Cuchillos afilados para la final de la segunda edición de ‘MasterChef’
Los dos aspirantes se disputan esta noche (TVE-1) el triunfo en el concurso
“La presión será máxima en el último duelo”, prometen los responsables del programa. Así que, con los cuchillos bien afilados, los dos aspirantes a ganar la segunda edición española del concurso de talentos culinarios MasterChef saltan esta noche al ruedo de TVE-1 (22.30). Vicky, una carnicera de Mallorca de 31 años, y Mateo (el benjamín de los 15 concursantes del programa), un estudiante de Historia del Arte de Huesca de 20 años, medirán sus habilidades. Ella, impulsiva y segura de sí misma (“yo sé que está bien”, dice sin dudar ante las críticas del jurado). Él, concienzudo y sensible (“he podido demostrar mi evolución, lo que he aprendido”). “La tradición frente a la intuición”, resume Jordi Cruz en los vídeos promocionales del duelo, donde se agita el fuego: “La tensión se siente y se palpa”. Dos reyes de la templanza y la sabiduría culinaria, los hermanos Joan y Jordi Roca, juzgarán el trabajo de los contendientes.
La tradición frente a la intuición Jordi Cruz
En 14 semanas, el menú de MasterChef 2 ha servido hervores emocionales y cortes y quemaduras verbales al estilo Gran Hermano o Sálvame. Hubo salidas de tono y salidas de órbita, como la marcha voluntaria del profesor de yoga Gonzalo (enfrentado a Jordi Cruz: “Si yo soy Gonzalito, tú llaverito”). Esto, inusual en el concurso, permitió la repesca de otros concursantes eliminados, Cristóbal y Lorena.
Y el jurado, en su papel de siempre: ogros amnésicos de sonrisas, implacables en sus decisiones. “Mi peor enemigo ha sido el jurado, yo me siento el vencedor moral del programa”, declaró el publicista catalán Emil, favorito del público opinador en las redes sociales.
Tampoco hubo condescendencia al eliminar al esforzado andaluz Cristóbal. Pero se dieron excepciones. Vicky fue amonestada en la semifinal (con una exitosa audiencia de casi 3,2 millones de espectadores) y a punto parecía de la expulsión, pero su forma de cocinar la salvó de la quema. Su delito: ¡Flor de ajo en el panettone! A ella le daba igual: “Me la suda”. Luego pidió perdón y los ogros se ablandaron.
Vicky cocina y actúa con vehemencia, pero también tiene fans el tenaz Mateo, celiaco que cocina de todo
Vicky cocina y actúa con vehemencia. “¿Tanta historia es necesaria?”, exclamó durante una prueba. A ella, como a otros concursantes, le aturullan las esferificaciones, el nitrógeno líquido, los bizcochos aéreos al microondas... El jurado les anima: “Quien se pierda, que improvise” (Pepe Rodríguez Rey). “Aprended a arriesgar y sorprender” (Samantha Vallejo-Nágera). “Busco un chef que sepa experimentar” (Jordi Cruz). Se han enfrentado a 40 retos de distinto calibre, desde una caldereta de sargo en Cádiz, un bacalao en Lisboa, una empanada de mejillones en O Grove, recetas de sus madres o un solomillo en Madrid (entre los rugidos teatrales de El Rey León), hasta un salmonete con fusili hechos con la espiral de un sacacorchos según las instrucciones de Pedro Subijana, en los estudios Buñuel (2.000 metros cuadrados de plató donde se cuece el programa).
Sin dominar aún las bases profesionales, la cocina casera creativa se les ha quedado corta y se han enfrentado a un bricolaje culinario de evocaciones bullinianas y la exigencia de, en unas pocas horas, demostrar habilidad con técnicas vanguardistas que a otros les ha llevado años de práctica antes de crearlas. Como dice el influyente chef Ferran Adrià, para "deconstruir" una tortilla de patatas antes hay que saber hacerla bien. Y como advierte el escritor Michael Pollan, "cocinar en la vida real no es tan intimidatorio y sofisticado como en los concursos de televisión".
Según las quinielas de sus excompañeros, Vicky tiene las de ganar. Pero también tiene fans el tenaz Mateo (celiaco que cocina de todo), casi tan joven como los minichefs ya convocados al casting de la segunda edición del programa culinario en versión júnior.
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