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¿Quién elige las lecturas, padre o hijo?

El dilema: ¿hay que seleccionar los libros de los niños o es mejor dejarles libertad?

Niño leyendo tebeos en una calle de Nueva York en 1945.
Niño leyendo tebeos en una calle de Nueva York en 1945.André Kertész

No lean (aún) a Borges

Por Ismael Alonso Álvarez

No lean a Borges, ni a Dostoievski, ni a Cortázar, ni a Thomas Mann, ni a Galdós, ni, por supuesto, a Luis Landero. No conozco mejor manera de recomendar un libro. Todos los lectores tienen una biografía marchitada de hitos esenciales. Esas obras cobran importancia no tanto por lo que son, que también, sino por el momento en que fueron leídas. Ese pequeño terremoto nos sacude por dentro y arroja al mundo en una otredad distinta a la que se empeña en reflejar el espejo del tiempo. ¿Quién acerca esa sensación a nuestros hijos? Está la escuela y sus lecturas obligatorias —o no—, pero ese es otro debate. Está la familia, claro, y su función de guía espiritual en tiempos difíciles. Reconozcámoslo: en ciertas edades, sobre todo en la adolescencia, el placer no se lleva bien con la imposición. Si queremos que nuestro hijo lea, creemos esa necesidad, leamos nosotros, algo menos habitual de lo que parece, y no abrumemos con nuestro canon, que para eso existe un señor tan serio como Harold Bloom. Nuestra función como padres no pasa de forzar un encuentro casual en una librería, dejarlos solos unos minutos, que se maravillen con una portada o un libro ilustrado, un cómic o la última novedad de una saga fantástica; con las Cartas de invierno, de Agustín Fernández Paz, o El secreto del bosque viejo, de Dino Buzzati. No nos obsesionemos con la lectura respetable. No los hagamos titubear de su propia elección. Como padres, solo nos cabe hacer un listado de los libros que no hay que leer. Quizás, algún día, se acaben arrepintiendo de aquellos que no han caído en sus manos. Literatura y sacralización se llevan mal. Como el aire puro y los malos humos. Como el dinosaurio de Monterroso y la factura del gas en diciembre: aunque no lo crean, sigue ahí, delante de nuestras narices.

El librero es asesor

Por Paz Gil

Con el epígrafe de literatura infantil y juvenil son cientos los títulos que se publican cada año y no todo es calidad, por lo que es importante la tarea del librero como lector capaz de seleccionar qué les puede interesar o gustar a estos futuros grandes lectores. Observamos con frecuencia cómo los padres acuden con sus hijos a las tiendas en busca de libros con contenidos de interés y, al mismo tiempo, con diseños atractivos, mientras que los niños preguntan por obras con personajes conocidos, miran ejemplares con colores y formatos distintos pero, finalmente, son los adultos quienes eligen. Y, para ello, es necesario que la librería tenga una amplia selección de títulos de calidad y que el librero sea cómplice, asesor, crítico, maestro, experto… Sin embargo, esto cambia en torno a los ocho años, cuando estos lectores empiezan a preguntar por determinados títulos y alternan sus preferencias con las sugerencias de padres y libreros. Es en la adolescencia cuando desean tomar sus propias decisiones. Eligen por sí mismos, por recomendaciones de amigos, por lo que han visto u oído en los medios o en las redes sociales, y ese es el momento en que cambian los géneros, el tipo de libros, el tiempo de lectura, pero no suelen dejar de leer, se convierten en protagonistas. Ahora, son ellos quienes se equivocan o aciertan y la tarea de padres y libreros es abrir el abanico de posibilidades para que sigan disfrutando de la lectura, adquiriendo conocimientos, sensibilidad y espíritu crítico. Como librera no me interesa tanto saber si son los padres o los hijos quienes eligen: lo importante es que tengan curiosidad, que disfruten con el texto, que vivan las historias como propias, en definitiva, que se emocionen. Lo que realmente quiero conocer es lo que leen porque el tiempo es finito y la lectura es parte importante en el desarrollo intelectual de nuestros hijos. Y, sobre todo, porque no es lo mismo leer a buenos que a malos autores

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