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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Senectud, egolatría

Rodado hace meses, Telecinco emitió el domingo el primer programa de 'Este país merece la pena', conducido por Miguel Ángel Revilla

Ángel S. Harguindey

"Tenemos una imagen ahora de España que parece que todos son Urdangarines, Blesas, Bárcenas..., todos los días aparece algún corrupto y da la impresión de que en España todo el mundo mete la mano, y en este país hay gente extraordinaria que yo he ido a ver", explicaba el muy popular, que no pepero, Miguel Ángel Revilla, expresidente de Cantabria y estrella mediática, en la promoción de su programa. Y la clave, probablemente, esté en ese "que yo he ido a ver" porque, consciente o inconscientemente, el político nos ha ofrecido un alarde de egolatría difícil de olvidar.

Rodado hace meses, Telecinco emitió el domingo el primer programa de Este país merece la pena, un loable empeño de destacar, de dar voz, a personajes más o menos anónimos que día tras día tratan de hacer bien su trabajo porque así lo creen y así se lo han enseñado, gente corriente que desde la rabia, algunos, o la solidaridad, otros, demuestran que el buen hacer, la honradez, sigue viva entre la ciudadanía por más que una buena parte de sus dirigentes se empeñen en demostrar lo contrario.

Carmen, propietaria de un puesto en el mercado de La Boquería (Barcelona), lo resumía muy bien: "Yo no soy pesimista, de pesimista, nada. ¿Cabreada?: mucho, harta de los Mas, Rajoy, Zapatero... y toda esa clase de basura". Revilla, asiente con una sonrisa. Y aquí cabe un inciso, un ejercicio práctico para los estudiantes de Ciencias de la Información, sector audiovisual: ¿cuántos planos y minutos del conductor del programa caben en una hora? El resultado será espectacular, seguro. Porque si Revilla asiente en silencio las diatribas de Carmen, con Pasqual Maragall, con los niños de un colegio de visita al Palacio Real, con un matrimonio de Zaragoza que se han convertido en un ejemplo de familia de acogida temporal, con el taxista que le desplaza de un lugar a otro o con un paseo por la Valencia fallera, el protagonista casi absoluto es el propio Revilla.

Se puede entrevistar, naturalmente, a Pasqual Maragall en su Fundación. Cosa distinta es que dicha entrevista sirva para demostrar lo simpático que es el entrevistador, que es capaz, incluso, de cantar una ranchera a pleno pulmón o rescatar material de archivo en el que afirma en sede parlamentaria que "Cantabria me pone". Revilla, como en otro orden lo fue en su momento Belén Esteban, es muy querido por mucha gente pero si no controla esa proclividad al egotrip es muy probable que sature antes de que acabe el cuarto de hora —es un decir— de fama warholiano.

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