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“Todos tenemos un ‘birdman’ dentro, esa vocecita que te critica y engaña”

A sus 62 años, el actor, famoso por ser el primer gran Batman, vuelve a lo grande como protagonista del último filme de Iñárritu

Ajado por el tiempo, sin la máscara de Batman, aunque también con poco pelo, Michael Keaton se ha destapado esta temporada. El actor de 63 años, alejado de Hollywood y poco dado a hablar con la prensa, accede a esta entrevista casi feliz. Casi, porque nunca le ha gustado regodearse en su trabajo interpretativo. Pero se siente muy agradecido por seguir en activo: le gusta el cine. “Birdmanes única”, comienza. De ahí que esté exultante. “He tenido la gran fortuna de que este mexicano loco haya llamado a mi puerta para presentarme este maravilloso plato de comida que me he devorado en el momento adecuado”, añade sin poder contener su alegría. El mexicano loco no es otro que Alejandro González Iñárritu y el plato de comida, el guion que el realizador escribió junto a Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris y Armando Bo centrado en un actor demasiado conocido por hacer de superhéroe —antes de que los superhéroes se pusieran de moda— que intenta ganarse el respeto del público dirigiendo una obra de teatro en Broadway. ¿Suena familiar? “Tuve mucha suerte de hacer de Batman pero no soy Riggan Thomson. Estaría en el manicomio si escuchara la voz de Batman en mi cabeza”, se ríe Keaton descartando los parecidos razonables entre actor y personaje.

Odio la falsa humildad, pero está bien que los premios se acuerden de ti”

La teoría de Edward Norton, también parte de Birdman junto con Emma Stone, Naomi Watts y Zach Galifianakis, es que todos los actores de esta sátira sobre el mundo del espectáculo, las redes sociales y el tamaño del propio ego son el mismo Alejandro. “Y él será el primero en decirte, como persona que ha cruzado el umbral de los cincuenta, que todos llevamos un Birdman dentro, esa vocecita que te critica, te ensalza y te engaña todo el tiempo”, agrega Keaton. En su caso es una voz que le dice que trabaje duro y en proyectos extremadamente artísticos. Esas son sus premisas, aunque él mismo sabe que no siempre las ha cumplido. “He hecho cosas que han dado la vuelta al mundo y también las hay que nadie ha visto”, equilibra la balanza. Como Riggan en Birdman, Keaton tuvo a Hollywood por montera cuando protagonizó Batman y, sin embargo, dejó que la ola pasara, abandonando la franquicia tras su segunda entrega. ¿Desidia, ego o un Hollywood corto de vista? Keaton contesta. Primero, razones personales: “Un hijo que crié yo solo porque me había separado de la madre”. Y profesionales: “También me ofrecieron papeles que me aburrían”. A eso hay que sumar la relajación que vino con la fortuna que le reportó el hombre murciélago, especialmente para alguien como él, el menor de nueve hermanos (dos murieron de niños) criados en una granja sin cuarto de baño. Incluso ahora mantiene un estilo de vida más bien espartano en su rancho en Pensilvania. “Me permitió rechazar lo que no quería”, añade. “Había hecho un montón de cosas antes, y nunca me persiguió —como a Riggan— el deseo de que me tomaran en serio”. Entre sus favoritos, uno de sus primeros trabajos: en televisión con Tony Randall. O junto a Robert Duvall en Camino hacia la gloria, que aceptó para trabajar con él. Y, sobre todo, su colaboración con Tim Burton. “Jugué con una gran ventaja porque sabía que estaba trabajando con un artista que me haría parecer más original”.

Lo mismo le ocurrió con Iñárritu. “Birdman, como Beetlejuice, es 100% original”. Una película filmada como si fuera un plano secuencia continuo, ensayada durante un mes en Los Ángeles —“su interpretación, su coreografía, su diálogo”— y que dejó a Keaton en calzoncillos en medio de la neoyorquina Times Square. ¡Qué mayor desnudo que ese! “La mejor prueba de que debo de estar loco!”, se ríe. No lo dice sólo por haberse cruzado el centro de Nueva York en ropa interior en hora punta sino por no haberse dado cuenta de ello cuando Alejandro le dio el guion. “Así es como funciona el cerebro de un actor. Sólo piensas en hacer realidad lo que te gusta”. Keaton está contento de haber seguido sus instintos, y se acerca la temporada de premios. “Odio la falsa humildad tanto como ir de cool, pero está muy bien que se acuerden de ti un poco, ¿no?”, concluye sin disimular la sonrisa de satisfacción.

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