Y, después de la crisis, ¿qué reformas?
Tras la recesión persiste la precariedad y la incertidumbre. Las propuestas para el nuevo escenario oscilan entre la regeneración de las instituciones y las recetas tecnócratas
Comienza a asentarse en la opinión pública la percepción de que la crisis económica está siendo finalmente superada, por mucho que persista el paro, el futuro de los jóvenes siga siendo precario y las condiciones de vida de las clases desafortunadas continúen siendo injustas. Pero ya se vislumbra la salida de la crisis y con ello ingresamos en una nueva fase, caracterizada por otro tipo de incertidumbre muy distinta. Una vez estabilizados los mercados, ¿qué modelo de sociedad será el que se asiente a partir de aquí? He aquí algunos ensayos recientes que exploran los escenarios por venir de la poscrisis.
El diagnóstico más común entre los especialistas es que para asentar el futuro hay que acometer imprescindibles reformas. En efecto, el concepto de crisis implica la suspensión excepcional de las reglas de juego habituales. Mientras dure la crisis, las normas reguladoras vigentes con anterioridad dejan de funcionar y ya no sirven. Y cuando la crisis termina, hay que establecer nuevas reglas de juego ante la imposibilidad práctica de restaurar las anteriores que han quedado superadas. Así se abre un abanico de posibles recomendaciones, desde la típica de los tecnócratas neoliberales que prescriben transformaciones estructurales hasta la regeneracionista que demanda reformar las instituciones políticas, pasando por enfoques intermedios que apelan a la conveniencia de cambiar de valores culturales.
Sánchez-Cuenca apunta a un liberalismo contramayoritario, con derechos y libertades, sin igualdad ni autogobierno
Como la literatura económica sobre las reformas estructurales es ingente, cabe sintetizarla en el libro de un observador externo como Edward Hugh, célebre socio de Nouriel Roubini que pronostica para España un futuro bifurcado entre la Escila del modelo alemán (bajos salarios y alta competitividad) y el Caribdis del japonés (estancamiento más deflación), dados los efectos contractivos que la devaluación salarial tiene sobre el consumo y por tanto sobre el crecimiento. Pero si Hugh reclama recortes de salarios no es para favorecer el comercio exterior, sino para que el crecimiento de la masa salarial se traduzca en alza del empleo en vez del salario unitario. Pues nuestro más grave problema estructural es de tipo demográfico, dado el desequilibrio de las cuentas de la Seguridad Social debido a la escasez del empleo (y la baja población activa) frente al fuerte crecimiento de las pensiones.
El volumen compilado por Castells y sus colaboradores, en cambio, analiza la salida de la crisis desde el punto de vista cultural. Destaca el texto del sociólogo francés Michel Wieviorka, que aborda la crisis como un proceso de cambio social, entendido como una metamorfosis de las relaciones de conflicto que ha erosionado no sólo a los Estados y los partidos sino también a las empresas y los sindicatos, así como por supuesto a los actores colectivos e individuales. Y entre los capítulos que abordan las mutaciones culturales descuellan dos: el de Sarah Banet-Weiser, que describe la narrativa de la publicidad de marca (General Motors y Levi’s) como una muestra de las estrategias biopolíticas esgrimidas para individualizar la respuesta a la crisis mediante el cambio de los estilos de vida, y el de Terhi Rantanem, quien analiza el modo en que la industria mediática ha nacionalizado las audiencias para descargar sobre las nacionalidades ajenas (griegos, alemanes, etcétera) la responsabilidad colectiva sobre la crisis, diluyendo las concretas responsabilidades empresariales, políticas e institucionales.
Así llegamos al tercer tipo regeneracionista de prospectiva poscrisis, representado por los tres libros restantes. No obstante, el de Sánchez-Cuenca se presenta a sí mismo como un manifiesto antirregeneracionista, dado que se dedica con intención provocadora a desmontar los argumentos de la literatura que ha surgido para reclamar en la estela del 15-M la urgente necesidad de proceder a serias reformas institucionales del sistema político. Los objetos de sus ataques son aquellos libros de éxito que lamentan los vicios congénitos del sistema español, al que habría que regenerar para acercarlo a modelos anglosajones o nórdicos. Y no hay duda de que Sánchez-Cuenca acierta a veces con la acidez vitriólica de sus críticas. Sin embargo, al final su libro tiene aroma de regeneracionismo frustrado, que querría regenerar nuestras instituciones pero sabe que no puede hacerlo porque lo impide nuestra propia inercia institucional (la path dependence de un Putnam) o el famoso trilema de Rodrik (la imposibilidad de obtener a la vez la representatividad democrática, la soberanía nacional y la competitividad internacional). Lo que nos condenaría a permanecer sujetos a un liberalismo contramayoritario, con derechos y libertades pero sin igualdad ni autogobierno.
En cambio, los dos últimos libros pueden ser catalogados como de regeneracionismo problemático pero posibilista, pues sostienen que sí es posible reformar nuestras instituciones, aunque para hacerlo no existan fórmulas mágicas ni recetas milagrosas, pues cualquier procedimiento aplicable presenta contraindicaciones tanto como ventajas. El de Andrés Ortega, que sirve de portavoz del blog Agenda pública, se refiere sobre todo a la reforma de instituciones como la Corona, la justicia, el Gobierno y la doble integración territorial (Estado autonómico) y europea. Y el de Politikon (autor colectivo formado por científicos sociales treintañeros que trabajan en universidades foráneas) se centra especialmente en la reforma de los partidos políticos y del sistema electoral, contra cuyas tentaciones falazmente democratizadoras más destacadas (las elecciones primarias y el sistema mayoritario) previenen con informada lucidez, alertando contra sus peligros clientelares, cesaristas y plebiscitarios. Pero ambos libros coinciden en destacar dos cuestiones decisivas: la necesidad de separar la política partidaria de la Administración pública (causa última de toda corrupción) y la conveniencia de reorganizar la sociedad civil, que pasa por ser la más contestataria de Europa pero también la más delegativa.
¿Adiós a la crisis? Edward Hugh. Deusto. Bilbao, 2014. 240 páginas. 18 euros.
Después de la crisis. Manuel Castells, Joâo Caraça y Gustavo Cardoso (editores). Alianza. Madrid, 2013. 415 páginas. 24 euros.
La impotencia democrática. Sobre la crisis política de España. Ignacio Sánchez-Cuenca. Catarata, Madrid, 2014. 189 páginas. 17 euros.
Recomponer la democracia. Andrés Ortega. RBA. Barcelona, 2014. 205 páginas. 19 euros.
La urna rota. La crisis política e institucional del modelo español. Politikon. [Jorge Galindo, Kiko Llaneras, Octavio Medina, Jorge San Miguel, Pablo Simón y Roger Sanserrich]. Debate. Barcelona. 286 páginas. 16 euros.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.