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Nemo era Verne

En 'Veinte mil leguas de viaje submarino' el personaje es el vivo retrato del escritor

Javier Rodríguez Marcos
El escritor Julio Verne.
El escritor Julio Verne.

Si uno acude a la página 92 de la versión española de Veinte mil leguas de viaje submarino se encontrará con el retrato de dos hombres –habría que decir caballeros- charlando en una biblioteca. La biblioteca, no hace falta decirlo, es la del Nautilus, aquel submarino que en 1886, eso dice el relato, causó estupor entre las gentes del mar: por mucho tiempo no fue más que “un objeto largo, fusiforme, a veces fosforescente, infinitamente más grande y más rápido que una ballena”. Uno de los dos caballeros es el narrador de la obra, Pierre Aronnax, un profesor suplente del Museo de Historia Natural de París recién llegado de una exploración científica en Nebraska. El otro, con barba y entre 35 y 50 años, el Capitán Nemo. No hace falta haber visto muchos retratos de Julio Verne para reparar en que el hombre de la página 92 es el vivo retrato del escritor. Sabemos, además, que el editor Pierre Jules Hetzel pidió al dibujante Édouard Riou que pusiera al personaje la cara de su creador. Lo sugirió al leer la descripción que Verne hace del capitán en el capítulo octavo de la primera parte: la frente despejada, la nariz recta, sus manos “psíquicas”, una mirada que alcanzaba el “alma” de los objetos...

Se ha hablado mucho de la capacidad visionaria de Julio Verne, de la anchura de una imaginación que se anticipó a la técnica viajando a la luna, al centro de la tierra o al fondo del mar. No por casualidad la armada estadounidense llamó USS Nautilus (SSN-571) a su primer submarino nuclear. Fue, además, el primero en atravesar sumergido el Polo Norte. Lo hizo en 1958, un año después de alcanzar las 60.000 millas en inmersión: algo así como las veinte mil leguas de Verne. Pocas veces un escritor habrá marcado tanto la realidad.

Pero si hay un Verne que, con la ayuda del tiempo, transformó la ciencia ficción en ficción científica, hay un Verne si cabe más futurista y de paso, más moderno: no el explorador sino el rebelde. A veces los dos conviven en la misma novela. Es el caso de Veinte mil leguas de viaje submarino, cuyo protagonista, ese Nemo que tanto se parece a su creador, es una suerte de justiciero que se siente víctima universal y vive retirado del mundo pero enfrentado a él. No es extraño que el propio Hetzel se alarmara ante la violencia desatada en la segunda parte del libro (la misma, dicho sea de paso, en la que se habla de la Guerra de Sucesión española; “La bahía de Vigo” se titula el capítulo).

Que el justiciero – de corazón “feroz”- desaparezca y el sabio continúe explorando los mares. Ese es el deseo final del narrador de una novela abierta. El mismo que reconoce que el destino del capitán es extraño y sublime. “¿Quién ha podido sondear las profundidades del abismo?”, se pregunta Aronnax citando la Biblia. Él mismo se responde: “Hay dos hombres entre todos los hombres que tienen el derecho ahora de contestarla: el capitán Nemo y yo”. ¿Alguien duda de que detrás de ese ‘yo’ estaba el mismísimo Julio Verne?

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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