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OBITUARIO

Alan Douglas, albacea musical de Hendrix

También produjo visionarios discos de Eric Dolphy, The Last Poets o John McLaughlin

Diego A. Manrique
Alan Douglas, productor musical.
Alan Douglas, productor musical.JOHN MASOURI

Alan Douglas pertenecía a la estirpe de los productores discográficos independientes, entre el oportunismo y la audacia visionaria, que materializó muchas grabaciones memorables.

Natural de Boston, puso allí en marcha la disquera Duchess. Hacia 1959, la compañía francesa Barclay le ofreció producir a los artistas que quisiera : eligió a Édith Piaf y Billie Holiday, pero ambas murieron justo antes de entrar en el estudio. En verdad, los datos le contradicen, pero era una espléndida historia de mala suerte que Douglas repetía con deleite.

A principios de los sesenta, como productor de jazz en United Artists, facturó hermosos elepés de Art Blakey, Kenny Dorham o Betty Carter. Demostró extraordinaria diplomacia en Money jungle, al juntar a Duke Ellington, Charles Mingus y Max Roach. Retornó a la autogestión con FM Records, hoy recordada por grabar a Eric Dolphy y a los folkies de The Big 3.

En 1967, con Douglas Communications, atrapó el zeitgeist con discos, libros y películas. Funcionaron sus discos hablados de Lenny Bruce, Malcolm X, Allen Ginsberg o Timothy Leary. Lanzó en EEUU al guitarrista británico John McLaughlin, que tanteaba la via del jazz-rock.

Y se atrevió a grabar a The Last Poets, radicales negros que escupían ingeniosas proclamas sobre fondos percusivos. El grupo original se autodestruyó, aunque inspiraría a Gil Scott-Heron y, en los ochenta, al ala más concienciada del hip-hop. Trabajando con Alafia Pudim en solitario, bajo el seudónimo de Lightnin' Rod, Douglas contó con la guitarra (¡y el bajo!) de Jimi Hendrix en la truculenta Doriella du Fontaine.

Douglas casi materializó el supergrupo de todos los tiempos: organizó una cita de Hendrix, Miles Davis y el baterista Tony Williams. Se resolvieron los problemas contractuales pero no los de egos rampantes. En el último momento, Davis exigió un pago previo de 50.000 dólares y Williams no quiso ser menos; nos quedamos sin saber cómo habría sonado aquello.

Esos contactos con Hendrix le proporcionarían su encargo más visible (y discutido). A partir de 1974, se dedicó a reavivar el descomunal legado del difunto, editando reconstrucciones de las grabaciones originales: mantenía la guitarra y la voz pero añadía otros instrumentistas, realizando verdaderas producciones. Crash landing o Midnight lightning fueron considerados sacrílegos por muchos, aunque se trate de una práctica común en la industria musical.

Su papel como albacea de Hendrix concluyó en 1995, cuando Al Hendrix recuperó el control del archivo de su hijo. Detrás estaba Paul Allen, cofundador de Microsoft y devoto hendrixiano, que financió la batalla legal. Con el tiempo, se ha reconocido la labor de Douglas —fallecido en París el 7 de junio a los 82 años— que, por encima de modas, logró mantener la presencia y el prestigio del guitarrista.

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