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CONVERSACIONES BÁRBARAS

“Pensáis que yo soy crítico, pero no conocéis a mi madre”

El presentador de televisión y publicista Risto Mejide, famoso por su estilo incisivo, no se muerde la lengua en esta entrevista

Daniel Verdú
El presentador de televisión y publicista Risto Mejide, fotografiado en Madrid.
El presentador de televisión y publicista Risto Mejide, fotografiado en Madrid.gorka lejarcegi

Risto Mejide (Barcelona, 1974) no necesita psicólogos de salón. Su madre, cuenta, se sacó la carrera haciendo las prácticas con él. Pero el caso es que el personaje genera una irresistible tentación de sentarlo en el diván. El respetado publicista, siempre oculto tras unos cristales oscuros, pasó de merendar triunfitos a conversar con la élite del país sentado en un sofá inglés. Y le va bien. Pasó de despertar el odio de la gente, a generar cierta empatía. ¿Qué sucedió por el camino?

Pregunta. ¿Después de tanto concurso de supuestos talentos necesitaba un programa de entrevistas con gente que tuviese cosas que contar?

Respuesta. Tu pregunta denota unos prejuicios brutales.

P. No le digo que no.

R. Yo no critico ni me avergüenzo de nada de lo que he hecho en televisión. Si no hubiera pasado por esas etapas no habría llegado a lo de ahora. Pero aparte de eso no creo que haya programas mejores o peores intelectualmente hablando. Sino aquellos que conectan con la audiencia.

P. Que también pueden ser buenos o malos. Como el cine o la literatura.

R. ¿Quién lo decide? ¿Una troika cultural? Hay muchísimas cosas que no pasan a la historia que son tremendamente necesarias. Como Dickens, que publicaba folletines populares. No hay que ser censores de la cultura popular que es un reflejo de la sociedad en la que vivimos. Algún día se estudiará la historia a partir de lo que sucedía en este momento. Como Belén Esteban.

DNI urgente

Risto se llamaba Ricardo. Pero a los 15 años unos amigos fineses empezaron a llamarle así. Se lo cambió en el DNI. Puede que ahí naciera el personaje televisivo que sustituyó al brillante publicista.

P. Esperemos que no.

R. ¿No te gusta? A mí tampoco. Pero ella conecta con muchos millones de personas, otra cosa es que a ti te guste que tu país sea así. Pero sí, en esta faceta me siento más yo. Puedo hacer lo que quiera, así que dejo salir muchas más cosas de mí. Por eso también las gafas son mucho más transparentes, ya no necesito bloquear la mirada y quiero que la otra persona me vea los ojos.

P. ¿Es menos personaje?

R. Es un trabajo, un rol.

P. Durante su etapa de OT se convirtió en el vertedero del odio de mucha gente. ¿Cómo gestionaba esas emociones?

R. Una vez en The Times me compararon con Simon Cowell, que tenía el mismo rol. Decían: “El hombre al que todo el mundo ama odiar”. Y me encantó. A todo el mundo le gusta pensar: “Qué cabrón, cómo ha dicho eso”. Y la prueba está en los picos de audiencia. Era muy gratificante desde mi punto de vista porque estaba generando relevancia, y eso en televisión es dinero.

P. ¿Nunca se sintió mal por hacer llorar a un concursante?

R. ¿Mal? No, he recibido el cariño de mucha gente. No confundamos hacerse el simpático en televisión con caer bien.

P. No me negará que era despiadado con gente claramente más débil intelectualmente…

R. Discrepo completamente. Yo concentraba el foco de atención en ese momento con una frase que la gente fuese capaz de repetir al día siguiente. Para decir “has desafinado como una perra” está cualquiera. Para decir “eres como un vibrador, perfecta en la ejecución, pero fría en el sentimiento”… eso es un spot de televisión. Y eso, perdona, pero es un mérito que nunca se me ha reconocido. Si me hice famoso es por decir las cosas de una manera determinada. La forma es a lo único que no voy a renunciar.

Lo que dices desde el estómago es lo que logra más notoriedad”

P. Pasó de machacar a la gente a ponerse a su lado con artículos como el del trabajo. ¿Se ablandó?

R. La gente utiliza a los personajes públicos para lo que necesita. Y con el “No busques trabajo” o el “Largaos”, vieron que mi mala leche se podía utilizar para sacar las vergüenzas de quien había que sacarlas. Cambié de enemigo y en vez de tener a los triunfitos o a los frikis de un programa, se vio que podía cargar contra la casta.

P. ¿Ha dicho alguna vez algo que no pensara?

R. Continuamente, lo que más notoriedad o relevancia han tenido son las que menos he pensado. Otra cosa es que me arrepienta. Lo que dices desde el estómago es lo que logra más notoriedad.

P. Uno pensaría que todo este personaje es una coraza. ¿Tuvo una infancia difícil?

R. Siempre hay un momento en que los periodistas me sentáis en el diván. Soy hijo de psicóloga, y mi madre se sacó la carrera cuando ya estaba crecidito. Así que he pasado todos los test del mundo. He crecido sabiendo todo de mi personalidad, llegáis tarde.

P. ¿Una entrevista ha de ser incómoda?

R. El otro día leí una frase de un colega tuyo ya muerto que decía: “Una entrevista ha de ser incómoda, lo demás son relaciones públicas”. Hay que preguntar lo que alguien no se ha atrevido a decir.

P. Pues el otro día entrevistó al director de La Razón, Francisco Marhuenda, y luego a su mentor, el publicista Toni Segarra. Al primero le machacó y al segundo le hizo una oda. ¿Eso era sectarismo o relaciones públicas entonces?

R. A uno lo admiro y al otro no. Y eso se tiene que notar en una conversación. Huyo del rigor, intento ser lo más subjetivo del mundo. Yo no hago periodismo. Y lo de Segarra, pues sí, eran relaciones públicas para que la gente joven que me sigue le conozca. Mucha gente me dijo en Twitter que les había descubierto a un tío maravilloso…

Intento ser lo más subjetivo del mundo. Yo no hago periodismo”

P. Por cierto, 1,7 millones de seguidores. ¿Algún consejo?

R. La cosa no está en la cantidad sino en la influencia. Si eres capaz de que tus 800 cometan un suicidio colectivo, tienes tú más poder que yo.

P. ¿De dónde viene ese renovado interés por la política con programas como el suyo o el de Évole?

R. Los medios y la política van ligados. Vivimos un empoderamiento del consumidor y del votante, que es el mismo tío. Y eso ha de llevar necesariamente a un nuevo tipo de político que trata con los medios de manera distinta. En mi programa lo que intento es que todos estén representados, pero te encuentras que la mayoría de los antiguos dicen no.

P. ¿Cómo quién?

R. Gallardón me ha dicho que no y me lo sigue diciendo.

P. ¿Por miedo?

R. No, es un tío muy preparado, dudo que tenga miedo. Pero debe pensar que como vengo de los programas de frikis

P. He oído que quiso ser espía del CNI.

R. Estaba en paro y buscaba ofertas en el periódico del domingo. El CNI está obligado a anunciarse y encontré una. “Se buscan agentes que sepan hablar árabe, chino o no sé qué más”. Yo estaba en nivel siete de chino y mandé un currículum. Al cabo de un tiempo, me dijeron si quería pasar las pruebas. Pregunté el sueldo y desistí. Era poco.

P. ¿Ha pensado alguna vez que desperdiciaba su talento con sus trabajos?

R. Como decía Woody Allen, tengo poco talento pero muy bien aprovechado.

P. ¿Quién le hace de Risto Mejide a usted?

R. Mi madre. Vosotros creéis que yo soy crítico, pero no la conocéis a ella. Aparte de ser mi mejor amiga ha sido siempre referencia en todo.

P. ¿Y no estaba preocupada con ese personaje suyo?

R. Se preocupaba como cualquier madre. Pero la primera vez que me dijo algo fue: “Quítate la chaqueta en el plató que al salir tendrás frío”.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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