La hormona dominante
En el mercado de materias primas, la testosterona cotiza más alto que la oxitocina, porque hay más especuladores que inversores finales. La caída de los niveles de esta hormona en la especie humana, hará 50.000 años, coincidió con un incremento de la cooperación tribal y un mayor desarrollo artístico y tecnológico. “La crisis financiera es fruto del exceso de testosterona”, declaraba la semana pasada Cristine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional a la edición francesa de Vanity Fair, en el curso de una entrevista donde defiende el incremento de la presencia femenina en los ámbitos de toma de decisiones.
Testosterona
Autora: Sabina Berman. Intérpretes: Miguel Ángel Solá y Paula Cancio. Escenografía: Edi Naudo y F. Bernués. Dirección: Fernando Bernués. Madrid, Teatro Galileo.
Testosterona, thriller de Sabina Berman, multipremiada escritora, dramaturga y directora mexicana, aborda estos temas con la ligereza propia del género. Sus protagonistas se hallan en una encrucijada: Antonio, director de un diario, aquejado de una enfermedad, debe ayudar al consejo editorial a escoger sucesor entre Miki, creativa subdirectora de la edición digital (por la que siente debilidad), y Beteta, eficaz pero previsible director de la edición impresa.
La cuestión es si su ex alumna, ejemplo de cooperación, será capaz de luchar por el puesto, porque, hasta el momento, Beteta fue quien tomó la iniciativa casi siempre en las reuniones de planificación y ella quien le secundó encantada y quien enriqueció sus propuestas. Poco más puede contarse sobre este thriller laboral sin destriparlo, salvo que Antonio le aconseja a Miki que coja el cuchillo entre los dientes y que el zafarrancho subsiguiente bien podría suceder en una inmobiliaria, una distribuidora alimentaria o una cadena de tiendas, negocios en los cuales también vemos a diario empleados apuñalados con una palmadita y a pequeñas empresas bombardeadas con misiles balísticos.
Miguel Ángel Solá y la jovencísima Paula Cancio defienden sus papeles con conocimiento de causa. Al principio, el Antonio de Solá, que anda como royendo algo que solo él sabe de qué se trata (el público lo sabrá luego), queda agrisado por el encanto y la frescura de la Miki de Cancio, pero, superados los prolegómenos, la actuación del actor argentino va ganando un quilate tras otro, hasta llegar a un delicado equilibrio entre su elaborada composición y la aparentemente más espontánea de la actriz. La función, que mantiene el interés arriba hasta el cabo, está puntuada con mucho acierto por su director, Fernando Bernués. De la escenografía, sobra esa enorme foto panorámica de la plaza de España, que resulta anecdótica y sitúa la acción en unas coordenadas poco verosímiles: en Madrid centro hace mucho que no nos quedamos aislados por una nevada.
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