El museo sale del barrio
Fue fundado en 1969 como respuesta a la marginación de los puertorriqueños en Nueva York Hoy esta institución cobra un nuevo impulso dispuesta a representar la pujanza de los latinos
El Museo del Barrio nació en Harlem en 1969 de una injusticia: la marginación, también cultural, que sufría el millón de puertorriqueños que vivía en Nueva York. De aquella injusticia surgió una necesidad –representar un arte y una cultura relegados— que desembocó en la primera institución cultural de Estados Unidos dedicada a los latinoamericanos. 45 años después, esa necesidad permanece, pero ahora son 50 millones los hispanos huérfanos de ese gran museo que aglutine y dé sentido a su acervo. El Museo del Barrio ha decidido asumir ese desafío.
El encargado de afrontarlo es Jorge Daniel Veneciano, de 55 años, su nuevo director. Para ello tiene cinco años de plazo, una rara habilidad para atraer fondos para sus aventuras, algo fundamental en EE UU, y un escaparate imbatible, la ciudad de Nueva York. Veneciano, sin embargo, destaca otra fortaleza de la institución que gobierna: sus intransferibles orígenes. “El Museo del Barrio nació de una necesidad democrática: representar a la gente de este barrio. Esto lo distingue de otros museos, que nacen a partir de una colección privada que pasa a ser de acceso público. Los otros museos, cuando se crean, tienen las obras y buscan a la gente. Aquí fue al revés: teníamos a la gente, pero no la colección. Hubo que crearla”, declara a Babelia en su despacho de la Quinta Avenida con la calle 104, frente a Central Park.
Veneciano, argentino criado en Los Ángeles, no tiene dudas sobre su misión: “En este país se están produciendo grandes cambios demográficos que favorecen a los latinoamericanos. Y no tenemos ninguna gran institución que pueda representar eso. No hay un MOMA, un Guggenheim o un Whitney que esté al nivel de la presencia latinoamericana en Estados Unidos. El Museo del Barrio tiene el deber de ser esa institución. Tenemos un presidente afroamericano. Es posible que pronto tengamos una mujer en la Casa Blanca. Sin duda, a medio plazo vamos a tener un presidente latino. ¿Dónde está la institución que pueda representar esa realidad? No existe”.
La “necesidad democrática” a la que se refiere Veneciano son las protestas, boicoteos y huelgas que padres, maestros y artistas de Harlem llevaron a cabo entre 1966 y 1969 para exigir que sus hijos recibieran una educación que incluyera su cultura. Exigido por los acontecimientos, Martin W. Frey, superintendente del Distrito Escolar 4 de Manhattan, pidió al artista y educador Raphael Montañez Ortiz, neoyorquino de origen puertorriqueño, que diseñara un proyecto para las aulas del barrio. Montañez, de 80 años en la actualidad y representante en su juventud del Movimiento Destructivo (sus acciones consistían en destrozar un piano con un hacha, entre otros objetos), decidió que había que ir más lejos. Había que crear un museo.
“La comunidad con la que me identifico y por la cual siento lealtad es la clase marginada de los trabajadores puertorriqueños. Esa comunidad necesitaba una poderosa institución que revelara su pasado”, escribió Montañez en 2004, con motivo del 35º aniversario del museo. Previamente, en 1974, había explicado: “La falta de representación cultural que sufro como puertorriqueño me ha impulsado a buscar una alternativa al museo ortodoxo que satisface mis necesidades de una experiencia étnica auténtica. Para darme a mí y a los otros la oportunidad de establecer una conexión viva con nuestra cultura, fundé el Museo del Barrio”.
En el verano de 1969, Montañez y el superintendente Frey viajaron a Puerto Rico en busca de información, materiales y contactos para crear la colección. La primera muestra se celebró en un salón de una escuela de la calle 123. Sin edificio propio, el Museo del Barrio echó a andar, hijo de los movimientos de derechos civiles de los años 60. “Con el Movimiento por los Derechos Civiles, las minorías o las personas de color hicieron oír sus voces, particularmente en ciudades en las que los museos, con un enfoque eurocentrista, patriarcal y mainstream, ignoraban su historia y su contribución a la historia del cultura”, recordó Montañez.
Las primera gran transformación del Museo del Barrio hacia una cierta convencionalidad se produjo en 1978, cuando abandonó su vida nómada por los colegios del East Harlem y se instaló en su actual sede, el edificio Heckscher, un antiguo orfanato municipal. A lo largo de todos estos años, el museo ha ido conformando su colección de más de 6.000 obras (desde material arqueológico precolombino hasta piezas artistas contemporáneos), no sin sobresaltos. Problemas financieros, abruptas dimisiones de sus responsables, denuncias de directivos por acoso laboral… las informaciones que sobre el museo aparecían en la prensa tenían más que ver con los problemas de una entidad convencional desnortada y con angustias financieras que con ese ariete reivindicativo del orgulloso legado boricua que había soñado Montañez.
La elección de Veneciano como máximo responsable responde a esa necesidad de convertir al museo en una referencia ineludible y global. Tony Bechara, pintor puertorriqueño y presidente de la junta directiva del Museo del Barrio, buscaba a alguien con experiencia en la gestión y vínculos sentimentales con la entidad. Veneciano llegó a Nueva York desde el Sheldon Museum de Nebraska, donde fue director seis años. Pero sus raíces en la ciudad datan de los 90 y la primera década del nuevo siglo, cuando fue comisario del Studio Museum en Harlem y, posteriormente, director de la Paul Robeson Galleries en Newark (Nueva Jersey).
Tenemos un presidente afroamericano. Es posible que pronto tengamos una mujer en la Casa Blanca. Vamos a tener un presidente latino. ¿Dónde está la institución que pueda representar esa realidad?
Veneciano dejó claro sus intenciones con su primera exposición, Museum starter kit: open with care, que muestra obras de Montañez y de otros artistas (Perla de León, Papo Colo, Zilia Sánchez, Romy Scheroder, Beverly Acha, Tamara Kostianovsky, Mata Ruda, Gerardo Mercado…), además de objetos cedidos por los vecinos del barrio. “Con esa exposición pretendo reivindicar el pasado y, al mismo tiempo, romper con él. A veces hay que romper con el pasado para empezar de nuevo. Simboliza un renacimiento, de ahí su nombre. Es una nueva etapa, un nuevo capítulo en nuestra historia”, explica Veneciano.
Sobre los problemas financieros y de gestión, matiza: “Creo que todo se ha exagerado. Cuando llegué en marzo había un déficit de medio millón de dólares, pero lo liquidamos en tres meses. El problema es que durante un tiempo aquí no hubo dirección. Cuando eso sucede, los patrocinadores se retiran. Tuvimos que abrir menos días y hacer algunos otros ajustes, pero ahora vamos a volver a abrir cinco días con la retrospectiva en octubre de Marisol [artista venezolana que en la actualidad tiene 84 años y que formó parte del movimiento pop]. También estoy haciendo contrataciones muy interesantes”.
Las “contrataciones interesantes” de Veneciano forman parte de su plan estratégico de cinco años para convertir el Museo del Barrio, con motivo de su 50º aniversario, en una institución distinta, capaz de explorar territorios más allá de las artes plásticas. “Acabo de contratar a una doctora en filosofía catalana. Y busco otros perfiles. Los museos tradicionales de bellas artes están controlados por historiadores de arte. Yo creo que esa debe ser una voz más, pero también quiero una voz filosófica que se encargue de la parte educativa. Y también voy a traer a una doctora en literatura comparada de la universidad de Columbia. Quiero traer sentido literario y filosófico para aumentar la conversación, las formas en que podemos pensar el arte y la cultura”.
Para ello, Veneciano habla de una segunda gran transformación: “El gran logro de los primeros 25 años fue acoger a artistas latinos de Estados Unidos, del resto del continente y del Caribe. Artistas de artes plásticas. Ahora se trata de traer la arquitectura, la moda, el diseño, la decoración, la literatura, gastronomía…”. Ya está en ello. Entre las exposiciones que prepara el museo destaca una del realizador mexicano Gabriel Figueroa y otra del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer. Para todo ello, el museo necesita más espacio, de ahí que su director ande buscando sitios por Harlem. “Necesitamos ser más grandes”, dice.
Ser más grande también consiste en evitar el riesgo de ser un museo étnico, de latinos y para latinos. “Esta es una cuestión que siempre se le plantea a este museo, pero no a otros. No se le plantea al MOMA, o al Met… Son instituciones europeas y nadie les hace esa pregunta. Este museo no tiene limitaciones o especificidades. Este no es museo étnico. Mi misión es colocar el arte y la cultura latinoamericana en un contexto global. No podemos ni queremos estar aislados”.
Veneciano es el primer director que llega al Museo del Barrio con la experiencia de haber dirigido otros museos. Los anteriores eran comisarios que pasaron a ser directores. Tal vez por eso considera que el principal desafío es el financiero. “Mi trabajo es crear un museo líder en el que los patrocinadores quieran invertir. Quiero encontrar patrocinadores interesados en nuevas formas de pensar los museos. Yo soy un convencido de que los museos tienen una función en las democracias. Son uno de los pilares de la cultura democrática. Museos, bibliotecas y escuelas. Los museos tienen colecciones como las bibliotecas, y educan como las escuelas”.
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