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Corre, rumano, corre

Kyrö traza en 'Vatanescu y la liebre' un universo perverso y globalizado cargado de soledad

Es inevitable a la hora de hablar de Vatanescu y la liebre hacerlo de El año de la liebre, de Arto Paasilinna. Este libro significó un enorme éxito en su país, Finlandia, fue traducido en casi veinte países y contó con hasta dos adaptaciones cinematográficas. El texto vio la luz en 1975, pero en España no fue publicado hasta mucho más tarde, en 1998 por la desaparecida Ediciones La Torre y en 2011 por Anagrama. El libro tenía como protagonista a Kaarlo Vatanen, un periodista cuarentón que viaja por la Finlandia rural por motivos laborales. Su vida se desmorona (matrimonio, ausencia de motivación profesional y vivencial), y ese encargo no es sino una manera de escapar de la ciudad y sus decisiones. Viaja Vatanen con un fotógrafo, que es quien conduce cuando se produce la epifanía: atropellan a una liebre. Vatanen se empeña en bajar y buscar al animal malherido. El fotógrafo se harta y lo deja en el camino. Vatanen encuentra a la liebre y ambos realizan viaje pre-new age lleno de sensibilidad ecológica nada beligerante y, de paso, una sátira sobre el montón de cosas que no nos sirven de nada, pero que nos convierten en eso, nada. Tamaño trozo de buenas intenciones escrita en estado de gracia, haciendo de lo que podía ser una compota de melaza un vehículo satírico de denuncia especialmente humana.

Tuomas Kyrö (Helsinki, 1974) ha realizado con Vatanescu y la liebre más que un homenaje. Ha cogido la anécdota, se ha subido a la palanca de saltos, se ha impulsado mucho más arriba para, mientras se marca un tirabuzón, fotografiar el aquí y el ahora globalizado, cruel y hermoso, absurdo y desesperado, lleno de buenas y no tan buenas personas encerradas en vidas que no merecen, todos consumidores y productos en este supermercado llamado capitalismo sin airbag ni frenos en el que vivimos. Aquí Vatanen es Vatanescu, un rumano al que la pobreza hace emigrar de su país con un único objetivo: comprar unas botas de tacos a su hijo Miklos.

Vatanescu es un paria, por lo que de la angustia existencial socialdemócrata del periodista Vatanen, ni rastro. Europa ya es otra cosa. Entra el rumano en Finlandia dentro de una organización de mendicidad mientras que su hermana va directa al burdel. Liebre también hay. Aquí quienes la hieren y la quieren es un grupo de adolescentes nazis que quieren que sirva de alimentos para tigres. Vatanescu y la liebre inician su periplo, que no es en el seno de esa ecología del libro en el que se mira Kyrö, sino en un delirante periplo de la ciudad al campo y del campo a la ciudad. Delincuencia, servicios sociales, misantropía, amor, amistad, bayas amarillas, rojas y negras, borracheras en saunas, trabajo de veinte horas y salario de dos, ecologistas atados a jeeps, notoriedad mediática, una aprendiz de maga sin magia y política a lo Juan Nadie. El relato es un relato de iniciación, de viajes, en la línea de la tradición centroeuropea de hace siglos. El cándido, el hombre de buen corazón, el salvaje o el extraño andan por nuestro mundo con un espejo en la cara y nos muestran lo que no sabemos ver ya.

La sátira es feroz, pero no exenta de esperanza, merced al talento y la voluntad de su autor. Vatanescu quiere estar integrado, ser normal, un hombre entre hombres. Del mismo modo que en las viejas películas de Chaplin, el mendigo o el emigrante se resistían con manos, pies y bastón a no irse de un diminuto espacio en el mundo de los fuertes, de los opulentos, el rumano quiere sus botas de tacos. Su relato, prolijo en personajes y situaciones —a veces, demasiado—, es implacable respecto al mundo en el que nos movemos.

Este parque temático multicultural de tabla rasa. Estos muros creados dentro y fuera de nosotros. La ironía, el sentido de humor casi siempre brillante de Kyrö apuntan a este universo perverso, globalizado y paranoico, pero también a la profunda soledad de los personajes que aparecen en sus páginas. A veces, dos o tres, pero que darías mucho por quedarte con ellos más tiempo. Una soledad de mal o poco querido, de no haber encontrado la madriguera adecuada, no haber sabido ser rebelde, resolutivo en su ingenuidad como Vatanescu. Lectura divertida al tiempo que inteligente. Tanto el trazo con el que dibuja personajes, situaciones, la voz de Vatanescu —tan peligroso el envite de no hacerlo una Amélie—, la de su contrario, el mafioso ruso Jegor Kugar, y los resortes narrativos son hechuras de buena literatura. Al tiempo que una lúcida patada en nuestro trasero. Patada con botas de tacos, por supuesto.

Vatanescu y la liebre. Tuomas Kyrö. Traducción de Dulce Fernández Anguita. Alfaguara. Madrid, 2014. 352 páginas. 18,50 euros (digital, 9,99)

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