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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Lookin’

En los últimos años, una especialidad de baile de calle, se ha convertido en una adicción viral muy respetada por los profesionales

David Trueba
Lil Buck.
Lil Buck.

Para los que estamos condenados a practicar el baile tan solo como disciplina cómica, resulta un arte fascinante. Parecía imposible, no obstante, que aparte de videoclips y las coreografías herederas del trabajo de Jerome Robbins para West side story, el lenguaje callejero y espontáneo alcanzara los templos del ballet. Pero en los últimos años hay una especialidad de baile de calle, nacida de los ritmos del gangsta rap, que se ha convertido en una adicción viral muy respetada por los profesionales. Se llama jookin y tiene su lugar de procedencia en los barrios negros de Memphis, Tennessee, que es tan capital para la música americana como lo puede ser Jerez para el flamenco. Esta elaboración del baile caminado tiene en Lil Buck su mejor exponente.

Los vídeos de Lil Buck con Yo Yo Ma bailando El cisne de Saint-Saëns o la invitación para actuar con el New York City Ballet en el Lincoln Center han terminado de convertirle en la estrella del momento, apreciada por la prensa norteamericana en lo que tiene de expresión suburbial y de mecanismo de integración racial y social. Es la pata coreográfica que le faltaba al rap con su exitoso discurso personalista y esa lírica centrada en la autoestima y en un modelo de autoayuda a la medida de los chicos de barriada. De Madonna a la revista Vogue, que vienen a ser dos puntales de la prescripción estética, Lil Buck ha elevado el jookin a categoría de bella arte, con sus pasos sincopados, una elasticidad inabordable y una inventiva digna de elogio.

Según cuenta en un reportaje reciente que le dedicó a toda plana The New York Times, su fracaso escolar tenía una raíz añadida a las dificultades familiares en su empeño por bailar toda la noche en su cuarto. Pero fueron los programas públicos de artes los que salvaron su vida y encauzaron su dedicación. Convertido ahora en un embajador de estos programas y conferenciante, fue un ballet basado en los disturbios del barrio francés de Les Bosquets, creado por el artista JR con música de Woodkid lo que acabó de abrirle las puertas del respeto académico. Un desafío al fatalismo que los norteamericanos no despreciarán jamás para seguir apuntalando esa cosa llamada el gran sueño.

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