XXI un fotógrafo joven difícilmente podía hacerse un nombre en el mercado de las galerías, prácticamente inexistente en el terreno de la fotografía”. Los encargos en prensa también habían tocado fondo. Entonces, ¿qué podían hacer para dar a conocer su trabajo? “Editar un fotolibro. La primera razón tras el revival del fotolibro es económica/social, la segunda es puramente materialista: el proceso de edición, que siempre ha sido complicado, se ha simplificado de tal manera que existe la posibilidad de la autoedición. Las dos primeras razones explican un fenómeno que es internacional, porque el auge del fotolibro se da ahora mismo en todo el mundo, pero no explicarían por qué en España son tan buenos, y es que el talento y el ingenio de la generación de Ricardo Cases, de Cristina de Middel y de tantos otros es excepcional. Han hecho trabajos espléndidos sin subvenciones, sin apoyos institucionales, sin galeristas, sin curadores que les expongan, verdaderamente llama la atención. Es un fenómeno de autoedición y de autogestión. Lo han hecho ellos. No hay un descubridor o plataforma”. Se corrige. “En realidad, habría que citar a La Kursala en Cádiz”.
Los fotógrafos españoles han producido algunos de los mejores fotolibros de la última década”, sostiene Martin Parr
En 2007 la Universidad de Cádiz se puso en contacto con Jesús Micó, veterano fotógrafo, docente y comisario, para que liderase una pequeña sala de exposiciones centrada en la fotografía. “Querían que tirase de mi agenda personal porque pensaban que era la manera de que un centro de la periferia adquiriera prestigio”, explica. Él les hizo una contraoferta: atender solo a fotógrafos emergentes y así distinguirse del resto de salas institucionales “que no arriesgan por autores desconocidos”. A Micó, que lleva más de 20 años dando clase, sus alumnos ya empezaban a presentarle fotolibros como proyectos finales, por eso hizo otra petición a la universidad gaditana: que las muestras no fuesen acompañadas de catálogos —traducciones literales de lo expuesto en la pared— sino de libros. “Un formato que, a diferencia del catálogo, se adaptaba formal y estéticamente a la idea del autor. Ahora todo el mundo tiene claro el boom del fotolibro, pero por entonces suponía romper esquemas”. Además, serían los propios fotógrafos quienes se encargarían de su edición, de forma autónoma o en colaboración con editoriales independientes. Esta es la fórmula de La Kursala: cada fotógrafo cuenta con 2.000 euros para realizar una tirada de 500 ejemplares —425 para la Universidad, 75 para ellos— y 900 para la producción de la exposición. En la larga lista de títulos de los Cuadernos de La Kursala figuran los nombres de fotógrafos fundamentales en esta edad dorada del fotolibro español: Ricardo Cases, Cristina de Middel, Aleix Plademunt, Simona Rota, Juan Valbuena.
Después de seis años en el diario Información de Alicante, en 2010, Cristina de Middel se dijo “hasta aquí hemos llegado”. Pidió un año sabático y se puso “a investigar historias que son reales pero nadie se cree e historias que son falsas pero la gente se cree”. Así se encontró con los afronautas: la increíble historia del programa espacial que Zambia lanzó en 1964, recién proclamada su independencia, para derrotar a EE UU y la URSS en la conquista del espacio. El profesor de ciencias Edward Mukuka Nkoloso, impulsor del proyecto, estaba preparado para enviar a la Luna, primero, y a Marte, después, a 12 astronautas —entre ellos una mujer que se quedó embarazada y tuvo que abandonar la aventura— y 10 gatos. De Middel buscó localizaciones, modelos y convenció a su abuela para que cosiera los trajes de los afronautas para recrear su visión de ese programa espacial africano, con claras referencias “a Tintín y Barbarella”. La serie fotográfica iba a ser una exposición, pero los galeristas se echaron atrás y, finalmente, terminó en La Kursala. “Lo que yo hice fue invertir más dinero para quedarme con 600 ejemplares, así hice visionados de porfolios, moví el libro todo lo que pude y me fui a Arles”. Allí cambió su vida: en julio de 2012 en los Rencontres d’Arles. Un visionador le enseñó Afronautas a Martin Parr, que rápidamente escribió a De Middel para comprar un ejemplar: el libro le entusiasmó, empezó a hablar maravillas de él y en tres semanas se agotó la tirada y alcanzó la categoría de objeto de coleccionista —empezó a venderlo por 35 euros y llegaría a subastarse por 2.200—. “Llegué a tener más e-mails de fotógrafos de Magnum en mi bandeja de entrada de los que nadie tendrá jamás”. En 2012 Afronautas quedó finalista en Paris Photo en la categoría de mejor primer fotolibro —también C.E.N.S.U.R.A., de Julián Barón—, y en 2013 fue nominado para la Deutsche Börse y ganó el Infinity Award que concede el International Center of Photography de Nueva York.
Ese mismo año, Karma, del malagueño Óscar Monzón, se hizo con el premio de Paris Photo-Aperture Foundation en la categoría de primer fotolibro y Parr lo incluyó en su selección de los 10 mejores del año, listado en el que también figuraba The PIGS, de Carlos Spottorno, que ganó el premio al fotolibro de 2013 en el Festival de Fotografía de Kassel y fue elegido por la revista Time como uno de los mejores títulos del año. También en 2013, la prestigiosa editorial británica Mack publicaría Casa de campo, de Antonio Xoubanova, al que seguirían Almost There, de Aleix Plademunt (en co-edición con Ca l’Isidret), y el año pasado El porqué de las naranjas, de Ricardo Cases… “Estamos ante este fenómeno porque convergen varias causas: fotógrafos con talento, Jesús Micó y La Kursala como punto de salida, pequeños editores, colectivos como BlankPaper o Nophoto, una nueva generación que sale al extranjero, pero, sobre todo, porque los españoles entienden bien el fotolibro. Sus obras destacan porque tienen una calidad enorme, porque la arquitectura de los libros es diferente a la de otros países, es más sencilla, más coherente y honesta. Además, son un nuevo punto de venta y eso es llamativo. La novedad siempre vende”, explica Ramón Reverté, editor y director creativo de la editorial RM.
Esta generación se define por la necesidad y la voluntad. No hay cultura de la subvención”, señala Gonzalo Golpe
Por necesidad, resume Ricardo Cases, fotógrafo, miembro del colectivo BlankPaper y agitador del fotolibro español, autoeditó sus dos primeros libros, Belleza de barrio y La caza del lobo congelado. Buscó el apoyo de las grandes editoriales, “pero en todas me decían que me lo distribuían, pero que no podían invertir dinero”. Por necesidad —y ganas de ayudar a otros fotógrafos— fundó junto a Natalia Troitiño la editorial Fiesta Ediciones. Por necesidad, esta vez, de salir adelante sin pedir más favores a amigas diseñadoras se hizo él mismo su tercer libro, Paloma al aire. “Y es que, para mí, esta generación se define por la necesidad y la voluntad para hacer cosas. Crean escuelas como BlankPaper, editoriales como Ca l’Isidret, librerías digitales como Dalpine y comisarían a sus propios compañeros de generación. No tienen esa cultura de la subvención. No están pidiendo, pidiendo, pidiendo, porque han llegado hasta aquí sin ayuda. Ellos mismos están cubriendo todos los huecos”, señala el editor independiente Gonzalo Golpe. Además, subraya Jesús Micó, son quienes mejor preparados están para hacerlo. “Tienen un talento tremendo, acompañado de formación académica, algo de lo que adolecía la generación anterior. En fotografía, la formación se implantó en España hace poco más de una década y ahora empieza a dar sus frutos. Además, dominan las nuevas tecnologías, hablan idiomas y están perfectamente capacitados para autogestionar y promocionar sus proyectos porque manejan todos los recursos contemporáneos”.
Parece que a Martin Parr, que siempre ha reivindicado el valor del fotolibro y lamentado su escaso protagonismo en la historia de la fotografía, se le presentan razones por el optimismo: por fin, el género empieza a encontrar su sitio. “El fenómeno del fotolibro va a durar porque hoy tiene una consideración que antes no tenía: ahora es una obra de arte en sí mismo. En la feria Paris Photo la jerarquía de editoriales y galerías es la misma. Ya entienden que el libro está al mismo nivel que la obra. Además, el fotolibro se ha revelado como el soporte ideal para difundir el trabajo de un fotógrafo en la era digital. Una exposición en una galería es limitada, efímera, pero el libro llega a todas partes”, asegura Reverté.
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