Y las mujeres salieron del harén
Generaciones de escritoras de países islámicos cuentan un mundo marcado por la desigualdad
Hace décadas que las mujeres del llamado “mundo islámico” salieron del harén en el que el imaginario occidental las hacía presas. La lucha por la independencia y la construcción de los nuevos Estados-nación necesitó de su participación, si bien casi siempre fue manipulada en el intento de perpetuar un régimen patriarcal milenario. Sin embargo, una vez puesto el pie en la tribuna, ya no había marcha atrás.
El mundo poscolonial de la segunda mitad del siglo XX acentuó el contraste entre la renqueante marcha política y económica y los rápidos cambios sociales y culturales del enorme arco de países que va de Marruecos a Indonesia. La urbanización galopante, la elevación general del nivel educativo y el aumento de la esperanza de vida dieron forma a una transición demográfica sentida en muchas ocasiones como dramática. El espacio de la religión en la vida pública y los roles de género se convirtieron en los temas por excelencia para el debate intelectual y la radicalización de posiciones, tanto entre religiosos y seculares en el interior de las sociedades musulmanas como en el discurso sobre éstas desde fuera. Traducido todo ello en los términos posmodernos de búsqueda de una supuesta identidad islámica, la “cuestión de la mujer” devino piedra de toque de lo islámico. Poco importa que el verdadero islam, como ha explicado el filósofo iraní Abdolkarim Soroush, sea incognoscible y, por lo tanto, inevitable la pluralidad en sus interpretaciones. O lo que es lo mismo para este caso: que haya tantas mujeres en el islam como islames sobre la mujer. El 11-S y la “guerra contra el terrorismo” han incidido aún más en lo que podríamos denominar la sobredeterminación del islam por la cuestión femenina. Es un asunto que ha estudiado bien la antropóloga palestino-estadounidense Lila Abu-Lughod, muy crítica con la cruzada moral que ha emprendido el mundo para salvar a las mujeres musulmanas (Do muslim women need saving?, Harvard University Press, 2013).
Hay tantas mujeres
La construcción del mito de Sherezade a partir de la adaptación burguesa de Las mil y una noches es el mejor ejemplo del viaje de las ideas en esta materia. Pero la realidad, como siempre, lo matiza todo. Por un lado, es cierto que existe una innegable desigualdad de género que caracteriza de forma general al conjunto de las sociedades musulmanas. Por otro, la imagen popular de las mujeres oprimidas víctimas del islam choca con la conciencia compleja que ellas tienen del contraste entre lo propio y lo ajeno, y las decisiones que toman al respecto.
Las literaturas árabe, persa o turca modernas —culturas todas ellas fuertemente impregnadas por el islam, pero no solo— han producido un sinfín de obras, sobre todo de narrativa, en que las escritoras dan cuenta de esta experiencia.
Más de un siglo de literatura escrita (y publicada) por mujeres da para un largo recorrido en el que, por encima de la evolución cronológica, destaca la sobreposición de planteamientos. Los folletines y los best sellers sensacionalistas son demasiado habituales, pero abren a la vez el camino comercial a otras obras literariamente más sofisticadas. La insatisfacción vital, la rebeldía social o la desilusión política marcan buena parte de la creación literaria más actual de sirias, iraníes o marroquíes, pues por encima de barreras nacionales, lingüísticas o religiosas, su geografía compartida es la de la pobreza, el autoritarismo y, con frecuencia, el exilio. En esta línea se mueve la libanesa de ascendencia cristiana Joumana Haddad, que ha hecho de la provocación en torno a la sexualidad razón de ser de su escritura. El título de su último libro lo expresa bien: Supermán es árabe. Acerca de Dios, el matrimonio, los machos y otros inventos desastrosos (Vaso Roto, 2014).
El espacio de la religión
Con todo, muchas autoras insisten en rebajar la importancia de las cuestiones de género. Confían, además, en la universalidad de sus referentes literarios, y contraponen su conocimiento sin traumas de la literatura occidental a la fascinación o el miedo con que se acercaban a ella las generaciones anteriores. Así lo manifiestan, entre otras, Miral al Tahawi, Saher al Mugi y May Tilmisani, tres narradoras egipcias de la generación posmahfuzí, o la iraní Azar Nafisi, autora del muy conocido Leer Lolita en Teherán (Quinteto, 2010). Otra iraní, Parinoush Saniee, da por superadas en El libro de mi destino cuestiones metaliterarias para trazar un fresco de la convulsa historia de Irán en los últimos cuarenta años. La ambición de Saniee no se centra en el retrato de un mundo de mujeres, sino que se lanza a la crítica de toda la sociedad, que no sale muy bien parada: la hipocresía del Irán posrevolucionario lo impregna todo.
Pero incluso desde finales del siglo XIX, cuando todavía la mayoría de las escritoras estaban en el harén, la literatura de las mujeres musulmanas ha puesto en entredicho la asunción posilustrada de que visibilidad y voz públicas son marcadores indiscutibles de la subjetividad. Es más, sus autobiografías y memorias relativizan la noción misma de subjetividad como elemento constitutivo de la emancipación y de la creatividad. En este sentido, la india Ismat Chughtai, la autora en urdu más destacada del siglo XX, cuenta en su autobiografía (recientemente traducida al inglés: A life in words, Penguin Modern Classics, 2013) cómo la empatía, la oralidad y la polifonía de las sesiones familiares de cuentacuentos, todo ello lejos del “cuarto propio” de Virginia Woolf tan eurocéntricamente paradigmático, condicionaron por encima de lo demás su experiencia narrativa. Es algo también característico de numerosas autoras actuales, lo cual les ha servido para emprender experimentos expresivos personales. La egipcia Salwa Bakr en El carro dorado (Txalaparta, 2011) o la libanesa Huda Barakat en El labrador de las aguas (Belacqva, 2007) permiten hacerse una buena idea en español de estas otras formas de contar.
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